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Detalle de la obra ‘This is the fun’ (2014-2015), de David Salle.
Pintura fraccionada

Pintura fraccionada

Esta retrospectiva de David Salle nos muestra con rotundidad la voracidady libertad de un creador cuya obra es trascendental para comprenderparte de la pintura posmoderna

juan francisco rueda

Sábado, 1 de octubre 2016, 01:15

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La pintura de David Salle (Oklahoma, Estados Unidos, 1952), tan desbordante en los elementos figurativos que la componen, tan excesiva en la suma de referencias de procedencia y naturaleza dispares y tan rica en lo cromático, se presta, tal vez por todo ello, a ser comparada o definida en función a imágenes. Son numerosas las que podrían usarse, muchas de ellas la vincularían a periodos de la historia del arte, la misma de la que se nutre y obtiene numerosos fragmentos que ensambla en sus piezas. Su característico modo de componer las obras mediante la reunión de esas citas y elementos propios la sintaxis de su pintura, convirtiendo el espacio pictórico en una suerte de escaparate, magma o palimpsesto en el que se dan cita componentes disímiles, en ocasiones llega al paroxismo pareciendo componer imágenes mediante la suma de distintas partes, al modo de un collage o a lo Frankenstein, como en el personaje femenino de Odes and Aires (2014). Esto nos permite pensar en el Cadáver exquisito, el método surrealista por el cual distintas personas sumaban elementos hasta fraguar una imagen marcada por lo heterogéneo; también puede ser pertinente la noción de «encuentro fortuito», tan ligada al surrealismo, como la anterior, y emanada de los textos del Conde Lautréamont («el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas»).

Precisamente, ese modo de construir su pintura origina o parece exigir una respuesta en el espectador/lector. A saber, Salle recaba imágenes de muy distinta consideración, desde la propia historia del arte (tanto maestros como coetáneos) hasta la publicidad, pasando por ámbitos como la ilustración erótica; integra lo lingüístico en lo icónico, a través de la palabra o del lenguaje musical; adopta los estilos de los referentes que cita o recrea, de modo que apreciamos elementos con un grado de iconicidad muy alto junto a otros más expresionistas o grotescos, tanto como de apariencia pop junto a otros más naturalistas y realistas, o incluso incorpora la abstracción; así como se apropia de la obra y la maniera de figuras tan diversas como Picasso, Rauschenberg, Klein, Katz o Duchamp. Cada elemento o referente, aceptándose una lógica estructuralista, pasaría a ser un signo que se relaciona con los demás y de esa relación, de proximidad o fricción, cabe interpretarse el sentido o significado. El espectador/lector, ante las obras de Salle, se siente impelido a encontrar el posible sentido que generaría el cúmulo de imágenes que se yuxtaponen, se solapan o se sintetizan, así como la naturaleza de esa relación, digamos que el hilo que los cose en ese figurado patchwork. Es más, el público puede sentirse intrigado ante ese enigma que puede ser la intangible argamasa que compacte esas referencias múltiples.

En relación a ese torrente de imágenes y a la posible respuesta del público, en una entrevista en estas mismas páginas (SUR 17/09/16), señalaba Salle a Antonio Javier López que «No pido a los espectadores que hagan nada en particular o diferente a lo que hacen cuando caminan por la calle y reciben las sensaciones de todas las imágenes que ven cualquier día de su vida». Sin embargo, esto no ha de impedir que no se busquen explicaciones sobre esa inflación o saturación visual, ni que el espectador no tenga ese afán de analizar y cuestionar el sentido de ese continuo impacto visual, de ser activo y no sólo contemplativo ante esa oleada que, dicho sea de paso, no ha cesado de acrecentarse en nuestra rutina gracias a los nuevos dispositivos tecnológicos.

Ciertamente, la poética de Salle arroja luz sobre la Posmodernidad, de la cual, de la pintura de ese tiempo, es, sin duda, una de las más relevantes e influyentes. La consideración de la historia del arte como un yacimiento del que acarrear materiales, que se recomponen friccionándose junto a otras manifestaciones que suponen, en muchas ocasiones, ejercicios de desjerarquización y renivelación, es característica de la condición posmoderna. Esa suerte de encomienda al público para que prácticamente sólo sienta y disfrute, encaminarlo a cierto hedonismo y al uso y recepción desideologizada de las imágenes, también, por paradójico que parezca, ha sido atribuido como característica a ese tiempo. Verdaderamente, la pintura de Salle es desbordada y desbordante en sus cualidades plásticas, al tiempo que una suerte de homenaje y apología de la pintura y del hecho pictórico.

Sin embargo, ese aparente no ser trascendente y no aspirar a la exigencia, que parece responder a cierto aire del tiempo de las últimas décadas del siglo XX, se topa con otros aspectos. En muchos casos, detrás de ese magma, y sin atender a derivaciones narrativas, de las que huye explícitamente Salle, late no sólo un conocimiento apabullante de la historia del arte, sino una absoluta conciencia de la revisión historiográfica de algunos periodos. Así, algunas obras cuentan con una imaginería que nos sitúa ante fenómenos culturales que habían sido o estaban siendo revisados. Es el caso de Slang for you (1992), en la que asoman el arte africano y la fotografía de vanguardia, justo en un lapso en el que, precisamente y sobre todo desde los Estados Unidos piensen en el entorno de la trascendental revista October, capitaneada por Rosalind E. Krauss, estas manifestaciones eran releídas y, oportuna aunque tardíamente, reconsideradas. Casualmente, ese nuevo modo de mirar y, por ende, reconfigurar el arte europeo de las primeras décadas del siglo XX adquirió importancia en el país de Salle, aunque también se escenificó expositivamente en algunas instituciones europeas. Casi que en paralelo, el antropólogo norteamericano James Clifford escribía sus Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna (1995), en la que, precisamente, se revisaba algunos episodios de la vanguardia (revista Documents) en los que se usaba como arma la «yuxtaposición paradójica» de restos y manifestaciones culturales dispares.

El carácter retrospectivo de esta exposición permite apreciar con mayor rotundidad la voracidad y libertad de Salle, tanto como el modo de hacer dúctil la pintura y experimentarla continuamente en lo material y en lo lingüístico. Y entre el marasmo aparece Picasso, quizá un ejemplo si no un antecedente- de creador que construye su trayectoria en la sucesión de estilos o de un «estilo del no-estilo», de quebrar jerarquías, de ser un «pintor de pintores» y de vampirizar a muchos de ellos. Aprendió bien la lección Salle.

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