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Obras de Irene Sánchez Moreno. SUR
Buscar refugio

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Crítica de Arte ·

Irene Sánchez Moreno representa una Naturaleza inhóspita merced a los desolados paisajes de alta montaña que poseen un eco sublime y amenazante

Juan Francisco Rueda

Sábado, 2 de diciembre 2017, 00:33

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Irene Sánchez Moreno (Granada, 1983) no sólo ha sabido definir en los últimos años un lenguaje pictórico que la identifica, también ha generado un universo reconocible consagrado al paisaje de montaña y en el que la Naturaleza se muestra rotunda, áspera y poco acogedora. Esta exposición individual en Casa Sostoa sirve como perfecta ilustración de esta consecución de un estilo y repertorio temático propios, algo nada sencillo, fruto de un proceso de decantación en el que, por ejemplo, la figura humana prácticamente ha desaparecido respecto a obras anteriores a 2015.

‘Como si nada hubiera sido antes’

  • Autor: Irene Sánchez Moreno.

  • Exposición: 11 obras la componen; 9 de ellas son pinturas (óleo sobre lienzo), de distinto tamaño y formato (rectangulares y un tondo). A excepción de una de ellas, todas están realizadas en 2017. La pieza central es una intervención pictórica (acrílico) sobre una de las paredes del estudio. Junto a ésta, en el cuarto de invitados, la artista desarrolla una instalación pictórica que ha de verse a través de la cerradura.

  • Comisario: Pedro Alarcón.

  • Lugar: Casa Sostoa. Héroe de Sostoa 142, Málaga.

  • Fecha: Hasta el 17 de diciembre.

  • Horario: Previa cita en casasostoa.es o en facebook.com/casasostoa

La Naturaleza no está formulada en la obra de Sánchez sólo a través de su magnitud y carácter insondable, propias de lo romántico y lo sublime, que bastaría para ‘empequeñecernos’, para hacernos sentir nuestra finitud e insignificancia ante ella, sino que esos escenarios de alta montaña se muestran inhóspitos. En esos escenarios apenas hay vida dada las duras condiciones. Son lugares yermos, dominados por la inerte roca de esos macizos y la nieve que los cubre parcialmente, aflorando puntualmente, como únicos cantos a la vida, pequeños prados verdes que salpican el paisaje: ni un árbol, ni un animal, ni la figura humana asoman por esos escenarios marcados por la soledad y por las condiciones atmosféricas que impone la altitud. Pero las huellas de lo humano sí aparecen. Y lo hacen a modo de refugio, de lugares en los que guarecerse y protegerse ante esas adversas situaciones, desde construcciones más estables, como cabañas, a improvisados refugios hechos de piedra, pasando por débiles tiendas de campaña. No es una Naturaleza entendida como Paraíso, todo lo contrario, ya que encierra un eco amenazante y desolador.

Prólogo’, una de las grandes piezas que ocupan el salón, representa una tienda de campaña ante un paisaje de alta montaña dominado por cumbres nevadas. Es ésta una de las piezas en las que Sánchez enuncia con más rotundidad la idea de lo sublime. Para ello prescinde de incorporar la presencia humana, recurso que posibilitaría, como hicieron pintores como Caspar David Friedrich o Jenaro Pérez Villaamil, una contraposición entre la magnitud inaprensible de la Naturaleza y la medida y escala real del ser humano. Ese encuentro depararía la incontenible sensación de peligro y, como si esos personajes al mirar a la Naturaleza obtuviesen un metafórico reflejo, la aceptación de la inferioridad y fragilidad, tal como Blaise Pascal acertara a describir en uno de sus ‘pensamientos’: «El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza: pero es una caña que piensa. Para destruirla no es necesario que se una el Universo entero. Basta una gota de agua para ello». En este escenario marcado por las imponentes cúspides, una simple tienda de campaña ocupa el primer plano. Sánchez ha replicado el perfil de la cordillera en la propia tienda, de tal manera que la confrontación se refuerza. Frente a la eternidad que representan los macizos pétreos que sirven como fondo, la tienda expone su humilde naturaleza textil y se adivina la débil estructura que la soporta y que permite convertirse en endeble y eventual refugio, una caña presta a ser aplastada si la Naturaleza desatara su fuerza o poder. En cualquier caso, esas construcciones, ya sean resistentes o precarias, representan una metáfora de nuestra necesidad de protección ante la amenaza del entorno. La intervención pictórica en las paredes del estudio, quizás la obra central de la exposición, lleva precisamente por título ‘Refugio’. Un hueco negro parece abrirse en la pared merced al cúmulo de piedras que habilitan ese espacio de seguridad. Pero, tal vez, y nunca mejor dicho siendo una pintura, sea pura ilusión, pura necesidad de creer que podemos estar a salvo.

Esas construcciones representan una metáfora de nuestra necesidad de protección ante la amenaza del entorno

En una obra como ‘La intimidad vulnerada’, Sánchez juega con el espacio doméstico. Concretamente con la habitación de invitados. En esta ocasión, esta estancia no se puede experimentar (transitar), ya que la puerta permanece cerrada. Nos vemos obligados a mirar por el ojo de la cerradura, convirtiéndonos en mirones que, en un recurso que ha de recordar a artistas como Marcel Duchamp (‘Étant donnés’) o Erwin Olaf (‘Keyhole’), vulneramos la intimidad que se guarda tras la puerta. Sin embargo, nuestra mirada no desemboca en el espacio doméstico, sino que obtiene ‘salida’ a la recreación de un paisaje montañoso, aunque, en esta ocasión, más amable y no tan inhóspito como los anteriores. De hecho, viene a ser un canto a la esperanza. Instantáneamente se produce, merced a la excepcional presencia de un personaje femenino que nos da la espalada mientras mira al paisaje, una proyección en él, una identificación o una sustitución: nosotros replicamos la acción que desarrolla la mujer. Por momentos, según exploramos y recorremos, a través de la cerradura, ese escenario natural, surge una filiación de esa pintura con la de un maestro como Cézanne. La desnudez de la mujer en plena Naturaleza nos remite inevitablemente a un género como el de bañistas, desarrollado entre finales del siglo XIX y principios del XX por el pintor francés. Pero aún hay más, los verdes vibrantes de los prados en los que se sitúa el personaje, la manera de aplicar el color, que recuerda al tratamiento por igual de toda la superficie pictórica mediante ‘passages’ o pasos de color, así como la referencia a la montaña –uno de los motivos predilectos del francés fue el Mont Sainte-Victoire– recuerdan indefectiblemente el trabajo de Cézanne. Esta habitación sí parece un refugio, la amenaza desciende y el ser humano parece convivir en armonía y sin temor con la Naturaleza. Lástima que esa seguridad se desvanezca al no poder acceder a ella y vuelva a ser pura ilusión.

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