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ÍÑIGO, EL EMBAJADOR

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Lunes, 7 de mayo 2018, 08:15

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TVE dedicó a la despedida a José María Íñigo en el Telediario del sábado de mediodía un muy breve montaje de imágenes que, en todo caso, le hacían justicia: con su entrevista a Uri Geller; con Lola Flores y su reclamo joyero; o con las referencias más cercanas a sus últimos años en Eurovisión. Aparecieron así retazos de 'Directísimo' o 'Estudio Abierto', donde este señor educado, encorbatado y bigotudo preguntaba sin inmutarse, con el terciopelo de su voz, la paz azul de sus ojos y una inteligencia que le permitía interrogar haciéndose un poco el tonto que no era. Íñigo fue el embajador de la nueva televisión en la todavía España de blanco y negro, el puente que unió la TVE de la Dictadura con la Transición, llegando a presidir la fiesta musical organizada en Florida Park con motivo de las primeras elecciones democráticas de 1977.

Pero Íñigo había sido, además y entre otras cosas, pionero de la vanguardia en un programa juvenil ('Último grito', junto a Olea y Zulueta), emitido por aquel mayo televisivo español del 68 más recordado por la victoria de Massiel. Luego, todoterreno, se acomodó y brilló en los magacines del 'prime time' único, más del gusto común de la audiencia masiva y de su 'star system' nacional, entre folclórico y moderno. Pero de todos los Íñigos posibles (radiofonista, presentador carismático, vieja gloria rescatada en formatos comerciales como 'Vivo cantando' o 'El Show de Flo'), hubo otro menos recordado.

Entre 1970 y 1976 José María Íñigo fue, cada dos semanas, el español que abrazaba a los miles de emigrantes que se habían marchado a Alemania. Gracias a un acuerdo con el canal alemán ZDF, en 'Aquí España' les ofrecía, junto a la presentadora germana Hella Geisler, un refrito del No-Do e imágenes de los pueblos que habían dejado atrás. Una labor encomiable, esto de aliviar la tristeza de la distancia, que hoy en la era del Skype quizá no se valore tanto pero que lo convirtió en un mito entre la masiva audiencia española emigrada. Seguro que ellos, ya mayores y en la lejanía, también lloran su desaparición.

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