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La pared vacía del Episcopal donde iba una de las piezas vetadas. SALVADOR SALAS
LO ADECUADO

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Domingo, 13 de mayo 2018, 00:36

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Blanca y radiante aguarda la pared como una novia con la sospecha de abandono a los pies del altar. La han dejado así para dar cuenta de una ausencia, porque ahí debería estar una caja con la fotografía iluminada de una mujer desnuda en el interior de una piscina. No está y queda la huella de ese vacío. En la sala siguiente el hueco se hace menos evidente, aunque tampoco cuesta adivinar dónde habían previsto colocar una instalación a base de vasos formando una custodia litúrgica para venerar a un cubata.

Las dos obras no han llegado a la vista del espectador en el Palacio Episcopal porque el Obispado ha considerado que no eran «adecuadas» para mostrarse en ese lugar y con ese veto ya tenemos nuestro propio 'efecto Streisand' de andar por casa. La expresión toma su nombre -bueno, su apellido- de un suceso aleccionador de nuestros días: allá por el año 2003, la cantante y actriz Barbra Streisand pidió la retirada de Internet de una vista aérea de su mansión californiana. Antes de su reclamación, la imagen apenas la habían visto un puñado de internautas; después, se convirtió en un fenómeno viral hasta el punto de dar nombre al efecto rebote que pueden producir esos intentos de ocultación.

Queda para la especulación cuántas personas habrían visto las obras vetadas por el Obispado, pero la decisión de la Diócesis ha provocado los comunicados de condena de las principales asociaciones del sector artístico del país y ha añadido una nueva cuenta al rosario de dolores de cabeza que la institución suma en el último año en relación con su patrimonio artístico. Hace ahora doce meses, su reclamación para la retirada del mosaico que el artista francés Invader colocó en el Palacio Episcopal hizo saltar la espoleta de un caso que ha degenerado en un proceso judicial por un supuesto delito contra el patrimonio histórico y el pasado mes de febrero conocimos la retirada de dos obras de Eugenio Chicano realizadas para el presbiterio de la parroquia del Santo Ángel tras la decisión tomada por el párroco sin encomendarse ni a Dios ni al diablo ni a la Comisión de Patrimonio del Obispado.

Esta semana se ha escuchado el argumento de que el Obispado puede exponer en su Palacio Episcopal lo que considere oportuno y ojalá el asunto fuese tan sencillo. Porque la exposición que ha sido objeto de este veto forma parte de un convenio entre la Diócesis y el Ayuntamiento de Málaga, que paga un alquiler por el uso de esas salas; es decir, que el proyecto se financia con dinero público, así que el gobierno local podría tener algo que decir. Explicar, por ejemplo, los términos de la cláusula del contrato que permite al Obispado decidir qué se expone y qué no aplicada en ese caso. Pero resulta que el alcalde de la ciudad no tiene «ninguna opinión» sobre el asunto. El alcalde, que lleva en política más tiempo que yo en el mundo, que tiene opinión sobre todo lo que incumbe y lo que no a la administración que gestiona, aquí no sabe/no contesta. Un 'Rajoy' de libro: quieto y callado hasta que escampe la tormenta primaveral y a otra cosa.

Pero el demonio adopta muchas formas y una de ellas podría ser la tentación de pensar que esto es un asunto de una institución poco acompasada al ritmo de los tiempos. Y tampoco. Más bien todo lo contrario. El veto del Obispado resulta moderno hasta estar a la altura del dios contemporáneo al que le rezan 2.000 millones de usuarios en todo el mundo, porque Facebook denuncia como contenido inapropiado la imagen de una de esas esculturas rechazadas por la Diócesis. Y quizá ahí resida el meollo del asunto, porque en la exposición de marras hay muchos desnudos femeninos, pero esas esculturas parecen salidas de un catálogo de Lladró y en la imagen censurada por la Iglesia y por la red social emerge una mulata con sus tetas, su coño y su mirada fija en el espectador. Y esa explicitud en esta época de sucedáneos, filtros y máscaras resulta incómoda, salvaje y del todo inadecuada.

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