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Miércoles, 21 de febrero 2018, 00:07
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Vaya por delante que la Catedral de Málaga está perfectamente inacabada. Supongo que esta opinión está construida sobre varias décadas de relación mutua. Siempre la he (re)conocido así, aparentemente terminada, aunque le falte una torre y el remate del frontón de su fachada. 'La Manquita' tiene su personalidad y conservarla tal y como está no es un disparate. Puestos a invertir, su gran urgencia son esos problemas de humedades y filtraciones que vemos como un castigo divino sin solución cuando el cielo cae sobre nuestras cabezas y, especialmente, sobre la sesera agrietada del templo.
La semana pasada, el artista Juan Garaizábal llegó con una sugerencia diferente. Propuso concluir la segunda torre con unos bocetos que coronan la iglesia con una estructura de acero. Una idea original, contemporánea y atractiva para lo que hasta ahora había planteado el plan director avalado por el Obispado: seguir los planos originales que datan de la época en la que la piedra era prácticamente el único material constructivo. Pero más allá de que guste más o menos unos diseños u otros, la gran revelación de Garaizábal ha sido que terminar el templo malagueño no es el verdadero debate. La discusión fundamental es cómo concluir la Catedral. Un diálogo que, desafortunadamente, no ha existido.
Puestos a poner la última piedra -o barra- a la seo, habría que darle la razón a los que apelan a la historia. Porque si tomamos como ejemplo el propio templo, resulta que sus primeros trazos fueron góticos, su construcción se desarrolló con el estilo renacentista que es el que prevalece y despuntó hacía el cielo con ese horror vacui que se hizo grande en el barroco. La Catedral de la Encarnación de Málaga es fruto de su tiempo. O más bien de sus épocas, ya que su construcción se alargó entre comienzos del siglo XVI y finales del XVIII. Y para su terminación no tiene mucho sentido recuperar los planos originales y terminarla como si estos dos últimos siglos no hubieran existido. Merece la pena no traicionar su propia historia y convocar un concurso de ideas. Para que cuando esté terminada no veamos un engaño, sino una antigua catedral que se concluyó en el siglo XXI.
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