Borrar
Amor a primera vista

Amor a primera vista

Marta me deja helado al explicar con todo lujo de detalles cómo Lucas se agazapa al aproximarse a la presa para atacarla. Me pregunto con quién estoy hablando, ella es incapaz de aceptar algo así por muy enamorada que esté

José Antonio Garriga Vela

Sábado, 21 de mayo 2016, 02:26

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Marta me llama por teléfono después de varios meses sin tener noticias. Los dos somos vagos a la hora de descolgar el teléfono o enviar un simple mensaje, pero cuando nos ponemos a hablar mostramos tal naturalidad que parece que reanudemos una conversación que abandonamos la noche anterior. Me habla de Lucas, un desconocido para mí. Afirma con tono jocoso que es lo mejor que le ha sucedido en la vida después de estar conmigo y que su mera presencia la hace feliz. Le ofrece cariño, aunque no hasta el extremo de ser empalagoso. Luego dice, con cierta sorna, que está permanentemente motivado para la acción, lo cual lo convierte en un compañero entusiasta e incansable. Me quedo sorprendido porque nunca la había oído hablar así de ninguna de sus parejas. Ella continúa el soliloquio y, de pronto, descubro un ínfimo fallo en la personalidad de Lucas. Marta no muestra tanto entusiasmo cuando señala que no es demasiado afectuoso con sus amigos, los amigo de Marta. Cuestión de celos, supone ella. Me extraña que lo admita porque jamás ha soportado a los hombres posesivos y mucho menos celosos. Argumenta que quizá sea timidez y añade que cuando están en público él se mantiene al margen, incluso se quita de en medio cuando la atmósfera se caldea y alguien levanta la voz para expresar su opinión.

Marta me deja helado al explicar con todo lujo de detalles cómo Lucas se agazapa al aproximarse a la presa para atacarla. Me pregunto con quién estoy hablando, ella es incapaz de aceptar algo así por muy enamorada que esté. ¿Cómo puede identificarse con la víctima y consentir que utilice la violencia? Entonces no consigo reprimirme y pregunto indignado: ¿Dónde has ido por él?. Me contesta como si yo estuviera en la inopia: A la perrera, ¿adónde quieres que vaya? No estoy dispuesta a pagar un céntimo por ningún perro teniendo en cuenta la cantidad que dejan abandonados. Tardo unos segundos en reaccionar. No expreso en voz alta lo que acaba de pasar por mi cabeza porque no lo creería. Guardamos un instante de silencio y oigo el ladrido de Lucas, más bien un gemido, uno solo. No me ha dicho la raza, supongo que será un chucho. Imagino a Marta pasando la mano por su espalda y no puedo evitar sentir un ápice de celos. Después hablamos de otras cosas rutinarias: el trabajo, los fines de semana, los amigos comunes, alguna película, un libro, el último viaje; hasta que ella vuelve a insistir en sus largos paseos con Lucas. La vislumbro esperando pacientemente que el perro termine de hacer las necesidades y luego recoger los excrementos y tirarlos a la basura. Nos despedimos hasta no se sabe cuándo. Cuelgo el viejo teléfono negro de baquelita que ella me regaló, dejo caer la mano, y acaricio el aire pensando en lo que estarán haciendo los dos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios