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Viernes, 22 de julio 2016, 23:51
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Nunca se sabe a qué distancia queda la muerte, y cuánto la separa del disgusto.
La tarde era algo acética, y me aburría soberbiamente.Desde que terminaron las noticias de las tres me notaba una molestia en el brazo izquierdo bastante fastidiosa. Nada que no se aliviara con un buen café, pensé.
De pronto mi cabeza giró y las mesas y sillas cambiaron de perspectiva. Llamaban a la puerta y yo me encontraba clavado al suelo. Era Paquita, mi casera y venía a traerme un postre. Abrió con su llave, como otras veces, gritó y nada más.
Paquita murió hace quince días y yo estoy vivo para contarlo. Desconozco cómo hizo para coger mi móvil y pedir ayuda porque en su última visita, flan en ristre, me confesó su innata inutilidad para el manejo de semejantes aparatos abominables, como ella solía denominar a nuestros ilustres móviles.
(Publicado en SUR el 23 de julio de 2016)
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