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En primer término, ‘Cuadro con orla blanca’ (1913), una de las piezas más relevantes de la exposición.
Kandinsky: el camino a la abstracción

Kandinsky: el camino a la abstracción

El montaje brinda sugerentes diálogos del artista con la tradición rusa y con algunos de sus contemporáneos

Antonio Javier López

Miércoles, 22 de febrero 2017, 00:39

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málaga. «En el arte la teoría nunca va por delante y arrastra tras sí a la praxis, sino que sucede lo contrario. En el arte todo es cuestión de intuición, especialmente en los comienzos». Vasily Kandinsky escribía estas líneas en el verano de 1909, casi como un espejo de palabras donde se reflejaba la búsqueda que por entonces le consumía y que, a la postre, desembocaría en un nuevo comienzo para la historia de la pintura: la abstracción. El autor llegaría al territorio de la vanguardia desde la tradición de su Rusia natal y parte de ese viaje creativo se pone ante los ojos del visitante en la nueva muestra temporal de la Colección del Museo Ruso.

'Kandinsky y Rusia' ahonda en el estratégico repaso que la filial está realizando por algunos de los autores más celebres de las vanguardias históricas que, aunque nacidos en suelo ruso, se han vinculado con mayor o menor intensidad a otros países donde desarrollaron buena parte de sus trayectorias. Sin ir más lejos, Kandinsky toma el relevo de Chagall, casi asimilado a la escena parisina, mientras que el autor ahora protagonista en el Museo Ruso mantiene lazos bien estrechos con la tradición alemana. No en vano, será en Murnau, primero, y en Munich, después, donde Kandinsky cuaje su viraje hacia la vanguardia.

La reivindicación de Kandinsky para el arte ruso llega aquí desde el propio título del proyecto, incluso desde los primeros compases de la muestra. Ruecas, toallas, trineos, cestos, iconos y juguetes procedentes de lo más profundo del imperio abren un recorrido que pretende sacar a la luz la influencia patria en el viajero Kandinsky, el poso ruso de su tránsito hacia la modernidad.

Y ese periplo, ese avanzar en círculos, a tientas, es la travesía que plantea la nueva exposición temporal del Museo Ruso. El proyecto, además, supera algunas desazones que dejaba 'Chagall y sus contemporáneos rusos', tanto desde el punto de vista de la escenografía como del propio discurso planteado por el proyecto. Si en la anterior ocasión el montaje apenas establecía vínculos entre Chagall y sus coetáneos, reuniendo las obras del artista-reclamo al final del recorrido, 'Kandinsky y Rusia' establece sugerentes lazos del autor no sólo con la tradición de su país sino también con algunos de sus contemporáneos, al tiempo que brinda pequeñas delicias.

Por empezar por estas últimas, la muestra da la bienvenida con un conjunto de pequeñas pinturas sobre cristal fechadas en 1918. 'Amazona con leones azules', 'Nube dorada', 'Amazona en las montañas' y 'Nube blanca' presentan a un Kandinsky casi surrealista. Como ilustra el propio montaje en su tramo final, estas piezas coinciden en el tiempo con la inmersión de Kandinsky en la abstracción, un hecho que recuerda uno de los postulados de su obra y, por ende, de la propia muestra del Museo Ruso: la de Kandinsky es una abstracción que nunca se divorcia del todo de la forma, de los orígenes -geográficos y conceptuales- de su pintura.

Iconos y modernidad

Y empiezan a estrecharse lazos. El cariz impresionista de 'La hacienda de Ajtirka' (1900) convive con 'Idilio del norte' (1892) de K. A. Korovin. El 'San Jorge (I)' fauvista de Kandinsky pintado en 1911 se muestra junto a un icono de la primera mitad del siglo XVI que representa al mismo santo casi en una pose idéntica. Las seis tablas de Kandinsky realizadas entre 1901 y 1903 aumentan el calado de su indagación expresionista a partir del paisaje ruso, relacionado aquí con piezas como 'Caballo-relámpago' (1907) y 'Rápidos del río Dniéster' (1910) de David Burliuk y 'Campamento' (1911) de Mijaíl Lariónov.

Surge así el Kandinsky surrealista, impresionista, expresionista, fauvista... Y quizá ninguna de esas etiquetas sirva, al cabo, para meter en vereda la obra del artista, resuelta ya en su camino hacia la abstracción en 'Improvisación nº 11' (1910), 'Cuadro con orla blanca' (1913) y la deliciosa 'Dos óvalos' (1919). Y, sin embargo, en cada escena puede adivinarse una silueta, una forma, un puente con la realidad. Porque Kandinsky no suelta amarras, no rompe; él cambia, evoluciona.

Es el momento del color, de la composición y la luz, de la mancha, de la «música» que Kandinsky quería hacer sonar en sus cuadros. Tanto es así, que el Museo Ruso dedica un apartado a la influencia mutua que se repartieron Kandinsky y el compositor Arnold Schönberg. Uno buscaba la música en la pintura y otro, la pintura en la música.

La exposición del Museo Ruso brinda los primeros compases de esa sinfonía pictórica, merced a los fondos atesorados por el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, circunscritos en la etapa inicial del artista. El Kandinsky más reconocible llega justo al final del paseo, en el lienzo titulado 'Sobre fondo blanco (I)' de 1920, colgado aquí junto a un icono religioso de varios siglos atrás.>

Porque no hay vanguardia sin tradición. Porque la intuición casi nunca se equivoca; sobre todo, en los comienzos de algo grande.

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