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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 28 de noviembre 2015, 01:42
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He pasado un mes en Vietnam y Camboya sin saber lo que sucedía en el resto del mundo. Miraba de soslayo las televisiones de los bares y sólo veía partidos de fútbol de equipos europeos. Me fui de Málaga porque sentí la necesidad de desconectar de la vida cotidiana y recobrar fuerzas para seguir adelante. Me agota la rutina. Al coger el avión con destino a Ho Chi Minh olvidé inmediatamente lo que dejaba atrás, como si hubiese perdido la memoria y no existiera nada más que el presente. Los vietnamitas siguen llamando Saigón a la ciudad que tantas veces ha cambiado de nombre. Un mes recorriendo el país entero en aviones, barcos, trenes y autobuses. Casi al final del viaje, ascendí en lancha por el río Mekong hasta cruzar la frontera de Camboya y llegar a Phnom Penh.
Los amigos me preguntan por qué no escribo del viaje y no sé bien qué contestar. No encuentro las palabras adecuadas que definan ciertas sensaciones. Hay grandes descripciones de paisajes, ciudades y países en la literatura; sin embargo yo suelo quedarme sin palabras. Estos días he navegado por el corazón de las tinieblas y conocido la delgada línea roja que dibuja el mapa de Vietnam, pero ¿cómo describir las miradas, las sonrisas, el sonido urbano y los silencios?
Mi maleta se rompió en Can Tho, la ciudad del delta del Mekong, tantos años viajando juntos me impidieron abandonarla, como si la maleta tuviera su propio pasado y formara parte de mi vida. Pasé una noche en el cuarto donde se rodó la película El amante, la casa en Sadec que Marguerite Duras eligió para situar la novela donde cuenta su relación amorosa a los quince años. Hoy la casa que tanto agradó a la escritora se ha convertido en un pequeño hotel que mantiene el estilo austero de las habitaciones exactamente igual que en la película. Me hospedé en el mismo cuarto donde los amantes se encontraban. La literatura también me acompaña en los viajes.
Miro las fotos que yo nunca hago y cobran vida las personas, las calles y los paisajes. Me quedo ensimismado en la habitación del hotel donde me hospedo en la isla de Cat Ba. A través de la ventana contemplo la bahía de Halong, el laberinto de islotes bañados por el Mar de la China. De nuevo la belleza de la imagen eclipsa el pensamiento, me ha ocurrido en otros lugares, otros viajes en los que también me quedé sin palabras. La impresión que sobrecoge al viajero y guarda en la retina de la memoria.
Quizás algún día escriba un libro de viajes. Entonces permaneceré quieto delante de la pantalla del ordenador y dejaré que los recuerdos mezclen territorios y destruyan fronteras. Me gustaría crear un solo país que ocupara la corteza terrestre, un lugar en el mundo compuesto por los recuerdos de toda una vida.
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