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Alfred Hitchcock.
Treinta y cinco años sin el maestro del suspense

Treinta y cinco años sin el maestro del suspense

'Psicosis', 'Con la muerte en los talones' o 'La ventana indiscreta' forman parte del formidable legado que dejó Alfred Hitchcock

Óscar Bellot

Miércoles, 29 de abril 2015, 07:55

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Seguramente no haya ningún género cinematográfico que deba tanto a un director como el suspense a Alfred Hitchcock. Ni siquiera John Ford, con el western, alcanzó las cotas a las que elevó el británico la intriga. Su vinculación fue tan estrecha que uno no podría entenderse sin el otro, y viceversa. El maestro del suspense, de cuya muerte se cumplen este miércoles 35 años, alteró para siempre los códigos del discurso narrativo y fijó los parámetros por los que habrían de regirse cuantos vendrían después. Muchos tratarían de imitarlo, pero siempre se quedarían a medio camino, toda vez que su genio, como el de los más grandes, es inaprensible. De ahí que el puñado de obras maestras que entregó como legado no hayan perdido un ápice de su fuerza pese a las décadas transcurridas desde su estreno y conserven su vigor en un mundo que ya parece incapaz de asombrarse ante la maldad que sacude sus cuatro puntos cardinales.

"Esto es lo que le pasa a los chicos malos", reza el epitafio que mandó colocar en su tumba este hijo de unos comerciantes de verduras que se jactaba de no encontrarse a gusto "dentro de lo corriente, de lo cotidiano". Su espacio lo halló en las profundidades del alma humana, capaz a veces de lo mejor, pero en muchas otras ocasiones, también de lo peor. Y escarbando en ellas hizo buena otra de sus sentencias: "Incluso mis fracasos han hecho dinero y se han hecho clásicos un año después de rodarlos". No hay más que repasar su filmografía para dar fe de ello.

Desde que en 1922 rodase su primer filme, 'El número 13', inconcluso a causa de la decisión de la Paramount de echar el cierre a los estudios que le daban cobijo, hasta que en 1976 pusiese fin a su andadura tras las cámaras con 'La trama', el orondo realizador pergeñó más de medio centenar de películas, emocionó y asustó a medio mundo, hizo sudar a algunos de los ejecutivos más poderosos de la industria, descubrió un puñado de estrellas y marcó para siempre a unas cuantas actrices que quedarían para siempre divididas entre el reverencial respeto que profesaban hacia el cineasta y el temor que les suscitaba su incontrolable libido.

Patentó innovaciones de las que hoy siguen sirviéndose realizadores de lo más variado, sentó cátedra también en la pequeña pantalla con la serie 'Alfred Hitchcock presenta' e incluso tuvo tiempo de convertirse en un icono publicitario. Fue, en definitiva, una de las figuras más importantes de la cultura del siglo XX, por mucho que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos le negase siempre el Oscar al mejor director. Hasta en cinco ocasiones estuvo nominado este hombre que se educó con los jesuitas y que hubo de abandonar sus estudios de Ingeniería a raíz de la muerte de su padre. Un borrón imperdonable en la trayectoria de la institución del que trató de resarcirse con la concesión en 1968 del premio Irving G. Thalberg, que venía a reconocer su impagable aportación al séptimo arte. A sus manos fue a parar también otra de las distinciones más importantes de cuantas se entregan a título honorífico dentro de la industria cinematográfica, el galardón Cecil B. DeMille.

Magras recompensas todas ellas para un mito cuya mayor recompensa fue siempre el cariño del público hacia sus largometrajes. Poco le importaban las críticas de quienes le acusaban de entregarse a los deseos de los espectadores o de articular una y otra vez filmes que pivotaban en torno a los mismos códigos. Él se sentía deudor de quienes se acomodaban en las butacas y no dudaba en hacerles guiños efectuando breves cameos en sus cintas.

Una huella imborrable

El tiempo le daría la razón. Hoy, 35 años después de su muerte, varias de ellas figuran entre las más importantes de la historia. Cuatro de sus títulos aparecen en el 'top ten' de la lista del American Film Institute consagrada a lo mejor del suspense. Un ranking que encabeza 'Vértigo. De entre los muertos', filmada en 1958 con un James Stewart magistral en el papel de un detective reclutado para vigilar a la esposa (Kim Novak) de un compañero cuyos problemas psicológicos llevan a protagonizar diversos intentos de suicidio. En el tercer puesto figura 'La ventana indiscreta' (1955), nuevamente con Stewart en el rol estelar, el de un hombre que se dedica a otear desde su silla de ruedas cuanto ocurre en su vecindario y que, con la complicidad de su novia (Grace Kelly), trata de resolver un misterioso suceso. En el séptimo lugar se sitúa 'Con la muerte en los talones' (1959), donde Cary Grant interpretaba a un publicista que se veía atrapado en una rocambolesca situación al ser confundido por unos espías con un agente al servicio del gobierno. Y en el noveno, 'Crimen perfecto' (1954), cinta en la que Grace Kelly era víctima de su maquiavélico marido (Ray Milland).

Pero si hay una película que sobresalga entre todas las que rodó Hitchcock, esa no es otra que 'Psicosis' (1960). En ella, el realizador británico trasladaba al espectador a un espeluznante motel de carretera regentado por Norman Bates, un tétrico personaje al que puso rostro Anthony Perkins que no paraba de hablar con su madre muerta. La escena de la ducha, con el grito desesperado de Janet Leigh al ver la silueta de un cuchillo tras la cortina, sigue provocando pesadillas por muchas revisiones que se le den a la cinta.

Incontrolable libido

Y aún habría que hablar de muchas más. 'Rebeca' (1947), con Joan Fontaine en la piel de una inocente joven cuyos sueños de prosperidad quedaban rotos por los fantasmas de pasado que habitaban en Manderley, la mansión de su marido; 'Extraños en un tren' (1951), la adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith y protagonizada por Farley Granger a partir de un guión en cuya redacción intervino el mismísimo Raymond Chandler; 'Atrapa a un ladrón' (1955), que ponía frente a frente a un ratero con el rostro de Cary Grant y a una bella joven con la silueta de Grace Kelly, con la Riviera francesa como marco; 'Los pájaros' (1963), donde Tippi Hedren se veía acosada por miles de aves que desataban el pánico en San Francisco; o 'Marnie, la ladrona' (1964), nuevamente con Tippi Hedren al frente de un reparto estelar que también incluía a Sean Connery y Diane Baker.

La lista, interminable, testimonia la inagotable maestría de Hitchcock, en cuya mente bucearía Sacha Gervasi en un filme homónimo en el que otro genio, Anthony Hopkins desnudaría las obsesiones tanto del cineasta como del hombre de carne y hueso, tutor a la par que acosador de sus estrellas, mujeres como Tippi Hedren, Grace Kelly, Kim Novak, Vera Miles o Janet Leigh que debieron aprender a lidiar con un varón que se jactaba de perseguir para sus películas a "verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio". Féminas, todas ellas rubias y de mirada glacial, en las antípodas de quien permanecería a su lado por espacio de más de cinco décadas, Alma Reville. Baja, pelirroja, poco femenina y de gesto adusto, esta asistenta de dirección que conoció al cineasta a comienzos de los años veinte, habría de soportar que caminase tras las faldas de algunas de las estrellas más codiciadas del planeta. Todo con tal de permanecer junto al mito a quien hoy el mundo recuerda con motivo del 35 aniversario de su muerte.

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