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Antonio Javier López
Miércoles, 7 de diciembre 2016, 00:25
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Casi lo primero que hacen es recordar a los que ya no están: Manuel Barbadillo, Gabriel Alberca, Dámaso Ruano, Joaquín de Molina... Y la nostalgia detona la espoleta de los recuerdos, del tiempo en que pintaron aquel cuadro o esculpieron aquella pieza que ahora reposa en la primera planta del palacio de la Aduana, en el tramo final de la sección de Bellas Artes. Ahí, en las salas dedicadas a las manifestaciones artísticas del último siglo conviven los autores de aquella Generación del 50 con los pintores de la nueva figuración malagueña de los 80, hasta llegar a la reivindicación lúcida y lúdica del colectivo Agustín Parejo School.
El papel del Museo de Málaga en la escena cultural de la ciudad, la propia reivindicación de los creadores en el debate cotidiano y la necesidad de mirar hacia el futuro por parte de la institución que los acoge surgen como asuntos de una charla que va de las salas expositivas al recibidor de la planta baja, en el interior del imponente palacio ganado para uso cultural. «Creo y deseo que se va a generar un diálogo con la ciudad, al menos ese es el objetivo», abrocha Eugenio Chicano, el más longevo de la cita, que las próximas navidades cumplirá 81 años.
Una decena de artistas malagueños pasa revista a su propia trayectoria y, con ella, al último medio siglo de la creación plástica, a través de la pieza que cada uno tiene expuesta en el Museo de Málaga, que abrirá el próximo lunes. En el diálogo se repite una palabra: «emocionante».
Juan Béjar. Retrato onírico de Fred Astaire (1982). Técnica mixta sobre tabla. «Un artista siempre cree que la obra que mejor le representa es la última»
Juan Béjar (1946) recuerda cómo empezó en su juventud a tientas con el impresionismo, llegaron llegó el expresionismo, el surrealismo... «Me siento contento con la obra que está en la colección del museo, aunque es algo muy distinto a mi trabajo actual», brinda el autor antes de rematar: «Un artista siempre cree que la obra ideal y perfecta es la siguiente que vas a hacer, que la obra que mejor te representa es, si acaso, la última que has hecho».
Béjar admite que la exposición que protagonizó la pasada primavera en la Sociedad Económica de Amigos del País hizo que cambiase cierta idea que tenía sobre sí mismo. O mejor, sobre la relación que su ciudad tenía con él: «Para mí fue una gran sorpresa porque creía que era un pintor olvidado y he visto que se me ha reconocido». Un reconocimiento que ya vivió con su obra expuesta en el Museo de Bellas Artes cuando éste ocupaba el Palacio de Buenavista y que ahora reverdece: «Me siento reconocido y para mí es una gran satisfacción estar en el Museo de Málaga. Me alegro mucho de que al fin se abra, porque tiene una gran colección de pintura del XIX, que durante un tiempo ha estado olvidada, incluso denostada, y que es muy importante y ahora al fin se está reivindicando, sin olvidar la gran colección de arqueología del museo que es tan interesante».
Enrique Brinkmann. Calvicie crepuscular (1988). Óleo sobre tabla. «Falta una buena colección de arte del siglo XX en Málaga»
«He pintado más de dos mil cuadros... Es cierto que los hay más representativos, pero me gusta el que está puesto», aporta Enrique Brinkmann (1938) sobre Calvicie crepuscular (1988), su pieza en la colección de la Aduana. «Me parece que es natural estar en el museo. Al fin y al cabo, creo que en Málaga en el siglo XX soy alguien», defiende el autor, que se felicita porque «al fin» se abre el museo provincial.
En cuanto al discurso de la institución, Brinkmann se muestra un poco más crítico: «Creo que el siglo XX podría estar mejor representado. Falta una buena colección del siglo XX en Málaga () Es verdad que está Picasso, el museo y la Casa Natal, pero aparte de Picasso, creo que el arte realizado en Málaga debería estar más presente en la ciudad».
Eugenio Chicano. Circunvalación (1972). Acrílico sobre lienzo. «Este no es un museo para el turismo»
Eugenio Chicano (1935) se apoya en un bastón y en cierto humor socarrón para cubrir el largo paseo desde la entrada del Museo de Málaga hasta Circunvalación, la pieza que pintó en 1972 y que está incluida en los últimos compases de la sección de Bellas Artes de la institución provincial. «Es el último cuadro que hice de aquella serie y está realizado a partir de cuatro fragmentos independientes. Esta composición permitía exponerlo el diferentes disposiciones en la pared, incluso en el techo, formando una escuadra», recuerda el artista antes de apostillar que la obra ha estado presente en citas internacionales como la Cuatrienal de Roma y la Bienal de Nueva Delhi.
