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GERARDO ELORRIAGA
Sábado, 12 de noviembre 2016, 01:16
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Juan Hidalgo 'yoeaba'. Hace ya cincuenta años, cuando la dictadura franquista no permitía transgresiones de su discurso oficial político y cultural, el artista canario (Las Palmas, 1927) se permitía crear un término, 'yoear', para explicar lo que él llamaba el sonido característico del ser humano, basado en su carácter egocéntrico, es decir, en su yo.
Posiblemente, entonces, el régimen ni entendía ni reparaba en la trascendencia subversiva de aquel sujeto y poco le importaba su novedoso verbo. Pero, a mediados de los sesenta, los espectadores que acudían a sus performances, carentes de medios para juzgar su predicado, solían convertir cada una de las citas en turbamultas. La concesión del último Premio Nacional de Artes Plásticas, dotado con 30.000 euros, reconoce medio siglo después de aquellas sorprendentes puestas en escena, la extraordinaria aportación de esta personalidad compleja y fecunda que, aún hoy, defiende una propuesta dotada de un lenguaje singular y que escapa a los límites tradicionales entre las disciplinas creativas.
La importancia del artista va más allá de la reivindicación del aparente absurdo, tal y como se interpretaba en aquellos tiempos oscuros. El músico, poeta, fotógrafo y performer propuso un trabajo ambicioso, que rompía la convención de la obra y rebatía el rigor de la autoría, asimilaba la ironía e invitaba a la comunicación a partir de códigos nuevos. El propio autor es el medio, a menudo literalmente, para acciones que cuestionan la identidad, el deseo y el placer de los sentidos.
La fundación en 1964 del grupo Zaj, en colaboración con Walter Marchetti y Ramón Barce, atrajo a otros impulsores de la vanguardia literaria y plástica, como Martín Chirino, Esther Ferrer o Alberto Schommer. Aquel grupo amalgamaba el neodadaísmo y el budismo zen e introdujo el arte de acción, una manera de expresión dramática con el sonido como un telón de fondo, en un país encerrado en sí mismo cultural y políticamente. Con ellos llegó la modernidad y el escándalo, sinónimos habituales en la España sometida a la dictadura. Su frenética actividad comprendía todas las facetas, desde la poesía o el diseño gráfico a la instalación, la fotografía o los conciertos de música experimental.
Los títulos de obras como 'Yoear' y 'Música para 6 condones y 1 intérprete varón', y los textos de sus acciones, que denomina etcéteras, desarrollan planteamientos desconcertantes para la época. Aquello no parecía serio según los parámetros de la cultura oficial, la asimilada, pero el público no podía permanecer ajeno ante un lenguaje que lo interpelaba radical y directamente.
Los espectadores eran invitados, a través de gestos, imágenes, cartas y otros materiales, a una reflexión íntima. Pero, a veces, el revulsivo se transformaba en airado rechazo. En 1967, tan sólo pudieron estrenar la obra que habían planeado llevar a cabo durante siete sesiones en el Teatro Infanta Beatriz. El respetable respondió aireadamente cuando un intérprete se limitó a comer una manzana durante el anunciado concierto. El colectivo tomó parte en los Encuentros de Pamplona de 1972, la cita de la vanguardia nacional en el ocaso del franquismo, y prácticamente desapareció un año después, aunque no fue hasta 1996 cuando Hidalgo, con ocasión de una retrospectiva dedicada a Zaj en el Museo Reina Sofía, proclamó su disolución.
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