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Frank Capra firmó en 1946 el gran clásico navideño, con James Stewart y Donna Reed.
Los grandes clásicos del cine que vuelven por Navidad

Los grandes clásicos del cine que vuelven por Navidad

Cada año por estas fechas el cine navideño regresa a las carteleras. Una tradición que ofrece títulos memorables y más de una rareza

miguel ángel oeste

Domingo, 27 de diciembre 2015, 15:09

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UNO. Como si fuese el famoso anuncio de turrones El Almendro, que vuelve a casa por Navidad, cada diciembre el cine navideño regresa a las carteleras, mientras las ciudades son decoradas de luces de todos los colores y de todas las formas, la gente se echa a la calle a festejar el espejismo de los buenos sentimientos, a comprar lotería por si acaso, los restaurantes hacen su agosto con comidas multitudinarias, las familias se reúnen el día de Nochebuena para reconciliarse, disimular la hipocresía, discutir después de todo el año sin verse (y hasta el año que viene), y también, por supuesto, disfrutar de eso que se ha llamado el sentimiento o espíritu navideño, o más bien, más actual, más moderno, la sociedad entra en modo Navidad. Buenos sentimientos y felicidad. Una festividad cristiana y a la vez pagana. O lo que es lo mismo, ambigua y contradictoria y, claro, muy humana. A la vez, según esa Wikipedia que según algunos neurólogos puede ocasionar Alzheimer, marcada de tradiciones: los aguinaldos, los villancicos, los belenes, el árbol de Navidad, y dejarse los ahorros en regalos y comidas y cenas y lo que surja, porque es Navidad. Y, de paso, por qué no, acudir al cine a ver una película con toda la familia. Porque como la fruta de temporada, la Navidad tiene sus películas de temporada. Historias que transitan por una serie de géneros: comedia, melodrama, animación, aventura, acción y fantástico. Aunque lo habitual es que se mezclen, que juguetee un género con el otro, o todos a la vez. Al mismo tiempo.

DOS. El escritor Gilbert Keith Chesterton dio en la diana cuando dijo: «El misterio de la Navidad es, de algún modo, el misterio de Dickens (...) porque fue él quien dedicó buena parte de su genio a describir la felicidad reinventando el significado y sentido de la Navidad tal como la conocemos hoy». Y uno se pregunta cómo es esa Navidad en la actualidad si la imagen que tiene de tan singulares fechas viene representada por el cine. La imagen de una Navidad dulce. De modo que el objetivo de las historias sea mostrar la parte sensible y buena del ser humano, después de un año con tantas historias oscuras o simplemente reales. Aunque no siempre es así. Con el transcurso de los años y las películas, la imagen que el cine ha mostrado no es tan suave ni apacible. Ni mucho menos. Entonces, la imagen de una Navidad desagradable, en la que las historias y los personajes odien la Navidad y la consideren la época más hipócrita del año, en la que predominen suicidios, dramáticas reuniones familiares y cualquier cosa pueda ocurrir. Una u otra no dejan de ser un simulacro. S.O.S Navidad. ¿La Navidad es la emoción de la familia Bailey en ¡Qué bello es vivir! o es la encarnación de ese Santa Claus cínico, borracho y ladrón con el rostro de Billy Bob Thornton en Bad Santa? ¿O las dos imágenes, al mismo tiempo, unidas y mezcladas?

TRES. La imagen que el cine ha dado de estas fiestas muta, cambia, se parece en la actualidad a un holograma. Poco o nada se parecen ciertas películas recientes a películas cálidas donde hace frío y nieva, en las que se canta y se baila con números y música de Irving Berlin. El agradable musical White Christmas (Michael Curtiz, 1954), donde dos amigos del ejército interpretados por Bing Crosby y Danny Kaye se unen después de la guerra para formar un conjunto musical y se enamoran de un par de hermanas cantantes a las que dan vida Vera-Ellen y Rosemary Clooney. Y de paso saldar una deuda y ser felices y comer perdices. Cuentos como De ilusión también se vive (George Seaton, 1947), en el que una niña con el rostro angelical de Natalie Wood no cree en la Navidad, hasta que el verdadero Papá Noel (Edmund Gwenn obtuvo el Oscar por este papel) sustituye a uno borracho en unos grandes almacenes y la situación se invertirá. Comedias chispeantes como Navidades en julio (Preston Sturges, 1940), en la que se pone patas arriba el sueño americano y el concepto navideño. Comedias románticas, como la deliciosa, exquisita, Recuerdo de una noche (Mitchell Leisen, 1940), en la que la Navidad y el hogar de Fred MacMurray terminará redimiendo a una ladrona con el carisma de Barbara Stanwick. Portentosa actriz que también protagoniza Cena de navidad (Peter Godfrey, 1945), donde da vida a un reportera mentirosa que se enfrentará a su fingimiento el día de Navidad. O la adaptación del libro homónimo de Charles Dickens, Cuento de navidad (Brian Desmond Hurst, 1951), la historia del avaro y cruel Scrooge, ecos que se extienden de un modo u otro en muchas películas. O la comedia espiritual La mujer del obispo (Henry Koster, 1947), donde también se simula ser quien no se es. Y otros muchos títulos en los que las fiestas navideñas y el fin de año funcionan como catalizadores de los sentimientos de los personajes: El apartamento (Billy Wilder, 1960) o Mujercitas (Mervyn LeRoy, 1949), por citar dos clásicos evidentes. Melancolía, nostalgia, proyectarse desde la representación, que es el mejor halago de la representación de la Navidad. Pues en todas las propuestas de aquellas décadas de los cuarenta a los sesenta el espíritu navideño resulta reparador. Como los polvitos de Campanilla para que Wendy y sus hermanos vuelen al País de Nunca Jamás, los sentimientos que derrocha la Navidad convirten a los personajes de estas películas en mejores personas que terminan volando libres de ataduras y falsedades.

