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Garrido, en el segundo de la tarde. :: efe
Tarde completa de José Garrido en Sevilla

Tarde completa de José Garrido en Sevilla

En la terna de matadores jóvenes, el torero de Badajoz no perdona, redondea una notable faena y marca distancias con Lorenzo y Marín

BARQUERITO

Jueves, 27 de abril 2017, 01:22

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En báscula dio la corrida de Torrestrella un promedio de 580 kilos. Dos de los toros más abundantes, el tercero y especialmente el cuarto, salieron, además de grandes, buenos. El cuarto, engatillado y abrochadito, bien reamado, fue el toro de la tarde. Por son, fijeza y entrega. Por el fondo y por la forma. Categoría y calidad. El tercero, abrochado y astifino, no llegó a tanto, pero se empleó sin pensárselo. De otra manera. El más aparatoso de los seis, quinto de sorteo, pegó no pocos trallazos. Tal vez acusara el efecto de un entierro de pitones antes de ir al caballo. El aire violento, con todo, se dejó sentir antes del volatín frustrado, y resuelto con el toro enredado como un ovillo en la arena.

El primero de los seis, otro galán de casi 590 kilos, se vino abajo. Como un apagón. Los dos toros que no pasaron la barrera de los 570 por muy poquito, segundo y sexto, fueron más distintos en hechuras que en estilo. El uno, que, falsa alarma, hizo intención de rajarse hasta tres veces pero después de haber galopado, dio juego y tuvo por la mano diestra viajes templados. No fue igual por la izquierda. Y el otro, de briosos comienzos, descolgó, humilló y quiso bien.

Los seis cumplieron en varas. El cuarto peleó en serio en el primer puyazo y desmontó y derribó en el segundo. A todos, incluido el fortísimo quinto, que metió los riñones al sentir el hierro de la puya, se les midió el castigo. No se fue del caballo ninguno. Ninguno escarbó. A todos se les pudo torear de capa, de salida y en quites. Todos negros, dos de ellos salpicados. Una hermosa corrida de ganadero, por tanto. Y de público también. Y con todo su peso específico -no los kilos sino el carácter- y sus dificultades, derivadas en parte del exceso de volumen, una corrida para dar la talla.

La suerte contó. Veleidosa, puso en manos de José Garrido el toro del apagón inesperado y casi repentino -el primero- y lo compensó con el regalo generoso del excelente cuarto, Ruidoso, número 13. Para Ginés Marín vino el lote más equilibrado. El de Álvaro Lorenzo fue de cara y cruz. Álvaro llevaba lazo de luto por Palomo Linares en el antebrazo de una chaquetilla de estreno blanco y plata, el terno predilecto y casi el uniforme de Palomo. Tanto Ginés como Álvaro debutaban en Sevilla como matadores de alternativa. Ginés cobró dos estocadas soberbias. La del sexto, al segundo viaje. Álvaro, grandes apuntes con el capote, le enhebró la espada al segundo -le hizo guardia- y por la espada se le fue un triunfo, menor pero de crédito, que tuvo en la mano. Miel en la punta de la lengua.

Era la terna joven del abono. Garrido, solo un año más de alternativa que Álvaro y Ginés, se los comió a los dos. Se habría comido a unos cuantos más. La autoridad, la seguridad, la ambición, la firmeza, los recursos, el asiento, el ajuste: todo eso junto y a la vez a lo largo de toda la tarde. Incluso con el toro del apagón, saludado con verónicas muy reunidas a suerte cargada y manejado con facilidad cuando, el toro, el más armado de los seis, se puso a la defensiva.

Pero la cosa fue la del cuarto toro. Con él volvió Garrido a vaciarse a la verónica en el recibo. Siete lances hasta la boca de riego, el mentón hundido, impecable encaje. Torear con los riñones y los brazos sin excusa. Firmar un brevísimo quite de dos capotazos preciosos de brega. Y, en fin, una faena de expresión -la rabia conmovedora- que tuvo un comienzo explosivo a lo Palomo: cuatro muletazos de rodillas por alto a suerte cargada y ligados, ya en pie, con el natural, la trinchera y el del desdén. Y se arrancó la música sin más espera, y ya no paró.

En los medios se sostuvo la faena, larga, ligada e intensa, sin altibajos, aunque con calidades distintas. Mucho más suave el toreo en distancia -la primera tanda en redondo- que el de convencer en corto al toro, que, con toda su calidad, dio síntomas de aflicción al cabo de cuatro tandas de toreo por abajo. Los mejores naturales fueron los sueltos que remataron tanda y no tanto los que la cosieron. El toreo de trinchera fue excelente. Los de pecho también. La estocada, cobrada con la fe del triunfador, que todavía en el sexto toro salió a quitar por verónicas, dos, un delantal perfecto y una larga lentísima.

La faena de Lorenzo al segundo, de ritmo desigual, tuvo momentos felices. Tomado de largo el toro, una tanda en redondos, al inicio de faena, de rico compás y delicado asiento. Temple del bueno. De uno en uno el toreo al natural porque el toro quería menos, pero una última tanda ligada de verdad, con molinete y pectoral de postre. Con el quinto se empeñó en faena machacona, Para entonces pesaba mucho la sombra de Garrido, que también pareció una losa sobre Ginés Marín. El tercero de corrida lo había desarmado por pretender Ginés dibujar antes de gobernar, y la tanda buena llegó demasiado tarde. A porta gayola con el sexto, en gesto mayor, y repetido con una apertura de faena de largo con el cartucho de pescado. No tomó vuelo la cosa. Una tanda notable con la zurda. Y la espada: lo ve clarísimo.

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