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Tu microrrelato en SUR

Tu microrrelato en SUR

Regresan las narraciones cortas a estas páginas los domingos de agosto. El tema es libre y las creaciones no deben superar las 150 palabras. Escribe una historia breve y envíala a la dirección microrrelatos.su@diariosur.es

PPLL

Domingo, 23 de agosto 2015, 00:38

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Susana Rueda Albarracín: Traición

Tres veces gritó mi nombre, tres balas que rozaron mis oídos y se desintegraron en la noche.

Apreté el paso, el frío insistía en paralizar mis músculos y sentía mis pestañas quebrarse con cada lágrima.

No quería pensar y caminar me pareció una buena forma de continuar existiendo, el movimiento sin destino, un eficaz salvoconducto hacia el amanecer.

El valor infundido por las primeras luces del alba, apenas me alcanzó para reconocer mi entorno. Allí estaba él, molestamente relajado, abandonado al sueño. Le odié. Acerqué mis labios a su mejilla y susurré: lo sé.

Eva María T. S: Dignidad

Como cada mañana, cogió su maltrecha dignidad, la enrolló en un coletero deshilachado, se hizo con ella un moño bajo y salió de casa.

Rosa Ruiz Gusbert: La hora del té

Gustav se presentó a la hora del té, tal como prometiera cuando se marchó a Birmingham para solventar un asunto relacionado con su trabajo en el Thomson & Douglas. Su esposa lo esperaba y se alegró de verlo. Sabía que no faltaría a su promesa. Sin saber por qué no lo abrazó; se limitó a sonreírle. Él presentó la taza y cuando ella echaba el líquido, humeante y ambarino, sonó el teléfono. ¿Su esposo? ¿Muerto? Se volvió, incrédula. Gustav no estaba ya. Sólo la taza intacta al borde de la mesa. Entonces comprendió.

Begoña Casado Gérnar: El traje

75 noches de insomnio. 40 litros de café. 2 cajas de ansiolíticos. Comida rápida. Diarreas. Interminables decisiones a solo una semana de la boda. El menú, que no termina de convencernos. Tu familia, demasiado tradicional, la mía un tanto pasota.

Invitaciones, pruebas, el trabajo, mi jefe, quiero escaparme contigo, solo contigo a una isla desierta. Invitados, tu primo y su mujer anoréxica, mi tío, qué cantamañanas!

El traje, que aún no está listo. Esta tarde es la última prueba. Stress, es cuatro. Risa nerviosa.

He pedido una hora en el trabajo. Respira. 1, 2 y así hasta diez. Ese bulto, que no circula, paquete, tengo prisa.

El traje me sienta como un guante. Debo ir a casa. Lúa tiene que salir. Hoy no ha paseado. Tranquila, perrita. Voy.

Bajo las escaleras deprisa. Llevo el traje impecablemente planchado, inmaculado en su funda. Abro la puerta deprisa. Resbalo.

Estoy tendido en el suelo, tranquilo. El traje se ha ensuciado. Lua me lame la cara. Mi novia llora. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Se ha manchado el traje?

Cecilia Lamothe Moreno: Tiempo

Debería vivir en Whasington, hay cuatro horas y media de diferencia, esas horas nos vendrían bien para que nos cuadrara el día a día, si no es imposible. Empecemos a sumar: Una hora en la oficina del Inem, una hora y media en el médico, media hora en una sucursal bancaria y una hora en la oficina de correos, con la cantidad de gente que hay en el paro y tienes que pasar media vida esperando, ya se sabe el que espera desespera, pero bueno como soy una persona optimista, no pierdo la esperanza, que ya se sabe que es lo último que se pierde. 

Rogelio Rodríguez Cáceres: Guerra al ocaso

En aquel atardecer, cada vez que miraba, veía cómo aumentaba de tamaño, a una velocidad sorprendente, sin que ella misma pudiera explicárselo. A cada instante, su cuerpo se modificaba, transformándose en un ser más letal. Fue entonces cuando decidió enfrentarse contra aquella bestia, entre los cadáveres de sus semejantes, segura de su victoria.

Desgraciadamente, el dogo alemán se flexionó sobre sus patas traseras y dejó caer un excremento descomunal sobre aquella pobre hormiga, que, por primera vez, había acertado a contemplar su propia sombra.

José Antonio Morales Muñoz: En 5 segundos

Ella tenia los pulgares mas rápidos de toda la ciudad:

Acabar con su novio le llevó menos de 5 segundos.

Nieves Ballesteros González: Decisiones

En una mano una caja de parches reductores, en la otra un tarro de leche condensada, en su cabeza un enredo de pensamientos y en su corazón, sentimientos encontrados que se empujaban unos a otros luchando por la victoria.

Tras unos segundos mirando de derecha a izquierda y viceversa como en un partido de tenis, decidió que la cosa quedaba en empate, dejando caer ambos productos a la cesta.

Al fin y al cabo, qué era la vida sino una sucesión de días buenos y días malos, mejor estar preparada para poder afrontar cualquiera de los dos.

Jorge Garcés Garrido: Colores

Pero ya nada sería igual. Recuerdo que la casa se llenó de gente y después quedó vacía, sin meriendas, adivinanzas ni canciones antiguas. Estuve allí con mi madre otra tarde. Ella se la pasó explorando cajones, sacando papeles y fotos en blanco y negro. Yo vagué sonámbula, resbalaron mis ojos sobre muebles y objetos inertes. La alacena me atrapó en un amargo perfume de rosquillas, con su delantal tendido como pañuelo. Junto a la lumbre apagada se derramaban en un cesto los colores de una bufanda a medio tejer. Había llovido y el arco iris era una enorme sonrisa al revés a punto de desaparecer.

Lola Gregori Ojeda: La olla de Dolores

Se tapó los oídos, su cuerpo temblaba escondido en el hueco debajo del fregadero. Esta última bomba había caído cerca. La olla con lentejas y el plato con el pescado medio enharinado, que había traído Antonio esa mañana, también vibraron con la explosión.

Esa mañana el sonido de las sirenas antiaéreas pillaron a Dolores preparando la comida.

Siempre igual, todos los días vienen a la hora de comer, ¿Es que no tienen otro momento? y encima los de al lado aprovecharán que no hay nadie en la casa para llevarse la olla, que no les importa saltar por los aires con tal de comer ¡Que mala es el hambre!

Las suplicas de Antonio y los niños no consiguieron convencerla para que fuera con ellos al refugio.

Mujer, pero cómo te vas a quedar suplicaba Antonio.

Yo me quedo bajo el fregadero dijo empecinada Dolores ¡Hoy comemos caliente!

Antonio Gavilán Villatoro: Sentido sin son

Solo saboreaba sabrosa sandía sin semillas, solo sin su sinrazón, sentía su sonora sensación, si sondeaba su son. Su saludable semblanza, sonrisa socarrona, símil sexual, satisfacía su sed salpicando sorpresivamente sus sienes. Sentado sin saña sobre su silla, sintió salados sinsabores señalando sus sospechas: severo salpicón sobre su sayo sacudió su semblante. Señales súbitas, soberanamente sureñas, subieron su sensación somera, situación sangrante.

Sabiendo su sentir, soslayó suavemente su señera somnolencia sin santiguarse siquiera, salvo salir sin sobresaltos, solamente, si su Santa se soliviantaba, sopesando su FIN.

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