«Me siento bien representado con esta pieza () Además, esta es una sala llena de amigos () Es muy emocionante ver el fruto de las manifestaciones que pedían la Aduana para Málaga», establece el artista, presidente de la Fundación Aduana Museo de Málaga y autor del emblema de aquella reivindicación cívica que logró el uso cultural del inmueble: «Es un reto que los malagueños vengan a este museo, porque este no es un museo para el turismo. También puede serlo, pero es sobre todo un museo por y para Málaga».
Francisco Jurado. Emigrantes (1974). Chapa de metal y soldadura. «El mundo intelectual de Málaga estuvo muy presente en el germen deeste museo»
A Francisco Paco Jurado (1944) le puede la vena sindicalista. Siempre. También cuando habla de su faceta como artista plástico. «Esta obra la hice en plena vorágine sindical», rememora en alusión a Emigrantes (1974), el dúo que representa su obra en el Museo de Málaga. «Quise trabajar con el hierro, que pese a ser un material muy frío es muy bueno para comunicar», establece el también presidente de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama).
Jurado también participó de manera muy activa en la reivindicación ciudadana que reclamó el uso cultural de la Aduana. «El mundo intelectual de Málaga estuvo muy presente en el germen de este museo», rememora el escultor antes de reivindicar un mayor protagonismo de autores malagueños, en particular, de los creadores que en su día recibieron la Beca Picasso de la Casa Natal y que aún no están representados en los fondos de la colección. En particular, Jurado menciona a Rafael Alvarado, el artista que prendió la primera mecha de aquel movimiento cristalizado en el lema La Aduana para Málaga.
Elena Laverón. Pareja tomando el sol y Bailarina (1969). Piedra caliza. «Me gusta estar tan bien acompañada en la sala del museo»
«Hacía tiempo que no las veía y me ha gustado mucho reencontrarme con ellas, porque es un lugar magnífico». Elena Laverón (1938) se acerca a las esculturas que ocupan el filo de la peana central de la sala dedicada a los creadores malagueños del último medio siglo. Antes, la autora ha palpado la reproducción de su Pareja tomando el sol (1969) destinada a los visitantes con problemas en la visión. La escultora palpa las explicaciones en braille y comenta: «Me ha impresionado lo que han conseguido con el museo, además de estar al lado de tanto viejos compañeros... Me gusta estar tan bien acompañada». Y sonríe.
Laverón admite que, hace tiempo, los museos le daban «cierto miedo», pero ahora esa sensación ha ido menguando: «Ya soy muy vieja y siento desde hace tiempo que he llegado donde quería o, al menos, he intentado aproximarme lo máximo que he podido, así que estoy muy feliz de ver mi obra aquí».
Rogelio López Cuenca (Agustín Parejo School). Du côre de LURSS (1985). Técnica mixta sobre papel. «Me parece una especie de intrusismo que una obra como esta esté en un museo de Bellas Artes»
En los años 80 del siglo pasado brotó en Málaga un colección artístico efímero y crucial, lúcido y lúdico, que sembró la calle de pintadas, de acciones artísticas y otras intervenciones siempre irónicas y enjundiosas. Eran los Agustín Parejo School, del que formó parte Rogelio López Cuenca (1959). «En un sitio tan cargado de memoria como la Aduana, esperemos que en esta ocasión no suceda como en otros casos y que la historia del lugar permanezca presente y no sepultada bajo la propia idea de museo», aduce Rogelio López Cuenca.
«Me parece una especie de intrusismo que una obra típica de los 80, con ese aire punk, que hace una renuncia explícita a la autoría, al mito del artista genial con esa soberbia y autoridad que la propia Historia del Arte y el propio museo personaliza... Todo eso me hace pensar en esta obra como una especie de carga retardada introducida en ese relato, de modo que, aunque en este momento quizá no se perciba, en algún momento dará pie a cuestionar lo que se cuestionaba en ese momento a través del tipo de obra que hacíamos», ofrece el autor.
