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Lunes, 25 de septiembre 2017, 01:03
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Daniel Dayan y Elihu Katz lo escribieron hace dos décadas en su libro 'La historia en directo'. Según explicaron, el poder simbólico de la televisión radicaba en el magma de la emisión en vivo. Ese que incluso ahora en la era digital sigue siendo el imán que nos engancha a las narraciones audiovisuales. Para ellos esta fuerza se podía condensar en tres categorías, casi el 'ABC' de todo éxito televisivo; o mejor dicho, el 'CCC', a saber: las competiciones, las conquistas y las ceremonias.
Claro que ellos citaban a las luchas futbolísticas o políticas (como las elecciones); a las conquistas de la Humanidad (como la llegada a la Luna); a las ceremonias o fastos del poder (como las bodas reales). Allá por 1995 era difícil augurar que a estas alturas todos, o casi todos, emitiríamos nuestros propios directos en las redes: aunque no, claramente no todas merezcan pasar a la Historia. Ahora vivimos rodeados de 'historias' mínimas, propias o ajenas. Y cuidadito porque el personal le está cogiendo el gusto a hacerlo también por Whatsapp.
Con este trastoque, con la mezcla de lo banal y lo importante, hemos cambiado y también lo ha hecho la televisión. De esta suerte el otoño recién iniciado nos inunda, aparte de otras tensiones y desgracias, de competiciones, conquistas y ceremonias, vale, pero ahora encapsuladas en formatos que lo dan todo en un tres por uno, sean 'talents' o 'reality shows'. Así que ya hemos conocido nada menos que a ¡100! posibles concursantes de 'Gran Hermano', además de a una nueva tanda de estrellas en 'La Voz' (con las malagueñas Genara Cortés o Laura apuntando alto). Por no hablarles de los solteros que buscan pareja, solos o con tutores legales; o de los cantantes de sevillanas; o de las familias con sobrepeso; o de los que invitan a cenar a su casa; o de los triunfitos que amenazan con volver en octubre. Normal que no demos abasto y que ya ni nos asombre ver a Piolín en el telediario. Dicen que la televisión lo devora todo; por suerte, como a todas las cosas simples, al final aquí quien nos devora es el tiempo.
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