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Una de las obras que forman parte de la exposición de Efrén Calderón.
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La primera exposición de Iniciarte en su nueva sede de la Sociedad Económica Amigos del País nos trae el trabajo de Efrén Calderón

juan francisco rueda

Sábado, 18 de febrero 2017, 00:56

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Al hablar de Efrén Calderón (Melilla, 1991) nos vemos obligados a contemplar una faceta artística paralela que desarrolla y que mantiene, con sumo celo, en el más puro de los anonimatos. Calderón es grafitero o «escritor» de grafiti. Conviene expresar este aspecto porque es necesario para comprender el origen del que nace el Efrén-artista, ya que esa otra faceta de artista urbano es anterior; del mismo modo, permite precisar el mundo del que se puede nutrir y llevar a la sala de exposiciones, que, aunque inspirado, es profundamente distinto al que realiza en la calle; es otro completamente, conceptual y metodológicamente, y huye de la versión doméstica, accesible, asequible y siempre reconocible de lo callejero que es habitual entre los artistas urbanos que se muestran también en espacios expositivos. Esto es, no busca trasladar lo que pinta en la calle a la sala.

De hecho, esta bifurcación creativa de Calderón nos sitúa ante la basculación del arte urbano entre la calle y el dispositivo museo, ya que algunos artistas actúan en ambos escenarios. Muchos mantienen el mismo nombre artístico a ambos lados de esa figurada frontera que es el umbral de la sala de exposiciones. Otros, como en el caso de Calderón, poseen dos nombres que vienen a diferenciar ambas actividades, a pesar de que Efrén Calderón, el que encontraremos en esta exposición, le debe mucho más a su alter ego grafitero que su alter ego a Efrén. Tanto que pareciera que Efrén es el heterónimo de ese otro artista callejero y no al contrario. Ciertamente, en este caso, conviene no mezclar. De hecho, muchas de las obras de Calderón, como las que aquí se recogen, parten del trabajo que realiza su desdoblamiento en el exterior; Calderón se alimenta de él, pero se debe distinguir dónde empieza y acaba cada uno de ellos, aunque sean la misma persona. El Efrén artista urbano lleva más de una década actuando como writer, como «escritor» que desarrolla un «grafiti de firma», como lo califica Craig Castleman en el legendario Getting Up. Hacerse ver. El grafiti metropolitano en Nueva York (1982).

Por el contrario, Efrén Calderón, el artista que usa el espacio expositivo, se desenvuelve en el laxo y vasto territorio de la pintura expandida, de modo que amplía o revela- las posibilidades y naturaleza performativa de la pintura como hecho pictórico y, por tanto, como acción y acto. Estas operaciones permiten al artista conducir a la pintura a una dimensión espacial, gracias a que la hibrida con disciplinas como la instalación y la instalación ambiental (environment). Su trabajo está fuertemente marcado por lo procesual y por lo efímero. Así, las 36 ramas o vástagos que componen una especie de galería de tótems, vienen a ser el resultado y el residuo del propio proceso de pintar, ya que cada uno de ellos, que acaba siendo una escultopintura, ha servido para remover la pintura. La certeza de lo efímero de sus intervenciones instalativas en la vía pública, de las cuales queda el registro fotográfico que se expone, se manifiesta en que compone conjuntos compuestos por distintos elementos desclasados. Esos objetos encontrados que reúne, que se hallaban dispersos y que se recontextualizan como unidad, pasan a ser pintados fragmentariamente, conformando, en asociación con el espacio, algún de tipo de mancha más o menos regular que los une entre sí y con el marco. La pintura los agrupa y parece exigir un imposible mantenimiento de esa construcción artística. En el momento que esos objetos se separen, la instalación se desmantela pero la pieza se dispersa, quedando los elementos íntima y pictóricamente ligados entre sí. La prueba la hallamos in situ. En una de las salas, Calderón ha creado un environment compuesto por diversos elementos recolectados en la calle (objets trouvés) que se apilan generando esa especie de unidad, una acumulación que, en parte, se oculta por telas y que recuerda al nuevo realismo francés, especialmente a Arman y a Christo. La pintura, en distintos colores, ocupa parte las paredes y de los objetos integrándolos aún más. Pero resulta imposible que no surja la idea de su desmantelamiento, de su natural descomposición y de cómo esos futuros fragmentos pasarán a estar marcados pictóricamente para los restos.

Ante esa instalación y ante las fotografías de la serie Construcción, imágenes de instalaciones que realiza en lo marginal en los márgenes- con innumerables elementos desclasados que hablan de precariedad, errancia y exclusión, resulta difícil que no resuenen las palabras de Nicolas Bourriaud (Radicante, 2009): «Si el arte tiene un proyecto político coherente, es precisamente éste: llevar la precariedad al núcleo mismo del sistema de representaciones». En esas fotografías, como en la instalación principal, es donde se revela un aspecto fundamental de su trabajo. Si los escritores de grafiti, como señala Castleman, buscan hacerse ver mediante la firma que equivale a «el yo-existo, el yo-estuve-aquí y el yo-soy», Calderón busca hacer hábitats. Sus intervenciones no sólo construyen instalaciones, también ponen en pie nociones como las de habitar (ocupar y crear mundos) y la de casa u hogar -el título de la exposición no es gratuito. Calderón otorga nuevas potencialidades a entornos deprimidos, resignifica y connota espacios inadvertidos y precarios, subvierte lo inhóspito tornándolo en paradisíaco (la sombrilla, la silla de playa y la pintura turquesa en una escombrera) y puede que nos saque de nuestro ensimismamiento.

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