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Domingo, 21 de agosto 2016, 00:26
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Como cada mañana desde hacía siete años, iba en el tren. Le gustaba observar el paisaje desde la ventana, ver cómo el sol daba la bienvenida a un nuevo día mientras sentía el suave traqueteo del vagón en marcha. En esos momentos le invadía una profunda sensación de calma, de paz imperturbable. Confiaba en el ser humano, en la vida... nada malo podía pasar.
Como cada mañana desde hacía siete años, el tren llegó a su destino y a ella le volvió a sorprender que la gente ignorara su presencia en la estación. Nadie la veía. Nadie la oía.
Como cada mañana desde hacía siete años, se quedó atónita al descubrir de nuevo su cuerpo ensangrentado, sus piernas desdibujadas y su naturaleza vaporosa..
(Publicado en SUR el 21 de agosto de 2016)
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