CUATRO. Por encima de todas hay otra: la película canónica. La que más veces se ha visto en estas fechas y la que casi todo el mundo quiere imitar: ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946). La historia de un tipo bueno con mala suerte, George Bailey, y de Clarence, un Ángel que aún no ha conseguido las alas. Una película aparentemente amable, pero imbuida del lado oscuro del concepto navideño que tan bien supo ver Dickens y transmitir Capra. Una película amarga, triste, poderosamente empática y con un final ambiguo, emocionante, sí, pero ¿feliz? George Bailey quiere abandonar su pueblo, Bedford Falls, algo que jamás logrará, atrapado, condenado a hacer el bien y a combatir al Scrooge de turno, que en la película se llama Mr. Potter. Y es que el bueno de Bailey vira hacia la desesperación y después de la onda expansiva de la Navidad, ¿qué? Así que en las cintas de Navidad predominan personajes con mala suerte, solitarios, soñadores, idealistas, personajes buenos que se olvidaron que eran buenos y actúan como malos, ángeles y demonios y fantasmas (propios y ajenos), pero también variados/as Santa Claus, brujas, elfos, niños, animales antropomórficos entre una larga lista que encabeza George Bailey, enfundado en James Stewart.

CINCO. A Plácido (Luis García Berlanga, 1960) le sucede algo similar a ¡Qué bello es vivir!. En la aparente humanidad estalla la descarada, dolorosa, hiriente verdad de esta mordaz película en la que se llevaba a un pobre a la mesa el día de Nochebuena. Y por qué no permitir el 24 todo tipo de atropellos y el resto del año ser buenos como propugna el espíritu navideño que tanto brillo saca a la tarjeta de crédito. Sea como fuere, el cine patrio también ha retratado esta festividad desde la defensa del matrimonio y la familia tradicional como en Navidades en junio (Tulio Demichelli, 1960) o La gran familia (Fernando Palacios, 1962); costumbristas, con su dosis crítica, como Un millón en la basura (José María Forqué, 1967); delirantes comedias de barrio como ¡Se armó el Belén! (José Luis Sáenz de Heredia, 1970); o films recientes, Noche de Reyes (Miguel Bardem, 2001), también una comedia disparata y olvidable como la anterior.

SEIS. Nada que ver con la mala leche de Bad Santa (Terry Zwigoff, 2003), una diatriba contra el consumismo de estas fiestas; o la comedia gamberra Fred Claus (David Dobkin, 2007), protagonizada por el carismático Vince Vaughn, y que propone algo así como: ¿qué sucedería si Santa Claus tuviera un hermano disoluto?; o películas más convencionales, familiares y blandas como Family Man (Brett Ratner, 2000); Elf (Jon Favreau, 2003) o El Grinch (Ron Howard, 1999). Pero la Navidad va más allá de las historias en las que es el eje, ya que es un paso obligado en los guiones que cuentan el desarrollo de un año en la vida de los personajes, por ejemplo la secuencia final de Ricas y famosas (George Cukor, 1981).

SIETE. ¿Qué podremos ver esta Navidad además del capítulo siete de Star Wars? El híbrido de comedia y terror, Krampus. Maldita Navidad de Michael Dougherty, que busca deformar el cuento de Disney y darle la vuelta a la unidad familiar tan defendida en estas fechas. Los tres reyes malos de Jonathan Levine, una comedia de desmadre de jóvenes que se resisten a madurar con el añadido de la Navidad. La familiar Navidades, ¿bien o en familia? de Jessie Nelson, que parte del convencional planteamiento de reunir a varias generaciones de una familia durante la cena de Nochebuena. Y es que la Navidad es un subgénero que tiene sus reglas, su estructura, sus acuerdos y desacuerdos e incluso las películas más singulares caen de una u otra manera en sus repetidos villancicos. Precisamente, en la repetición de las formas, independientemente del género, encuentra su público, su acomodo y la lectura de sus claves.

OCHO. La Navidad siempre será la Navidad, aunque se cambien títulos o se hagan otros regalos o se modifiquen hábitos y costumbres. El espíritu de bondad inoculará hasta en los más rencorosos y crueles. Y las peleas, si las hay, darán paso a las reconciliaciones. Y el amor, el desprendimiento, la solidaridad, los buenos propósitos se extenderán como una plaga con fecha de caducidad. Así lo representa el cine. O una parte mayoritaria. Donde villanos y héroes terminan haciéndose amigos. Mientras, en Nochebuena, millones de familias, después de emitir la película canónica sobre la Navidad, se quedan contemplando aún la pantalla para ver qué sucede con George Bailey, para ver si es un espejismo o realidad, pero entonces aparece cantando Raphael en ese sempiterno programa grabado de números musicales. ¡Whom!

O mejor: ¡Feliz Navidad!

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