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Philippe Starck, con pose pensativa ayer en el Centre Pompidou.
Málaga se mete en el cerebro de Philippe Starck

Málaga se mete en el cerebro de Philippe Starck

La filial del Pompidou estrena una muestra sobre el proceso creativo del diseñador francés

Antonio Javier López

Jueves, 11 de mayo 2017, 01:04

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El director alemán Win Wenders, cuando está en su despacho, prefiere trabajar de pie. Claro que se cansa. Un día se lo comentó a Phillipe Starck y el diseñador respondió con el taburete W.W. (1998), con el que puedes estar medio de pie, medio sentado. Starck colaboró durante cuatro años con ingenieros de la NASA para alumbrar de un sólo bloque de fibra de carbono el sillón Oscar Bon (2002). Un día se citó en el histórico hotel parisino Le Royal con el cantante Lou Reed y para evocar aquel encuentro bautizó a uno de sus sillones de lectura como Lou Read, que se pronuncia casi igual que el nombre del músico, pero significa en inglés Lou lee(r).

Hay una historia, un juego, un proceso detrás de cada objeto creado por Phillipe Starck (París, 1949), autor de un buen puñado de artículos cotidianos convertidos en iconos del diseño contemporáneo. Dos datos reveladores ponen su obra en contexto: el Centre Pompidou de París reúne en sus colecciones 300 piezas elaboradas por Starck; el MoMA neoyorquino tiene 41. Claro que Starck también se ha convertido en una marca planetaria codiciada por firmas como Kartell, Parrot e Ipanema para dar un giro de tuerca estético y un complemento glamouroso a sus productos.

Un glamour del que parece huir, al menos en apariencia, el diseñador galo, protagonista de la nueva exposición en el Centre Pompidou de Málaga. La última exhibición que concedió fue hace 14 años. «Si hubiera aceptado todas las propuestas de exposiciones en todo el mundo, ése sería mi trabajo, expositor profesional, un señor que hace exposiciones», bromeaba Starck, que cambió de idea con la filial malagueña porque consideró el proyecto «una continuación» de la muestra que le dedicó el Pompidou parisino en 2003 y que «causó mucho ruido y escándalo porque era una contraexposición», según Starck.

Ahora, Starck, dibujos secretos reúne hasta el 17 de septiembre 30 objetos ideados por Starck y los arropa con hasta 4.000 bocetos colocados en las paredes. El montaje pretende así «entender el proceso de la creación» de Starck, en palabras de la comisaria de la muestra Marie-Ange Brayer, que ha decidido presentar las piezas «sin jerarquías» en pro de «la singularidad de cada creación».

De este modo, desfilan ante el espectador el icónico exprimidor Juicy salif (1988) creado para la firma Alessi; las imitadísimas sillas Louis Ghost (2000) y La marie (1996) para Kartell y los auriculares Zik de cuero mate en color verde comercializados por Parrot o la botella de champán Brut Nature 2009 de Roeder hasta llegar a la bicicleta con cuadro de aluminio y ruedas de carbono Starckbike with Moustache (2012) y el coche eléctrico V+ (2010). Todo ello impregnado en el sentido literal de la expresión por la fragancia Peau lanzada por Starck y vaporizada en la sala de exposiciones del Pompidou malagueño.

«Van a entrar en el cerebro de alguien que trabaja y que busca soluciones, a veces útiles, a veces inútiles, pero siempre interesantes», esbozaba Starck. Zapatillas deportivas, pantalones holgados de psicodélico estampado, sudadera gris con capucha y americana oscura, el arquitecto y diseñador vino, vio y venció. Dos vuelos rápidos en el día, que también sirvió para la primera visita a Málaga de la nueva directora general del Centre Georges Pompidou, Julie Narbey. Un estreno frugal que Starck solventó con un exquisito don de gentes capaz de hacer olvidar desde su llegada con media hora de retraso hasta su renuencia a posar en solitario para las cámaras rodeado de sus creaciones.

«Mi mujer y yo somos gente que huye. Aún no nos busca a la policía, pero huimos de la ciudad, de la sociedad, de los eventos... pero de lo que más huimos es de las exposiciones. Las exposiciones para mí parecen ser un homenaje y no me gusta que se admire algo o a alguien», se disculpaba con aire divertido el autor, maestro en quitarse importancia: «Crear no es complicado. No es complicado lo que van a ver. Van a reconocer algunos productos que han sido concebidos en un solo folio con un lápiz, nunca con el ordenador, no se necesita más».

Un afán de sencillez que el diseñador parisino quiere inculcar en «una exposición para los niños, para que comprendan que con un pequeño papel, con un lápiz y con obstinación... al final ocurre la magia».

Una magia que Starck ve al alcance de cualquiera: «Todos somos genios. El único defecto es que hay mucha gente que no lo sabe».

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