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ÁLVARO SOTO
Martes, 6 de diciembre 2016, 00:55
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Sostiene el historiador Carlos Seco Serrano que su tocayo Carlos III era «el rey de las tres paradojas»: pasó a la Historia como el gran promotor de la Ilustración en España, pero no leía; se le considera el mejor alcalde de Madrid, pero no le gustaba la ciudad y huía de ella en cuanto podía; se le tiene por un monarca religioso, pero expulsó a los jesuitas. Y sin embargo, Carlos III superó «por su rígido sentido del deber y por el instinto en la elección de sus colaboradores» estas lagunas hasta convertirse en uno de los mejores reyes que el país ha tenido. «El Trajano de España», lo llamó el diplomático José Nicolás de Azara.
Como era preceptivo, a un hombre de semejante altura política, moral y religiosa debía corresponderle un boato igual de elevado, en forma de representación artística que reflejase su grandeza, aspecto del que siempre se preocupó el Rey y cuyo resultado puede verse en la exposición 'Carlos III. Majestad y Ornato en los escenarios del Rey ilustrado', que se inauguró ayer en el Palacio Real de Madrid, coincidiendo con los actos del tercer aniversario del nacimiento del Monarca, en un acto presidido por los Reyes eméritos, don Juan Carlos y doña Sofía, que volvieron a aparecer juntos en público por primera vez en seis meses.
La muestra reúne 131 piezas emblemáticas y programas decorativos que no se habían contemplado de manera conjunta desde el siglo XVIII. Gran parte de los objetos vienen del conjunto de palacios en que habitó el rey: El Escorial, donde iba en otoño; Aranjuez, donde acudía en primavera; La Granja, lugar de veraneo y, por último y principal, el Palacio Real. Pero el resto de las obras procede de colecciones extranjeras de difícil acceso, unas no han sido mostradas al público en los últimos años y otras nunca. Por ejemplo, el espectacular 'Retrato de Carlos III', pintado por Anton Raphael Mengs y regalado por el Monarca a Federico V de Dinamarca en 1765, una obra en la que el rey español muestra sus mejores galas con el único ánimo de impresionar a quien contempla el cuadro.
«Es una exposición que revela la variedad de los gustos artísticos de Carlos III y de su corte», explica Alfredo Pérez de Armiñán, presidente del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional. Los organizadores de la exposición, que se podrá ver hasta el 31 de marzo, destacan que las obras estaban pensadas tanto para fines funcionales como ornamentales y representativos. Su calidad, su magnificencia y suntuosidad y su tono cosmopolita expresaban toda la grandeza de la majestad del Rey y de la monarquía en su conjunto. Para lograr este nivel la corte no dudó en llamar a los mejores artistas del momento: el mencionado Mengs, Giambattista Tiepolo (del que se exponen 12 pinturas a pastel) y algunos jóvenes españoles, entre los que ya despuntaba el genio de Francisco de Goya (aquí se ven sus 'cartones', dibujos que servían para sus creaciones). Las artes decorativas, por su parte, se encargaban a las Reales Fábricas de tapices, de porcelana y piedras duras, de cristales y de relojes, y a los talleres dirigidos por diseñadores como Mattia Gasparini.
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