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PATIO DE BUTACAS

JULIO CADA NOVIEMBRE

FRANCISCO GRIÑÁN

Miércoles, 26 de octubre 2016, 00:44

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Murió joven. Era apenas una veinteañera cuando la Semana de Cine de Autor de Benalmádena publicó su epitafio en 1990. Desde su inauguración, el festival tuvo una personalidad accidentada y un gusto por las películas prohibidas que le dio fama de contestatario en la España del tardofranquismo. El desaparecido cineasta Luis Mamerto López-Tapia fue su fundador, pero, tras dos temporadas taquicárdicas, le cedió la dirección al crítico José Luis Guarner que probó fortuna un año y dijo hasta luego ante los problemas internos y externos. Entonces, aquellas fechas señaladas en rojo -comunista- cada noviembre fueron para Julio. Para Julio Diamante, que llegó a Benalmádena en 1972 y se quedó hasta que el mítico certamen desapareció. Traía una visión clara de un certamen sin alfombra roja, cinéfilo y comprometido, lo que aumentó aún más la fama del festival como un islote libertario en el que se podían ver películas inaccesibles en otras muestras.

En el Ateneo no han olvidado todavía algunos de aquellos incorrectos e irreverentes títulos y, la semana pasada, invitaron a Diamante para rendirle un acertado homenaje. A sus 85 años, el Julio César de Benalmádena volvió, vio y venció. Y eso que cuando cruzó el umbral del Ateneo se encontró con la kilométrica escalera de acceso. Pero para el hombre que superó todas las montañas de la censura y subió más alto que las prohibiciones, aquellas decenas de escalones no iban a ser un problema. Traía su bastón, buen humor y el tiempo suficiente para que el obstáculo acabara conquistado.

Arriba le esperaba el profesor de Historia Fernando Arcas, que recordaba las piardas para irse a ver aquel cine vetado el resto del año. También José Moreno, creador de la Semana de Cine Científico de Ronda, o Carlos Taillefer, que pese a estudiar en Madrid volvía a casa para no perderse una película. Se sentaban en las mismas butacas que miles de malagueños y de desconocidos visitantes, como Fernando Lara, más tarde director de la Seminci de Valladolid, o Diego Galán, futuro impulsor del Festival de San Sebastián. Todos peregrinaban a un certamen en el que no solo aprendieron a ver cine, sino al que también imitaron.

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