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La malagueña Luz Arcas posa en la trastienda del Teatro Echegaray, donde pondrá en escena su obra.
El danzar trágico de Kaspar Hauser

El danzar trágico de Kaspar Hauser

La malagueña Luz Arcas convierte en movimiento las emociones de este misterioso personaje alemán en el Teatro Echegaray

Regina Sotorrío

Martes, 18 de octubre 2016, 00:09

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Apareció de no se sabe dónde y murió sin que se sepa el cómo. Todo en él es un misterio. La vida de Kaspar Hauser fue un constante danzar entre el asombro y el sufrimiento de un mundo que no entendía. Luz Arcas, al frente de su compañía La Phármaco, se mimetiza con este enigmático personaje que revolucionó a la sociedad alemana del XIX cuando surgió de la nada tras pasar su vida cautivo y aislado por motivos que se desconocen. Solo existen leyendas, conjeturas sobre su parentesco con la realeza o incluso con Napoleón. La bailarina y coreógrafa malagueña convierte en movimientos sus emociones en un montaje que el 22 de octubre se pone en escena en el Echegaray.

«Encarna muy bien la tragedia de todos los tiempos, la incapacidad del ser humano para comprender su propia experiencia del mundo, refleja la extrañeza absoluta de la propia experiencia humana», declara la bailarina, que estrenó la obra en marzo en los Teatros del Canal de Madrid, donde reside. Arcas regresa aquí al solo, a enfrentarse ella con su cuerpo a la escena y a los materiales físicos que le acompañan. «Tenía ganas de hacerlo», afirma la ganadora del Premio del Teatro Andaluz.

Kaspar Hauser no quiere ser una biografía del llamado huérfano de Europa, sino una sucesión de aquellos momentos vitales «fundamentales para comprender el choque de su naturaleza con lo real». Se estructura en cinco cuadros, cada uno con una ambientación propia a través de elementos de escenografía, la iluminación y la música en directo de Carlos González, capaz de tocar a la vez el piano y la percusión. «Y toda la partitura coreográfica está condicionada a que tiene que ser él quien aparezca a través de mi cuerpo», argumenta. Por eso en su danza contemporánea, con algunos toques del folclore del mundo, la «fascinación y el dolor están al mismo nivel».

Defensora de una danza accesible, la malagueña quiere romper con el «tópico» de que el baile más actual habla de «forma rara y compleja» de cosas sencillas. «Esta no es una propuesta conceptual, es muy directa y llega por lo más instintivo», afirma. No hay palabras, solo movimientos y sonidos.

Estructura

El espectáculo comienza con la aparición de ese adolescente de aspecto descuidado y sin ninguna herramienta social en una plaza de la ciudad de Núremberg en mayo de 1828. El cuadro Un extraño joven retrata las reacciones de su cuerpo la primera vez que anda y la primera vez que contempla el mundo que le rodea. Le sigue El color blanco me ha mordido, la frase que dijo cuando descubrió la nieve. «Se explica su capacidad para la sinestesia, para confundir los sentidos y mezclarlos, y al mismo tiempo es una reflexión muy poética de su problemática, que no es solo con las personas, es con lo real y lo físico. Ha estado 17 años sin estímulos, adormecido, y ahora todo le agrede», detalla.

Un caballo de madera era lo único que el niño tenía en su encierro. Y, curiosamente, cuando sale de él tiene dificultades para afrontar cualquier actividad, salvo la equitación. Jinete como mi padre quiero, el tercer cuadro, da vida a ese caballo de juguete como «metáfora de lo otro» y con él interactúa la danza de Luz Arcas. «Él no diferenciaba entre lo vivo y lo inerte, si tiraba una manzana al suelo lloraba porque pensaba que estaba sufriendo. Para él todo estaba vivo», explica. Aquí la bailarina recurre a un trabajo de ritmos con los pies inspirados en una danza india.

También se intuyen reminiscencias folclóricas en la siguiente pieza, El otro del espejo, donde Arcas se vale de un mantón para contar ese momento en el que Kaspar Hauser se ve por primera vez a sí mismo. «Miraba atrás a ver quién estaba, hablaba de sí mismo en tercera persona, como si fuera otro, no se reconocía. Es una experiencia peculiar de la propia identidad», argumenta.

La obra se cierra en el que para Luz Arcas es el punto culmen de su biografía, cuando realmente es consciente de todo lo que se ha perdido al pasar la vida entre cuatro paredes. En Se hará de noche, Kaspar Hauser sale a pasear con el hombre que le cuidaba y al anochecer le pregunta: «¿Quién ha puesto esas luces en el cielo?». «Le entró un ataque de euforia seguido de una enorme pena que le acompañaría hasta su muerte. Lamentó que le hubieran negado todas las cosas bellas del mundo y se dio cuenta de lo lejos que estaba de ser una persona normal», detalla la bailarina.

Es un danzar trágico, pero al que tampoco le faltan toques de humor provocados por esa relación peculiar del personaje con el mundo. «Porque no es ni un salvaje, ni un tonto, ni un loco», aclara. Era un hombre refinado que con su aparición hizo ver al mundo que «la existencia en sí es bastante incomprensible y violenta».

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