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Francisco Gómez Reyes, ayer, en su despacho del edificio Alfil de Marbella
Un imperio malagueño en cinemascope

Un imperio malagueño en cinemascope

Francisco Gómez Reyes, creador del mayor grupo exhibidor de Málaga con hasta 42 salas, recibe el homenaje del cine andaluz

Francisco Griñán

Viernes, 20 de enero 2017, 01:42

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Uno de sus cines asomaba su marquesina sobre el Llano de la Trinidad de la capital proclamando que se llamaba Emperador. Y aunque el que fue su propietario niega que fuera autobiográfico, lo cierto es que ese nombre define a la perfección a Francisco Gómez Reyes, el empresario marbella que construyó el mayor imperio de exhibición cinematográfica de Andalucía. En los años setenta y ochenta llegó a contar con 42 salas desde Algeciras hasta Vélez. Ypor el norte extendió sus butacas hasta Córdoba. «Me hacía 70.000 kilómetros en el coche cada año», asegura el exhibidor, que también se metió a productor de la mano de su amigo José María Forqué. En Málaga llegó a controlar hasta ocho pantallas, con el Circuito Palacio del Cine que se disputaba los espectadores con el otro gran grupo de la época, Astoria. «Nada de multisalas, sino grandes salones de mil y más butacas», recuerda el empresario, que recibirá el próximo sábado 28 de enero el Premio Asecan Industria del cine andaluz.

«Tenía una fuerza tan grande que me permitía elegir los mejores estrenos, aunque considero que mi mayor mérito es haber sido productor de cine», explica Gómez Reyes, que resume de manera gráfica su entrada en la compañía Orfeo junto a su socio y amigo José María Forqué: «Él rodaba las películas y yo las pagaba». Ytodavía se acuerda de algunas cantidades, como los doce millones de pesetas de la época unos 72.000 euros de hoy día que costó No es nada mamá, solo un juego (1974), un drama con su toque de thriller y «morbo» apunta que se rodó en Venezuela con el «bonachón» Paco Rabal, la italiana Alida Valli y el británico David Hemmings, que se había convertido en toda una estrella internacional después de protagonizar para Antonioni la mítica Blow up. «Sólo al actor inglés le pagamos unos dos millones, pero me daba igual porque el dinero entraba por las taquillas como un río», reconoce. Solo hay que ver los números de esta olvidada cinta de Forqué para comprobar sus palabras: recaudó cinco veces más de lo que costó, 66 millones de pesetas unos 400.000 euros de hoy. «Además la vendimos en todo el mundo gracias a su reparto», apostilla el también productor de la célebre Madrid, Costa Fleming.

Aunque su primer negocio fue una carpintería, entró en el negocio del cinemaScope en los años cincuenta con la sala Lid de Marbella. Después llegó el Alfil, que tomó su nombre de un tablero de ajedrez que cubría la fachada del local. Una pieza del juego que sigue dando nombre a este grupo familiar. En los 60 expandió el tablero y el alfil comenzó a comerse torres, reinas y algún que otro rey. En Málaga jugó partidas maestras, donde arrancó con un peón, el cine Aleixandre (antiguo Royal), y fue conquistando casillas cada vez más valiosas con el Palacio del Cine (Capitol), Emperador (Plus Ultra), Regio, Zayla, París, Lope de Vega (en Pedregalejo) y, finalmente, coronó la jugada con el emblemático Albéniz. «Mis salas eran las mejores y, cuando llegó la moda de las multisalas en los 80, las adaptamos, pero aquello solo sirvió durante un tiempo por lo que opté por ir dejando el negocio», admite el exhibidor que vivió éxitos arrolladores como el estreno en exclusiva de Tiburón (1975).

Francisco Gómez hace recuento de aquellas salas que alimentaron los sueños de película de miles de malagueños desde su despacho del Edificio Alfil de Marbella, el mismo que antes ocupaba su cine homónimo y que hoy alberga oficinas y el prosaico Registro de la Propiedad. A sus 92 años, el exhibidor y productor sigue acudiendo a diario a su empresa, aunque confiesa que ahora son los «niños» quienes la llevan. Se refiere a sus seis hijos, que han diversificado la actividad, aunque mantienen un cine. Bueno, en realidad es una multisala, está en Fuengirola y anuncia en su fachada que a su dueño le gusta el ajedrez: el Alfil. Un hombre al que ahora premian por ser un maestro del jaque mate en las taquillas.

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