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Maggie Civantos, en un momento de la función que se representó ayer en el Cervantes.
La gata Civantos enseña las garras

La gata Civantos enseña las garras

La malagueña tira de carácter para llevar con Juan Diego el peso de la obra de Tennessee Williams

Regina Sotorrío

Sábado, 4 de febrero 2017, 00:28

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Adaptar un clásico siempre es un atrevimiento, más aún si tiene referencias cinematográficas tan establecidas en el imaginario colectivo como es la escena de Elizabeth Taylor y Paul Newman en el dormitorio de una casa sureña de EE UU. Pero la versión de Amelia Ochandiano de Una gata sobre un tejado de zinc caliente que anoche se representó en el Teatro Cervantes y hoy repite en el escenario busca desde el principio marcar distancias con la gran pantalla. Y consigue el reto.

Lo logra con otro punto de vista sobre el texto y también con la interpretación de sus actores, con una Maggie Civantos que enseña las garras en una gata al límite y un Juan Diego que actúa desde las tripas para interpretar al cruel e incorrecto padre. Ambos llevan el peso de la función.

La directora toma como punto de partida la última versión del texto que escribió Tennessee Williams y que introduce algunos cambios a sugerencia de Elia Kazan, el director encargado de su estreno en Broadway. Si a eso se une una mirada más contemporánea sobre el texto, con un mayor énfasis en el drama universal de las relaciones humanas y un lenguaje más explícito en lo sexual, la obra ya parece diferente.

La malagueña Maggie Civantos (Vis a vis) asume con valentía el desafío de ser esa gata que aguanta en una situación que arde. Y lo hace siendo su propia gata, no aquella que inmortalizó Elisabeth Taylor. La actriz tira del carácter andaluz como ella misma confesó hace unos días para interpretar a una mujer pasional que maneja como puede la frustración que siente por el rechazo constante de su marido. Antiguo deportista de éxito, Brick al que da vida Eloy Azorín bebe demasiado para olvidar sus fantasmas tras la muerte de su mejor amigo.

El personaje con el que Maggie comparte nombre se mueve en un difícil equilibrio. Llora, grita, se enfada, ríe y seduce en una misma escena; un cambio de registro nada sencillo que la actriz resuelve dejándose llevar por las emociones, conteniéndose en unos momentos y desatándose en otros.

Suya es la primera parte de la obra, pero en la segunda toma el protagonismo por derecho propio un gran Juan Diego. La experiencia es un grado, y el actor conquista al auditorio incluso interpretando a un hombre incorrecto, desagradable y prepotente. Solo había que escuchar las risas cómplices del patio de butacas para comprobarlo. Ochandiano le da más peso a su personaje en esta versión, lo hace más imprescindible sin cabe.

La inminente muerte del padre es la chispa que enciende la crisis en esta familia, con dos hermanos y sus esposas como posibles herederos de una gran fortuna. Entre ellos conversan pero sin decir, con circunloquios, mentiras e intereses de fondo. En esta versión, no obstante, se habla más claro de las pasiones, del deseo sexual de Maggie y de los rumores de una relación homosexual entre Brick y su amigo. Temas como la actitud ante la enfermedad, la esclavitud de la adicción, la ceguera de la ambición y las difíciles relaciones familiares desfilan también por las tablas.

José Luis Patiño, Marta Molina y Ana Marzoa completan el reparto de un montaje con una cuidada puesta en escena, con toques de los años 50, que traslada a un asfixiante lugar del sur donde el calor no se combate ni con el chaparrón que cae fuera y dentro de la casa.

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