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Terremoto

Terremoto

De pronto, la Tierra se hace notar. Nos dice que vayamos con cuidado, que siempre hay algo más fuerte que no se puede controlar

José Antonio Garriga Vela

Sábado, 30 de enero 2016, 02:37

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La madrugada del lunes, me despierta un movimiento sísmico cuyo epicentro se halla lejos de mi cama. Oigo el temblor de los cristales y los objetos, que también tienen vida propia. Al otro lado del mar, a más de doscientos cincuenta kilómetros de distancia, caen fachadas de edificios que dejan al descubierto la vida íntima de los inquilinos. De pronto, la Tierra se hace notar. Nosotros andamos en nuestras cosas y algo invisible manda una señal, una amenaza. Nos dice que vayamos con cuidado, que siempre hay algo más fuerte que no se puede controlar, que esto es un aviso, que no perdamos el tiempo en banalidades, que los únicos castillos que nunca se desmoronan son aquellos que construimos en el aire sin cimientos ni hipotecas.

El lunes por la mañana temprano salgo a la calle. Paseo por el Centro. Me encuentro con un amigo. Afirma que actualmente todo se mueve, incluso los fondos marinos y las entrañas de la Tierra. Sigo caminando y sólo escucho conversaciones relacionadas con el terremoto. Las voces de la calle se extienden hasta más allá de las ondas sísmicas. Un tema de conversación que sirve de excusa para suplir el silencio y romper la rutina. Alguien habla de las ondas internas y las ondas superficiales. Lo que pasa en el interior y finalmente surge a la superficie. Las personas que sufren en silencio hasta que al final estallan. De manera fortuita, el terremoto provoca una inmersión en lo más profundo de nosotros mismos. La conciencia del desastre. Lo que pudo ocurrir y afortunadamente no sucedió. La inquietud del misterio que envuelve al mundo entero. Lo que transcurre a nuestras espaldas, lo que se mueve en secreto, la conspiración del silencio. Lo que cae del cielo y lo que se fragua bajo tierra. La incógnita del porvenir.

Un niño muere en Alhucemas al sentir el terremoto. Su corazón frágil no quiere ruidos, ni miedos, ni sobresaltos. Nada que rompa la calma. Lo que para unos es una anécdota, un evento curioso, para otros se convierte en tragedia. Yo estaba durmiendo, desperté, y volví a conciliar el sueño. Unos segundos durante los cuales estuvimos fuera de control. La vida que pasa, la vida que se detiene. Paseo por la ciudad ilesa, apenas algunas grietas y magulladuras. Oigo comentarios chistosos, igual que sucede en los funerales. Al día siguiente retorna la inercia de la vida cotidiana. Hay que enterrar el temor lo antes posible. Lo que no tiene remedio, mejor ignorarlo. Se reconstruirán las fachadas igual que la cirugía estética hace con el cuerpo humano, pero el interior continúa siendo un enigma, lo mismo que esa onda anónima capaz de conmover los cimientos de la Tierra.

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