Gabriel Padilla. Sin título (1985). Óleo sobre lienzo. «Cuando ves una obra tuya después de tantos años, prduce un poco de vértigo»
«¡Ah... los 80!». Gabriel Padilla (1949) evoca con un pequeño suspiro los años de máximo apogeo de aquel grupo de artistas que trajo nuevos aires a la escena plástica malagueña donde él mismo tuvo un papel destacado. «Cuando uno ve una obra suya después de tantos años produce un poco de vértigo. Después he pintado mucho, creo que he mejorado... Pero bueno», concede Padilla, retirado del circuito expositivo desde hace años.
«Recuerdo los 80 como una época muy divertida, feliz y creativa», añade Padilla, quien marca distancias sobre los posibles significados de su inclusión en la propuesta del museo provincial como representante de aquella nueva figuración malagueña: «No sé si hay que reivindicar algo relacionado con aquella época... El tiempo lo dirá. No le doy tanta importancia».
Francisco Peinado. Dos hermanas (1982). Acrílico sobre lienzo. «Al ver el cuadro me sigue gustando, pero esperaba una obra más reciente»
Apenas tres días después de la inauguración del Museo de Málaga, Francisco Peinado (1941) estrenará una exposición individual en la Galería JM de la capital. ¿Con obra reciente, Paco? «¡Pues claro!». Porque Peinado sigue al pie del bastidor y ese afán de actualidad le lleva a cierta desazón frente a su cuadro en la Aduana. «Hacía tiempo que no lo veía... Mi pintura ha evolucionado mucho y para mí esta es una época ya superada. En ese tiempo estaba más preocupado por las texturas pictóricas () Al verlo me sigue gustando, pero esperaba una obra más reciente», aporta el artista.
Peinado recuerda que en Dos hermanas pintó «dos monjas, vestidas de negro, sin cabeza». Y sigue: «Es un cuadro que compró la Junta de Andalucía después de una exposición en el Museo de Bellas Artes. La Junta tiene muchos cuadros míos, quizá por eso esperaba alguno más actual...», desliza Peinado.
Diego Santos. Sin título / Tríptico (1988). Acrílico sobre tabla. «Me gustaría que este museo no se quedara en nosotros y que hubiera artistas posteriores»
«Esta obra me recuerda todo lo que hicimos en los 80. Exposiciones como Línea de costa y Vida moderna, la geometría, el color...», la mirada de Diego Santos (1953) se pierde en la evocación de la época que ilustra su tríptico expuesto casi al final del recorrido por la sección de Bellas Artes de la Aduana. Un carácter postrero que Santos querría ver ampliado. «Me gustaría que este museo no se quedara en nosotros y que hubiera artistas posteriores () Para eso es fundamental que haya un fondo de compra, para que la colección siga creciendo», reivindica el artista malagueño.
Durante la cita en el palacio de la Aduana, Diego Santos pasa revista a su larga vinculación con el museo provincial. «Enmarqué toda la obra de Moreno Villa y cuando la he visto montada y colgada en la sala me ha hecho mucha ilusión», ofrece el artista, que ya expuso su obra en el museo cuando este ocupaba el palacio de Buenavista y estaba bajo la dirección del recordado Rafael Puertas.
«Este es el gran museo de la ciudad. En muchos de los museos de Málaga no nos tienen demasiado en cuenta a los artistas malagueños y ojalá aquí sí le den vida a los creadores de la ciudad», desea el creador.
José Seguiri (1954). Acteón (hacia 1990, vaciado de resina) y Tarquín y Lucrecia (1998, bronce) «Estar incluido en esta cadena de artistas es muy emocionante»
«Son dos obras muy definitorias de mi trabajo», sentencia José Seguiri frente a las pequeñas esculturas de Acteón, Tarquín y Lucrecia. Las reminiscencias del mundo clásico, uno de los ejes esenciales en la trayectoria del escultor, brillan en las piezas incluidas en el discurso del Museo de Málaga. «Estar incluido en esta cadena de artistas, desde el siglo XIX, incluso antes, hasta casi la actualidad, es muy emocionante para mí», ofrece Seguiri ante la maqueta de una de las figuras que se quedó a vivir en la plaza de Uncibay de la capital. «Esta pieza la doné al museo, mientras que la otra la adquirió hace algún tiempo la Junta de Andalucía», añade el autor.
Y ahora, con sus creaciones instaladas en el museo provincial, ¿hay sensación de fin de trayecto? Seguiri sonríe como un niño tímido y concluye: «Siempre me siento un debutante... Aquí y ahora, también».
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