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Castella, con su primer toro. :: juanjo martín. efe
DOS GRANDES TOROS  DE JANDILLA

DOS GRANDES TOROS DE JANDILLA

BARQUERITO

Sábado, 19 de mayo 2018, 00:18

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En la corrida de Jandilla vinieron un cuarto toro, bravo de nota sobresaliente, y un quinto de particular nobleza y son sencillo pero algo apagado. De preciosas hechuras los dos. Muy hondo el cuarto, porte hermosísimo, hechuras insuperables. Corto de manos, ancho, muy astifino, también el quinto fue toro de colección. Abiertos en lotes distintos, ninguno de los dos vino a manos de Roca Rey, que era el papel de la corrida y, con los dos toros de peor nota, no solo no dejó de serlo sino que lo fue. De principios a fin y en cada una de sus apariciones, el joven limeño dejó muy claro su carácter de torero grande, su refinado valor, su autoridad y otras cuantas lindezas, no pocas.

El tercer jandilla, demasiado y mal picado, pareció tomar aire en banderillas, pero ya había metido la cara entre las manos a los diez viajes y se defendía punteando o revolviéndose. O las dos cosas. Fue pitado en el arrastre. A pesar del peso oficial -570 kilos- al toro le faltaba el cuajo preciso para Madrid.

El sexto, atacado, alto de agujas, no tan ofensivo como cuarto y quinto pero muy bien armado, no paró de soltarse y huirse, pero en querencia mal definida. Las tablas, sí, pero hasta en las tablas de sol se soltaba, que no es común en las Ventas. En los medios quiso en vano Roca Rey sujetarlo en cuanto vio claras sus intenciones y su renuncio. Ni así. Con la falta de fijeza del rajado, no la de la mansedumbre ni de la fiereza, el toro atacó incierto de partida. Roca Rey abrió en alarde de fondo con cuatro estatuarios, el cuarto de ajuste mayúsculo por el acostón del toro, y cosió esa tanda con dos naturales de hermoso vuelo y el de pecho. Salió despendolado el toro en busca de refugio. Antes de que la faena viniera a ser por fuerza en tablas, Roca Rey había intentado ligar una tanda frontal en redondo, bien templada, pero antes del cuarto viaje ya estaba el toro de viaje por libre. En un terreno mínimo, y solo uno, y pegado a tablas, Roca llegó a ligar dos tandas en redondo a base de dejar la muleta puesta y obligar.

Lo que parecía imposible no lo fue. Tanta la firmeza de Roca Rey que hasta se esfumaba la sensación de peligro. Al menos dos veces en los últimos dos años ha tenido Roca que vérselas en Sevilla con otros tantos toros de los que solo quieren la puerta de toriles, y las dos veces superó la prueba muy felizmente. De modo que estas faenas peleando con la querencia y los renuncios ya parecen parte del repertorio propio. No es sencillo conciliar la faena de recursos y emoción con la ortodoxia más o menos antigua.

Solo en un par de bazas recurrió Roca a sus recetas heterodoxas, cada vez más raras. Fue en la apertura de faena del tercero, cuando intercaló en una tanda solemne de estatuarios dos cambiados por la espalda, que son siempre un sobresalto y asombran. Y, en fin, una arrucina de última hora y del todo improcedente. Por lo demás, a toro rendido, Roca tuvo la guapeza de plantarse entre pitones y obligarle a tomar de uno en uno muletazos agónicos, pero siempre templados. A los dos toros los hizo rodar sin puntilla de otras tantas estocadas inapelables, perfectas por la reunión y la colocación.

La cosa, a plaza abarrotada, fue de azares del sorteo. En la tarde de su despedida de Madrid -lo sacaron a saludar el tercio después del paseo con una ovación de gala- Padilla se llevó el lote. No solo el bravo cuarto, con el que vivió casi un calvario, sino también un primero noble y codicioso con el que apenas se entendió pese a intentarlo. A manos de Castella vino el gran quinto y con él se estuvo en una faena que tuvo de partida una notable tanda en redondo, pero una segunda mitad abundante en circulares cambiados no siempre logrados, amagos de tandas sin terminar. Los que habían visto el toro exigieron más con las palmas de tango propias, pero se echó encima una mayoría que festejó la faena sin medirla. Media estocada casi fulminante. El segundo jandilla, otro de los toros preciosos de lámina, galopó de salida, mugió mucho y, de más a menos, no terminó de verse a modo. Muy de más a menos la faena de Castella con uno de esos toros llamados de clase, pero de la clase que pierde las manos. Y eso no es.

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