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Una visitante, ante una de las obras de la nueva ordenación del Museo Picasso Málaga. c)Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Málaga, 2017
Sumas y restas

Sumas y restas

La nueva ordenación del Museo Picasso, que integra parte delas nuevas piezas cedidas y que se apoya en un mayor despliegue expositivo, evidencia la versatilidad ynomadismo lingüístico de Picasso, aspectos quetambién destacaba la ordenación anterior

JUAN FRANCISCO RUEDA

Sábado, 25 de marzo 2017, 00:54

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Todo cambio nace con la intención de mejorar o al menos de ofrecer nuevos estímulos. La Nueva colección del Museo Picasso, al menos, genera esos estímulos o reclamos, especialmente los de las nuevas incorporaciones a sus fondos (166 obras cedidas por 3 años), muchas de las cuales son puestas en contexto con otras ya ingresadas y mostradas con anterioridad. Sin embargo, y a pesar del despliegue expositivo, que supera en número la anterior ordenación, el discurso no mantiene la profundidad y ambición del que viene a sustituir. Bien es cierto que aquél no eran tan totalizador como el actual, cuyas salas se dedican a 12 temas cual descriptores o conceptos de lo picassiano, aunque no todos con el mismo calado.

La puesta en escena traza una evidente línea cronológica, aunque en alguna ocasión se quiebra, como ocurre con el retorno al orden o el Picasso neoclásico, que se desarrollan desde mediados de los años diez y que se sitúan en el recorrido con antelación al cubismo que los precedió. Este factor temporal, en el caso de Picasso, aun siendo una posibilidad más de ordenación, permite que asistamos a su versatilidad técnica y al nomadismo lingüístico.

Esto es, vemos cómo alterna y compagina disciplinas sin prejuicio alguno: la imagen se materializa en distintas técnicas y soportes y cada una de ellas aporta matices específicos, lo que le permite acometer variaciones en esa continua experimentación que resulta ser su carrera. Por otro, apreciamos el desarrollo en paralelo de lenguajes y tentativas formales distintas, en ocasiones aparentemente antagónicas. En cualquier caso, resultaría inexacto arrogar esta facultad en exclusiva y como novedosa a la actual ordenación, pues ya la anterior, por fortuna, transmitía con solvencia esos aspectos de la condición picassiana.

Esa suerte de viaje temporal que se despliega en las salas y ese afán por dar una visión global y totalizadora, unidos a las propias limitaciones del espacio y de la colección, hacen comprensible que el discurso no pueda detenerse en profundidad en periodos concretos. Sin embargo, algunos como el cubismo han perdido rotundidad en su presentación. Tras un arranque destinado a abordar las primeras tentativas del Picasso joven, que evidencian una precoz y desbordante capacidad, en la segunda sala se produce una afortunada confrontación entre retratos de carácter primitivista realizados en Gósol en 1906 (reducciones y rostros como máscaras), fundamental episodio en el camino que lo llevaría a desembocar en Les Demoiselles dAvignon, y otros retratos en clave ingresca, neoclásica y profundamente estilizados y decadentes; son estas últimas distintas nociones de la figuración y la vuelta al orden que se desarrollan entre 1914 y el inicio del surrealismo, como el arcaísmo y rotundidad preclásicas del retrato infantil y la estilización de Las tres gracias. Sin embargo, uno de los articulados de esta sala, El retrato como espejo, hace que resuene, precisamente por el motivo contrario, el episodio de Gertrude Stein en 1906 al comprobar cómo el retrato que hace de ella Picasso, en clave gósoliana o primitivista, no guarda semejanza, no es el reflejo que le devolvería la pintura entendida como espejo.

Quizás los ámbitos más conflictivos son las crujías de las plantas primera y segunda, que coinciden con las salas III y VI. Tal vez se han introducido demasiadas piezas que, al margen de la diversidad como virtud, hacen que el discurso devenga disperso, por momentos una acumulación de obras que no siempre conservan la coherencia de los diálogos y guiños que podemos ver en otras estancias. En la VI, esa sensación de aluvión, de suma de piezas y desbordamiento, es especialmente intensa; la valiosa posibilidad de enfrentarse a muy diferentes picassos conlleva cierta disolución de un discurso, ya que la capacidad multidisciplinar, el juego con la materia y la libertad estilística, que podrían dominar esta estancia, en puridad, aparecen en otras muchas.

En la sala III, el cubismo queda demasiado desdibujado, aunque presenciamos algunos bodegones, situados en el cambio de decenio, que responderían a lo que Alfred H. Barr llamó cubismo curvilineal, así como otros que se sitúan en la línea de los nacidos en 1919 en Saint-Raphaël. No obstante, a través de una pieza como el retrato de Fernande (1906), se establece una muy lógica secuenciación del desarrollo de su trabajo, mediante la progresiva depuración, desde Gósol hasta llegar al cubismo, pasando por Les Demoiselles. Parece muy oportuna la continua invitación que se da en esta sala a sentir la abstracción como un medio y fin como efecto de estos desarrollos artísticos.

La sala IV es, sin lugar a dudas, una de las de mayor potencia, con diálogos fabulosos, desde lo heterogéneo y heterodoxo, de las sobresalientes piezas elegidas. Además de los que se establece entre la voluptuosa La siesta (1932) y Bañista tendida (1931), escultura en la senda de las petrificaciones y metamorfosis y con un componente animalesco altísimo, han de destacarse las otras tres esculturas que acompañan a éstas; formidable por su singularidad resulta Mujer con follaje (1934), un assemblage en el que el cartón acanalado y la hoja que corona el personaje nos recuerdan al collage que Picasso realizó en mayo de 1933 para la portada de la revista Minotaure. La sala V, en la que se juega con la diversidad estilística de los retratos de algunas de las mujeres que marcaron su vida en este momento, debe ser igualmente destacada.

La VII es una sala ciertamente sobrecogedora merced a la contundencia de las pinturas, que acusan cierta introspección, gravedad y la vuelta a los objetos y realidad que se establecen en la posguerra mundial. De hecho, asistimos a la enunciación y reformulación de un género como la vanitas; algunos de los diálogos son sorprendentes, revelando incluso similares esquemas compositivos. Pero también en la posguerra Picasso, con su estancia en Antibes, recupera la alegría de vivir y el universo clásico y mediterráneo; en definitiva, una experiencia en torno al rencuentro con el origen y el auto-reconocimiento. Esto se verá en algunas de las piezas que encontraremos en las siguientes salas, como Flautista con flauta doble, que evidencia el continuo trasvase entre imagen y objeto, que aquí no cuenta con esa posibilidad de precisar mediante algún registro pictórico.

A pesar de la nueva ordenación, la colección sigue transmitiendo una capacidad arrolladora en el último trayecto vital del artista, algo que, en buena medida, distingue a esta institución y sigue poniendo en valor al último Picasso, al viejo salvaje. Las últimas salas de la ordenación son apabullantes, una fiesta de la pintura, una revisitación de la historia de ésta, así como una demostración de cuán fundamental es su obra postrera para la pintura posmoderna que se hallaba en ciernes.

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