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Un aplauso para Cristina Consuegra (segunda por la derecha) durante la presentación el miércoles de 'Coordenadas'. FRANCIS SILVA
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Domingo, 19 de noviembre 2017, 09:48

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He tenido la suerte extraordinaria que haber crecido entre mujeres. Único hijo, único sobrino y único nieto varón durante toda mi infancia y adolescencia, cada ocurrencia en las reuniones familiares era celebrada con entusiasmo por un público fiel de tías, abuela y tías abuelas. Creo que esa cálida placenta emocional en la que viví durante tantos años me ha salvado de algunos abismos y por si fuera poca breva, aquel regazo invisible encontró desde muy pronto a una madre trabajadora dentro y fuera de la casa que nos crió a mis hermanas y a mí como a iguales. Ese matriarcado ha encontrado además el contrapeso de un padre inteligente y sensible, más moderno de lo que jamás haya pensado de sí mismo, quizá porque aplica esa conciencia igualitaria como todo lo que ha hecho en la vida: con generosidad y convicción, sin darse importancia.

(Conciliación: Terminar la jornada laboral a las 17 h. Va por vosotros también)

Por eso me parece lo más normal del mundo que después de casi veinte años escribiendo aquí, la mayor parte de ese tiempo haya tenido jefas. Me hago cargo de que no es la tónica habitual ahí fuera, pero para mí ha sido una suerte de prolongación natural de lo vivido en casa. Para cerrar el círculo, o quizá abrir uno nuevo, el estreno en la paternidad llegó con una hija, así que cuando andaba soltando a Edipo empecé con Electra. Creo que nada ha cambiado tanto mi manera de ver mundo como el hecho de tener una hija. No hijos, así en genérico, sino una hija. Noticias que antes dolían ahora te abren en canal por dentro, chistes que siempre te hicieron gracia ahora tienen un sabor rancio y actitudes que hasta hace dos años y once meses te parecían asumibles ahora te sublevan sin remedio. Y todo eso, sin olvidar que apenas rascas la superficie de un asunto profundo y crucial en el que la mayor parte del tiempo sigues estando del lado de la manada dominante, ya sea por acción o por omisión.

(Lenguaje: Construye realidades a través del uso, no de la norma. La evolución del lenguaje es una fusión de la vanguardia y el consenso social)

Por eso esta semana abro las páginas de 'Coordenadas. Pensar la sociedad en clave feminista' (Fundación Málaga) como quien abre una ventana y un espejo, una brújula y un árbol genealógico. Porque esta idea salida de la cabeza de Cristina Consuegra es, ante todo, un libro luminoso, capaz de ponerte frente a tus miedos y esperanzas, ante tus anhelos y carencias. Dieciséis mujeres y tres hombres firman ensayos sobre crianza y menopausia, deporte y series de televisión, cuidados y filosofía, la vida cotidiana y los grandes retos de la sociedad occidental contemporánea. Un libro maravilloso sobre un asunto urgente. Textos de Laura Freixas, Berta Ares -qué belleza-, María Luisa Balaguer, Concepción Cascajosa, Juana Gallego y Toño Fraguas, por citar algunos, subrayados y marcados con separadores, como aquí algunas entradas entre paréntesis del 'Diccionario feminista para machistas con poco tiempo' de Beatriz Rodríguez.

(Nariz: Lo que te voy a partir como vuelvas a ponerme la mano encima)

«La familia como un grupo de jazz y la vida como una 'jam session'» escribe Rosario Izquierdo en su ensayo 'Todas las edades'. Seguir leyendo y toparte con un párrafo como contra el muro de sus temores más duros: «Sería mejor tal vez dar otras herramientas a tu hija, no reforzar su condición de víctima posible, no enseñarla a ser víctima, sino por el contrario a ser más libre todavía, que no tema a los hombres ni a las leyes y aprenda a luchar contra cualquier forma de abuso de poder sobre cualquier cuerpo, sobre cualquier persona».

(Zorra: Lo que me llamas cuando tienes miedo)

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