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Una conquista

Antonio Soler

Lunes, 12 de diciembre 2016, 01:21

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Así se vivió aquello, como una conquista ciudadana. Málaga, ciudad de la desidia, la frívola, la que sólo aspira a tener días de sol para tumbarse a la orilla del mar o pasear santos, para montar ferias o carnavales, se echó a la calle una, dos, tres veces, las que hicieran falta, para reclamar una ubicación digna para su museo. Una parte de la ciudad puesta en pie para reivindicar un proyecto cultural. Cinco mil personas en la calle, decenas de miles de firmas recogidas y toda clase de colectivos manifestándose hasta hacer reflexionar al Gobierno. Eso se hizo, aquí. Y se consiguió que uno de los edificios más importantes y mejor ubicados de la ciudad se consagrase a la cultura.

El mundo de la literatura también estuvo detrás de ese impulso. Para recordar el grado de compromiso bastaría un dato: José Antonio Garriga Vela participó en aquellas manifestaciones. Lejos de los cánticos y a una distancia prudente de los políticos, sí, pero allí estuvo. Quien lo hubiese visto anteriormente en una manifestación o pretenda volver a verlo detrás o cerca de una pancarta es una víctima de los psicotrópicos, alguien propenso a padecer alucinaciones. Pero no sólo fue Garriga, y no sólo fue que Manuel Alcántara leyese el manifiesto al final de una de aquellas marchas. Los escritores fueron un reflejo del interés ciudadano, cumplieron con su compromiso y a través de artículos, declaraciones, debates y entrevistas se pusieron al lado del resto de colectivos que pedían que la Aduana albergase el desmantelado Museo de Bellas Artes. No se trataba de un asunto de los pintores. Con los pintores nos enfrentábamos en farragosos partidos de fútbol en el campo del Seminario. Ahora Rafael Alvarado no era un carrilero más o menos desgarbado sino el capitán de un equipo compacto, y detrás de él nos pusimos todos. Era un asunto de todos, y así lo asumimos todos. Toda la sociedad malagueña.

El Museo se ganó en la calle, sí, pero también se ganó en la prensa, en el eco de esa reivindicación que los periódicos y las emisorias de radio respaldaron y que de modo tan decisivo contribuyeron a movilizar a la población. Durante las marchas había bromas, Alfredo Taján hacía sátira y la ironía no dejó de acompañarnos nunca, pero por debajo o por encima había una determinación y un compromiso firmes y también, al ver a todas esas personas marchando al unísono, había otra sensación. Sentíamos orgullo. Quienes habíamos hecho de la cultura el eje de nuestra vida por una vez veíamos cómo la gente se echaba a la calle en las noches de invierno para exigir pacífica pero contundente y reiteradamente que la ciudad no ninguneara al mundo de la cultura ni lo tratase como un bien menor o secundario. Creo que hubo un antes y un después. Y que esta ciudad de los museos, satisfecha de su patrimonio, tiene sus raíces en ese tiempo, en esa conquista y en esa sociedad que ni se calló ni aceptó ningún tipo de chantaje.

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