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MIGUEL LORENCI
Domingo, 23 de abril 2017, 01:04
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Todos los europeos formamos una gran familia enlazada genéticamente. Procedemos de la fusión de tres oleadas migratorias: una de cazadores llegados en la era glacial, otra de recolectores y agricultores venidos de Oriente Medio, y la última de lejanos pastores esteparios que trajeron las lenguas indoeuropeas. Es la tesis de Mi gran familia europea (Ariel), ensayo de la sueca Karin Bojs (Lundby, 1959) y fruto de un apasionado viaje genético escudriñando su propia estirpe. «Una de mis ancestrales abuelas pintó quizá las cuevas de Altamira», bromea Bojs. Sostiene que el arte «ha sido crucial para nuestra supervivencia» y niega científicamente el mito de la pureza aria. «Somos una gran mezcla», apostilla.
Jefa de la sección de ciencia durante 20 años de Dagens Nyheter, un gran diario sueco, en el funeral de su madre a Bojs le atenazó la soledad. Decidió investigar sus raíces genéticas a través de su bisabuela, y sus abuelas. Recorrió diez países y se entrevistó con infinitud de genetistas. Hoy sabe que somos «pura mezcla», que esa hibridación es una constante en la historia de Europa desde que los extintos neandertales se mezclaron con los sapiens hace 100.000 años, «como conocemos desde 2010».
«Todos los europeos formamos parte de una gran familia», sostiene Bojs que detalla como Europa «ha sido poblada por tres oleadas». «La primera de cazadores, durante la Edad de Hielo, hace unos 40,000 años; después llegaron los agricultores, hace unos 8.000, que desde Turquía llegaron a España. La tercera hace unos 4.500 fue de pastores de las estepas, de Ucrania y Kazajistán que trajeron las lenguas indoeuropeas, como el español. Eran capaces de mezclar metales y habían domesticado al caballo», detalla.
Sus tres linajes apuntan a esos tres flujos migratorios. Sus ancestros son «una mezcla de esos cazadores y recolectores». «El truco de mi libro está en ver la línea mitocondrial. Mi línea materna me conduce al norte de España, y con la paterna me remonto entre 7.000 y 11.000 años y me encuentro en Siria o en Turquía, entre los que inventaron la agricultura y trajeron sus técnicas a Europa, de España a Suecia». El último de sus linajes apunta a las estepas, cuna de la lenguas indoeuropeas, «salvo el vasco, el húngaro y el finlandés».
Teoría insostenible
«Mi línea materna, muy especial, conduce a una parte muy pequeña de la población europea procedente de un grupo, U5, que se ha bautizado como Úrsula», explica Bojs. «Tuvo que haber existido una mujer, a la que podemos llamar también Úrsula, que habría vivido hace 30.000 años durante la era glacial, digamos que el norte de España. Su grupo fue el responsable de las pinturas rupestres. Puede que mi ancestral abuela fuese la pintora de Altamira», bromea.
A la luz de los saberes genéticos, la teoría de la pureza aria es insostenible. «La pureza no existe en términos genéticos. Si estudias cómo Europa se ha conformado jamás podrás utilizar esa palabra. No tiene nada que ver con la realidad o con la ciencia», sostiene Bojs. «Somos pura mezcla y este libro es la historia de esa hibridación», insiste. «La idea de que los arios fueron los primeros en hablar lenguas indoeuropeas, con tez clara y ojos azules, no es sostenible a la vista de los nuevos estudios de ADN».
Cree Bojs que el arte ha sido «crucial» para nuestra pervivencia como especie. «Pintar, la música y la creatividad, tanto como la fabricación de herramientas y la artesanía», dice. «Cuando el hombre moderno llegó a Europa, hace unos 42.000 años, los neandertales vivían aquí desde hacía decenas de miles de años. Pero se extinguieron. Estoy convencida de que la creatividad es una parte importantísima de la razón por la que hoy estamos vivos», aventura Bojs. Los neandertales no tuvieron ni el arte figurativo de Altamira ni las representaciones de animales fantásticos «ni la música que nos acompaña desde hace 40.000 años», dice Bojs.
«Esa creatividad, las historias que contamos, fueron nuestra gran ventaja», insiste Bojs. Pero asegura que este privilegio tiene un lado oscuro. «Los genetistas pueden hoy ver que en algunas familias muy creativas se dan enfermedades psicóticas, esquizofrenia y trastornos bipolares depresivos», apunta. «Es el alto precio que tuvimos que pagar los humanos para disfrutar de ese don».
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