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Stanley Kubrick en un momento del angustioso rodaje de ‘El Resplandor’.
Tiranos detrás de la cámara

Tiranos detrás de la cámara

Kubrick martirizó a Shelley Duvall en ‘El Resplandor’ hasta que se le cayó el pelo, Björk acusó a Von Trier de destrozar a las mujeres, Kim Bassinger fue ninguneada en el rodaje de ‘Nueve semanas y media’... «Ser actor es una profesión de riesgo»

PPLL

Viernes, 9 de diciembre 2016, 00:32

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Prohibió al equipo que entablara amistad con ella, le hizo repetir las tomas más duras hasta la extenuación y le quitó frases del guión con el único fin de minar su moral. Funcionó. Con El Resplandor, Stanley Kubrick firmó en 1980 una de las películas de terror más celebradas de la historia del cine y Shelley Duvall, el papel de su carrera. Pero la factura fue demasiado alta. Las lágrimas que derrama en pantalla son reales.

¿Hace falta ser un tirano para dirigir una obra maestra? «No creo que se necesite torturar a los actores para conseguir lo que quieres, yo lo que hago es escogerlos muy bien, y una vez hecha la selección te vas a donde sea con ellos», afirma la directora Isabel Coixet. Sin embargo, la historia del cine ha dejado muchos ejemplos de cineastas que han llevado al límite a los intérpretes para provocar el estado de ánimo que requería el personaje. El caso más dramático es el de Martin Sheen, que llegó a sufrir un infarto durante el tortuoso rodaje de Apocalypse Now, a las órdenes de Francis Ford Coppola.

«La interpretación es una profesión muy arriesgada desde el punto de vista emocional», advierte la psicoanalista Helena Trujillo. «Por la relación de poder, de dependencia y la tensión que establecen durante un rodaje, es relativamente fácil que el director pueda generar un desequilibrio emocional en los actores». En El Resplandor, Shelley Duvall sufrió varios ataques de ansiedad, hasta el punto de que el pelo se le caía a mechones. La tortura se prolongó durante más de un año por el perfeccionismo enfermizo del director. Hasta 127 veces tuvo que repetir la famosa escena en la que ella aguarda armada con un bate de béisbol a su marido trastornado. Jack Nicholson llegó a afirmar que Duvall se había enfrentado al «trabajo más duro que he visto en un intérprete».

«Para asumir un papel de esas características debería exigirse cierto grado de fortaleza emocional», sostiene Trujillo. No era el caso. Duvall no tenía demasiada experiencia como actriz, se encontraba desubicada en el set y arrastraba las consecuencias de una reciente ruptura. Kubrick se empeñó en que fuera ella la elegida, contra al criterio de los productores. El rodaje la sumió en una profunda depresión que terminó de desbaratar su endeble salud mental. Hace unos días Duvall apareció en televisión dando claras muestras de haber perdido el norte. Es arriesgado achacar al cineasta sus problemas mentales, pero ella misma reconoció que su deterioro comenzó en aquel rodaje.

Las inseguridades de Kim Bassinger fueron los cimientos sobre los que se construyó su personaje en Nueve semanas y media. Kathleen Turner había rechazado el papel y el director, Adrian Lyne, no confiaba demasiado en las dotes interpretativas de la entonces chica Bond. Su estrategia fue minar su moral hasta provocar en ella la crisis que atravesaba en la ficción. Dio instrucciones al equipo para que la ignorase y a Mickey Rourke para que la maltratara psicológicamente. Las escenas se rodaron en orden cronológico precisamente para que la degradación de la artista coincidiera con la de su personaje. Bassinger confesó en las entrevistas de promoción que estuvo «aterrorizada» durante toda la grabación.

A veces es la propia inestabilidad del actor la que tortura al cineasta. Los repentinos ataques de ira que padecía Klaus Kinski fascinaban a Werner Herzog, director con alma de documentalista. Hicieron juntos cinco películas en las que cimentaron una estrecha relación personal que oscilaba entre la amistad y el odio. Acabaron como el rosario de la aurora.

«Excesos sádicos»

«Los excesos sádicos de los directores o la aceptación masoquista de determinados actores o actrices se han dado sobre todo en tiempos en los que la dirección cobraba tintes incluso militaristas», apunta el veterano cineasta Gonzalo Suárez. De dictadura podría calificarse lo que vivió Tippi Hedren a la sombra de Alfred Hitchcock. La actriz no sólo salió malherida del rodaje de Los Pájaros fue sometida a un ataque real de aves que le provocó magulladuras y cuadros de pánico, sino que su calvario continuaba cuando las cámaras dejaban de grabar. En sus memorias, publicadas hace apenas un mes, Hedren describe episodios de intimidación por parte del director que rozaban la agresión sexual. «Se volvió terriblemente posesivo, y me dirigía miradas inquebrantables si me veía hablando con otro hombre».

Puede que la tensión que vivió durante el rodaje enriqueciera su interpretación, pero no cabe duda de que el cineasta abrigaba intereses espurios. Hedren no lo denunció entonces «en los años 60 no existía la palabra acoso», pero tampoco accedió a satisfacer los deseos de uno de los hombres más poderosos del cine. «Me decía si te vas, arruinaré tu carrera, y lo hizo, pero al menos no dejé que arruinara mi vida».

Sobre esa delgada línea entre lo profesional y lo personal osciló el trabajo de Lea Seydoux en La vida de Adele. Ella y su compañera de reparto, Adele Exarchopoulos, se quejaron en varias entrevistas de la «tortura» que supuso trabajar con el director Abdellatif Kechiche. Les hizo repetir las escenas de cama hasta un centenar de veces. «Resultó humillante. A veces me sentía en una trampa, otras, en una pesadilla», confesó Seydoux. La cinta ganó la Palma de Oro en Cannes, pero las actrices aseguraron que nunca volverían a trabajar con el director.

«Es importante velar por los afectos, facilitar la comunicación y aligerar la tensión que se generan en un rodaje», prescribe Trujillo. La psicoterapeuta asesora a actores y directores y asegura que «los rodajes sin neurosis son más cortos, más baratos y tienen un menor coste emocional». Uno de los más conflictivos que se recuerdan es el de Chinatown, con Roman Polanski tocado por la muerte de su mujer y Faye Dunaway ejerciendo de diva. Las discusiones entre ambos traspasaron todos los límites. Él le arrancó un mechón de pelo que sobresalía del peinado, ella le arrojó un vaso lleno de orina después de que le negara una pausa para ir al baño.

Lars von Trier también tuvo discusiones durísimas durante el rodaje del musical Bailar en la oscuridad. La protagonista, Björk, llegó a abandonar el rodaje para desaparecer durante varios días. «Está necesitado de una mujer para poder llegar a canalizar su creatividad. Y las envidia y las odia por ello, así que necesita destrozarlas cuando rueda con ellas», afirmó después la cantante islandesa. Él reconoció que el trabajo había sido «horrible, pero muy beneficioso» para la película. Igual que la angustia de Shelley Duvall enriqueció El Resplandor, a pesar de sus consecuencias. Kubrick nunca llegó a disculparse con ella, pero parece que su hija Vivian ha heredado la mala conciencia. Lleva unas semanas recaudando fondos para que la actriz reciba tratamiento psiquiátrico.

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