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Del emperador frustrado al escritor cuestionado. Marco Antonio y Lewis Carroll

Del emperador frustrado al escritor cuestionado. Marco Antonio y Lewis Carroll

Albas y Ocasos ·

Tal día como hoy nacía Marco Antonio, que cruzaría junto a Julio César el Rubicón para derrotar a Pompeyo, y moría Lewis Carroll, que además de matemático y escritor era aficionado al arte de fotografiar niñas escasamente vestidas

María teresa Lezcano

Domingo, 14 de enero 2018, 00:05

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Tal día como hoy nacía Marco Antonio, que cruzaría junto a Julio César el Rubicón para derrotar a Pompeyo, y moría Lewis Carroll, que además de matemático y escritor era aficionado al arte de fotografiar niñas escasamente vestidas, actividad por la que hoy en día habría sido entalegado por pedófilo vocacional.

Marco Antonio. Del 14-1-83 a. C. al 1-8-30 a. C.

El catorce de enero del año ochenta y tres antes de Cristo, nacía en Roma Marcus Antonius, que era sobrino segundo de Julio César por la rama materna y que, tras pasar sus años de adolescencia exprimiendo la dolce vita endeudándose hasta la cantidad de doscientos cincuenta talentos – que no eran un derroche de capacidad intelectual o una habilidad física concreta sino el equivalente a seis millones de sestercios de los previos al primer berrido crístico –, se fugó a Grecia donde, además de ocultarse de los acreedores aprendió retórica y artes militares, tras lo cual se marchó a Egipto a restablecer en el trono faraónico a Ptolomeo Auletes. Acto seguido se fue a guerrear a las Galias y cruzó junto a Julio César el Rubicón para derrocar a Pompeyo aunque poco le duró la alegría al recién entronizado Julito ya que los idus de marzo del calendario romano no tardaron en echársele encima mediante veintitrés puñaladas que le dejaron el cuerpo imperial como un colador de malla, mientras Marco Antonio huía disfrazado de esclavo para evitar una inminente horadación por parte del bruto Bruto y sus acólitos punzantes y sonantes, quienes declararon al fugado hostis rei publicae, latinajo que etimológicamente te señalaba como enemigo público del estado y de facto te convertía en objetivo de apuñalamiento masivo por parte de los senadores más irasciblemente estreñidos. Comoquiera sin embargo que el propio Junio Bruto en octubre se autoescabechó arrojándose sobre su propia espada cuando se hallaba a punto de ser capturado, Marcus Antonius se echó el triunvirato al hombro y se fue a Oriente a encamarse con Cleopatra VII – a quien ya había echado el ojo pretoriano en su primer viaje a Egipto aunque por aquellos días Cleo no era aún la reina del Nilo y además andaba retozando por esos oasis con Julio César –, hasta que Octaviano se empecinó en mandar el triunvirato a freír asparragus y Marco Antonio se suicidó al bruto modo de Bruto, es decir lanzándose en picado sobre su marcoantoniana arma blanca, y Cleopatra que no tenía espada se arrojó sobre un áspid, que viene a ser como una daga pero en versión culebra viva. Acta es fábula.

Lewis Carroll. Del 27-1-1832 al 14-1-1898

Mil novecientos quince años después del nacimiento romano de Marcus Antonius moría, en el británico condado de Surrey, Charles Lutwidge Dogson, más conocido por el seudónimo de Lewis Carroll. Mientras desempeñaba en Oxford su labor como profesor de matemáticas, Carroll, que aún era a todos los efectos Dogson, descubrió el arte de la fotografía artística, para ser más precisos de los retratos a niñas cuyas edades eran directamente proporcionales a la cantidad de ropa que las descubrían, actividad por la que hoy en día hubiese sido entalegado en calidad de pedófilo vocacional, pero que en la era victoriana se entendía como un símbolo de inocencia sutilmente captada. Mientras iba fotografiando a menores semivestidas o semidesvestidas, según se mire o se vea, Charles Dogson se seudonimó, ahora sí, como Lewis Carroll para publicar su primera obra, un poemilla romántico sin interés ni trascendencia al que seguirían las obras con las que coronaría la cima de la literatura fantástica: “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” y “Alicia a través del espejo”. Es del dominio público que la ficcionada idea se le ocurrió mientras llevaba periódicamente de picnic al río a las niñas Lidell, hijas del decano de Christ Church, a las que también fotografió con escasas prendas por aquello de la inocencia o la pedofilia, vaya usted a saber, y cuya favorita, Alice, le inspiró la historia de su carrolliana heroína homónima mientras la paseaba en barca por el Támesis, no sabemos si abrigada hasta el occipucio por las humedades fluviales o levemente descocada al fragor del correspondiente retrato. El caso es que la posteridad le ha enjaretado a Dogson/Carroll numerosos rumores ya difícilmente verificables: que si era tartamudo y epiléptico; que si era un zurdo reprimido y avergonzado de su propia represión; que si, además de pederasta hasta su médula geométrica y algebráica, le daba al láudano como si no hubiera un mañana opiáceo; que si bajo su aspecto de soñador inofensivo había comenzado a desprostituir a lo bestia el londinense barrio de Whitechapel bajo el apodo de Jack el destripador... Como diría la Alicia interespecular: “Sabía quién era esta mañana, pero he cambiado varias veces desde entonces”.

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