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Un visitante del Guggenheim contempla el 'Estudio para el retrato de Gilbert de Botton'. :: l. tejido / efe
Bacon, belleza brutal

Bacon, belleza brutal

El Guggenheim confronta las obras del atormentado creador británico con los maestros a los que vampirizó

MIGUEL LORENCI

Viernes, 30 de septiembre 2016, 01:16

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Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992) desplegó un prodigioso talento caníbal. Su pintura, de una belleza brutal y estremecedora, se alimentó de la sangre de muchos otros grandes creadores a los que vampirizó sin caer jamás en la imitación. Su genio le permitió fagocitar el talento ajeno para alimentar el suyo y construir el futuro del arte. 'Somatizar' a creadores como Picasso, Velázquez, Goya, Zurbarán, Van Gogh, Juan Gris, Toulouse-Lautrec, Rodin o Giacometti, entre muchos otros grandes pintores, para 'baconizarlos' en una pintura que cautiva o repele con pareja intensidad.

Pero por doloroso que resulte contemplar su cruda y angustiosa belleza, su calidad lo reivindica como uno de los más originales genios del siglo XX, disputando lugares de privilegio a Klee, Rothko, Pollock, Matisse o Picasso. El artista malagueño fue uno de los primeros espejos en los que Bacon se miró. Como luego en Velázquez, Goya o Zurbarán, cuyas obras escudriñó con fervor en sus constantes visitas al Prado y con los que vuelve a medirse, ahora en el museo Guggenheim de Bilbao.

'Francis Bacon: de Picasso a Velázquez' repasa en 80 obras -medio centenar de Bacon- la potencia de ese genio torturado. Con patrocinio de Iberdrola y organizada en colaboración con Grimaldi Forum Monaco, reúne en la catedral de titanio de Ghery algunas de la obras más relevantes y menos vistas de Bacon confrontadas con las de los maestros que admiró. Un pulso que durante los próximos tres meses se enseñoreará en el Guggeheim confrontando las telas de Bacon con piezas como 'San Francisco en oración ante el Crucificado', del Greco; el 'Bufón Sebastián de Morra', de Velázquez, que cede el Prado; 'Busto de un hombre en un marco', de la Fondation Alberto et Annette Giacometti; 'Composición (Figura femenina en un playa)', de Pablo Picasso, o 'Un pavo muerto', de Goya.

Elaboradas durante casi seis décadas en Londres, pero con el 'corazón partío' entre París y Madrid, la muestra nada tiene que envidiar a la que el Prado le dedicó hace diez años y que reunió 78 pinturas, entre ellas 16 grandes trípticos. Aquella se centraba en la última etapa de Bacon y la del Guggenheim apunta más a los orígenes. Una etapa de la que apenas hay obra, ya que Bacon destruyó casi todo lo que pintó.

Martin Harrison, responsable del catálogo razonado de Bacon y toda una autoridad en su obra, es el comisario y responsable de un selección que a través de retratos, desnudos, paisajes o tauromaquias propone «una nueva perspectiva sobre la obra de Bacon». Ofrece también un autorretrato del Bacon real, «apostador, masoquista, manirroto, mentiroso, borracho, obsesionado con el sexo, con amantes sádicos como Peter Lacy, y un tipo tan raro como genial pintor», según Harrison.

Incide en la decisiva influencia de la cultura francesa y española en su pintura. Recorre el universo de un Bacon «construido a partir de la literatura, el cine, el arte y su propia vida, con un lenguaje singular, reflejando con gran crudeza la vulnerabilidad humana», como queda ya patente en 'Jaulas humanas', primera de las cinco secciones de la muestra, y en el espectacular trípitico 'Tres estudios para una crucifixión'.

Bacon retuerce y deforma los cuerpos «de manera casi animal en sus desnudos», destaca Harrison. Se aíslan y en posturas cotidianas que el pintor transforma, «reinventando el retrato», según el comisario. Transgresor con su vida y con su obra, «Bacon cruza fronteras hasta entonces invulnerables, situando al ser humano ante un espejo en el que puede contemplarse de forma cruda y violenta», resume Harrison.

Vemos cómo un Bacon adolescente, hijo de una adinerada familia británica afincada en la Irlanda rural y sin conexión con el arte, decide hacerse pintor tras visitar la exposición 'Cent dessins par Picasso' en la galería Paul Rosenberg de París. «Traté de poner mi pie en esa puerta abierta por Picasso para que no se cerrara», dirá Bacon colocando a Picasso en «ese linaje de genios del que forman parte Rembrandt, Miguel Ángel, Van Gogh y, sobre todo, Velázquez» . Asistió solo a cuatro corridas de toros. «Pero cuando ves una se graba en tu mente para siempre», decía un Bacon admirador de la tauromaquia goyesca, que pinta toros, y que también filtró y 'baconizó' los 'Disparates', 'Los desastres de la guerra' o las 'Pinturas negras'. «Aunque decía para epatar que las detestaba, como el 'Guernica' o las 'Hilanderas', o que le compararan con el Bosco. Pero no hay que creerle», dice Harrison. Francis Bacon falleció no lejos del Prado, en una breve visita a Madrid en abril de 1992. A pesar de que nunca mantuvo una residencia estable en España, realizó también estancias en Málaga, Sevilla o Utrera.

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