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TOROS

POBRE ESPECTÁCULO

BARQUERITO

Miércoles, 24 de mayo 2017, 00:51

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Antes de soltarse el segundo sobrero, un lindo cinqueño colorado de Carriquiri que había ya sido reserva en tres festejos previos, el espectáculo estaba tocado y hundido. Determinado por la desganada renuncia de los tres toros que se habían jugado y muerto a espada. Marcada la primera mitad de corrida por dos devoluciones. La del primer valdefresno, cinqueño, en tipo, con las mejores hechuras del toro tipo de la casa -Puerto de San Lorenzo-, hondo y bajo de agujas, que todo lo hizo bueno -el trantrán de salida, la manera de doblar y volver, la forma de emplearse en la primera vara a pesar de acudir al caballo ya lesionado-, todo menos tenerse entero de pie. Al salir de un lance de saludo se pegó una costalada terrible. Al alzarse tras un buen rato, pareció partido en dos. Derrengado.

Hubo, sin contar el lindo Carriquiri, dos toros de excelente remate: ese primer Valdefresno que tan pronto se fue al limbo y un primer sobrero, cinqueño, de cuajo rotundo y gran seriedad, del hierro de Adelaida Rodríguez, que galopó con ganas y estilo pero salió batido de la primera vara y se derrumbó bajo el peto sin llegar ni a cobrar la segunda. Así que, antes de asomar el sobrero de Carriquiri, se llevaban ya vistos cinco toros. Los tres que murieron en la arena, de Valdefresno. Como Daniel Luque corrió turno, un cuarto de sorteo y primero bis sin fuerza, de mortecino y franciscano son; un segundo de reata histórica -Cigarro- que solo tuvo cinco embestidas primeras muy golosas, pero se vino abajo tras ellas, ningún celo; y un tercero, veleto, serio por delante, que se enceló en el caballo de pica pero sin empujar, y fue, en la muleta, el más difícil de la corrida toda. Antes de rajarse, desarrolló sentido, se metió y revolvió, se rebrincó, escarbó y reculó. El atanasio peligroso y agrio de la leyenda dura del encaste. Juan Leal se jugó guapamente el pellejo con él. Vergüenza torera, valor, un clamoroso desplante. No a todos sedujo el sentido del arrimón sin truco ni ventaja, pero, única tarde en la feria, no cabía bajar los brazos.

Luque cumplió en faena justificatoria. Fortes hizo esas dos mismas cosas -la vergüenza y la justificación- pero otras cuantas más. Todas llevaron firma muy distinguida: la armonía para buscar despacio en el fondo del toro, el pulso templado para tenerlo de pie, la calma propia del valor. El comienzo de faena, de rodillas en los medios y de largo, fue lo mejor de la tarde: las solo cinco embestidas mayores del toro y una tanda de muy buen dibujo. A toro parado, se vio a Fortes respirar con autoridad indiscutible. Por veleto y astifino, fue toro incómodo.

Tanto la faena de Fortes como el esfuerzo casi épico de Leal fueron de aliento por lo largas. Castigadas las dos con sendos avisos. Por todo un poco el espectáculo se vivía como un descalabro al comenzar la segunda mitad, que fue bastante peor que la primera. Tardaron un mundo en fijar al sobrero corraleado de Carriquiri, muy corretón y abanto, lidia morosa y nada resuelta, el toro rodeado de rayas afuera por la tropa y, en fin, la desilusión de ver cómo el toro se paraba a los diez viajes. Tranquilo Luque, y nada más. El quinto toro, un pavo de 570 kilos, si enmorrillar, larguísimo, se aplomó sin remedio. Un marmolillo. Otra vez volvió Fortes a estar firme de verdad, seguro y sereno, pecó incluso de ceremonioso. Conmovedor su silencio. Pero ya eran las nueve y pico de la noche, nada contaba. El sexto se fue al suelo estuvo a punto de derrumbarse. No dejaron a Juan Leal perder el tiempo. Si la feria está dividida en tres tramos, esta corrida tan desdichada fue la última del primero. Un borrón.

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