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Antonio Ferrera pone las banderillas a su segundo toro en la Maestranza.
Ferrera gana en Sevilla una batalla memorable

Ferrera gana en Sevilla una batalla memorable

BARQUERITO

Domingo, 30 de abril 2017, 01:14

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Picaron bien José María González y Pedro Iturralde a primer y tercero. José Manuel Montoliu, invitado por Ferrera a compartir tercio en el cuarto toro, prendió un notable par y saludó junto a su matador. El saludo, el brazo al cielo de uno y otro, fue homenaje a Manolo Montoliu, de cuya muerte en la Maestranza se cumplen mañana veinticinco años.

EL FESTEJO

  • uLugar. Sevilla. 6ª de abono. Primaveral, ventoso. 10.000 almas, casi lleno. Tres horas de función.

  • uGanadería. Seis toros de Victorino Martín.

  • uToreros. Antonio Ferrera, saludos y oreja tras un aviso. Manuel Escribano, silencio y saludos tras un aviso. Paco Ureña, una oreja y silencio.

La corrida de Victorino salió seria, distinta, variada, guerrera y lista. Todos cárdenos salvo el cuarto, negro entrepelado. Los entrepelaos eran en la ganadería más abundantes antes que ahora. Pues con el entepelao se vivió un episodio casi tempestuoso, de tensión tremenda y emoción fortísima. Hubo tres corridas dentro de una misma. Por delante, tres toros: un primero reservón y mirón, engañoso, que había derribado en una primera vara cobrada con fiera bravura; un segundo encogido, que pareció mirarlo y oírlo todo, artero, escarbador, de sentido, buscón y violento; y un tercero noble, que fue entregándose poquito a poco y queriendo cada vez más.

Ferrera, descubierto por el viento, estuvo firme de verdad con el primero, le consintió reculadas, rebañones y torvas miradas, y trago paquete como si nada. A Escribano lo sacaron a saludar al romperse filas. Era su reaparición en Sevilla tras la cornada tan grave de junio en Alicante y, además, se celebraba, un año después, el indulto del toro Cobradiezmos, de Victorino, que tan bien toreó en estas mismas plaza y feria. El toro del retorno fue la cara opuesta del indultado. Una peligrosa prenda. Habría procedido una faena de aliño o un mero macheteo, que son recursos legítimos y pueden ser de plásticas calidades, pero las dos cosas han desaparecido del repertorio sin razón. La faena fue un sobresalto tras otro.

Con el tercero acertó a enredarse, entenderse y componerse Paco Ureña en una faena de son creciente, como el propio toro. Paciente la apuesta, sin réditos en las primeras tomas y tandas, pero ganada cuando el torero de Lorca ligó una serie en redondo de mano baja, y otra enseguida, y entonces cambió el panorama como de la noche al día. El final, embraguetados y lánguidos muletazos de frente cobrados de uno en uno, como convino, fue feliz. Y el broche de la última tanda con trincherilla, el de pecho, segunda trincherilla el del desdén, explosivo. Una soberbia estocada.

La tercera parte de corrida contó lo justo. El quinto victorino fue muy noble, humilló y embistió al ralentí, la fuerza justa pero precisa, y Escribano, desarmado en el tanteo, encontró el sitio y casi el cómo, pero en faena de cortes y paseos abusivos, teatrales y cautelares. La gente apoyó lo indecible y la banda de música volvió sin motivo a repetir la tabarra del sábado. El sexto, cinqueño, cresta hirsuta, veleto, fue toro escarbador y desapacible, algo incierto, ni dos viajes seguidos iguales ni parecidos. Ureña no pasó con la espada.

Todo lo que siguió a la pelea de coloso que Ferrera tuvo que librar hasta ganarle la partida al fiero entrepelao dejó de contar. Tal fue el incendio, tanta la bravura y tal la entrega memorable de Ferrera: el valor para retar al toro como en cara a cara, la serenidad para en terreno minado, el del toro, atreverse a jugar con un barril dinamita, y la ciencia cierta para dominar los gaitazos de un toro extraordinariamente temperamental que parecía embestir con el cuello y no con los riñones, pero sin llegar a frenarse tampoco nunca. Parado, el toro media con la mirada y tal vez con el aliento. Y escarbaba. En cada reunión, en cada postura, en las entradas y salidas, Ferrera arriesgó como si la temporada le fuera en esa baza que se propuso ganar como fuera, y la ganó.

Sin perder la cara al toro salvo al final, cuando como por arte de magia pareció tenerlo en la mano. Una última tanda con la zurda, tirando del hocico, fue extraordinaria. La gentes se puso de pio varias veces en el último tramo de la faena, que no fue de tan alto voltaje como los previos pero sí los de toreo más redondo.

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