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'El fin': Los perfiles del final

Antonio Garrido

Martes, 22 de septiembre 2015, 18:34

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¿Quién no ha llegado al final de una carretera o de un camino y se ha quedado con la boca abierta? El camino se acaba como en la foto de la portada, qué hacer, es el fin del mundo. Ese final físico, real, se suele corresponder, además del enfado, por dónde tirar, con un desasosiego del ánimo. ¿Cuántos caminos se han quedado por recorrer, cuántos finales en las relaciones humanas, cuántos paisajes de ruinas, cuánto agotamiento?

Puértolas tiene la virtud, entre otras, de ofrecernos un incidente cotidiano, que aparentemente no tiene importancia y que adquiere un relieve especial, una relevancia verdadera para la vida de los personajes. El título del último relato es también el del libro. El narrador llega cansado a casa. Su mujer le informa que su madre le ha llamado porque ha sufrido un percance. La pareja vive en la rutina, en el cansancio de todos los días, como casi todos.

El narrador llama a su madre. ¿Qué ha pasado? El matrimonio, ya jubilado, ha salido a pasear a Bola, la perra. El hombre la ha soltado y un coche ha estado a punto de atropellarla. No ha pasado nada, salvo un leve desperfecto en el vehículo, recién reparado, por cierto. Iban dos coches juntos y un joven ha salido de cada uno. El anciano ha perdido el control y se ha puesto a insultarlos. La pobre mujer, en medio, siempre con afán conciliador, intenta tranquilizar y tranquilizarse. Todo en vano. Los ancianos sienten que el mundo ha cambiado y que ya no tienen lugar en él. Lo imprevisto es el caos.

La noche, una cualquiera. El narrador vaga por las calles. No quiere volver a su casa, se demora. Está claro que el hogar no es dulce. También en este caso aparece lo imprevisto. Es un hilo conductor de todos los textos. En el zaguán de su casa encuentra un bulto, una mujer, que ha sufrido una indisposición. Todos los personajes están cubiertos de gris, todos somos nosotros de alguna manera, aunque sea en las inquietudes del sueño. Ambos se ponen a caminar, la mujer se ha recuperado. Paran en un bar a las primeras horas de la amanecida, allí encuentran a un borracho que les molesta. ¿Dónde está la sutileza? En la niebla que el lenguaje crea y que envuelve las acciones.Se trata de un relato en blanco y negro, una calle con una luz muy pobre al final.No son tiempos de épica mucho menos de lírica. Son tiempos de desgaste lento, de erosión. Un mundo sin esperanzas.

Cuando llega el verano, en esa casa del otro lado, surge la sorpresa. ¿Quién la habrá alquilado este año? Una pareja, ella es muy guapa. Son correctos pero muy cuidadosos de su intimidad. ¿El deseo? La soledad de una mujer y el gesto de una mano en la despedida. La clave está en ese instante tan breve y tan simbólico. Una clave es que todas estas sensaciones, estas emociones que los textos transmiten no proceden en ningún caso de análisis internos, de reflexiones. Todo es narración sencilla de hechos nada complejos.

Dos amigas que estudian Filosofía y Letras, dos amigas que conocen en un café literario a un hombre al que llaman el caballero oscuro, un tipo curioso. Las amigas se separan, ya se sabe la vida. Al cabo de tiempo, se encuentran y una confiesa a la otra que tuvo una relación con este hombre. No diré más, solo que la casualidad es un rango de orden. Él eligió a una de las dos, o no.

Una voz magnífica. Una niña y su prima que la ve triunfar en los escenarios. Sus deseos no se cumplen. Un camino que se ciega, una esperanza sin esperanza. Hay mucho más en estos perfiles del fin, de muchos finales, como el del apuesto fraile.

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