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La guinda del éxito para un cóctel adolescente de azar y necesidad

La guinda del éxito para un cóctel adolescente de azar y necesidad

Vidas con huella ·

Miguel Sánchez se despidió de su niñez cuando la escuela lo dejó a él. Antes que emblema de la Costa del Sol fue un barman que se pagó el inglés y otras clases vendiendo telas de Béjar. En el ámbito turístico ha dirigido y salvado hoteles. Aún le queda mucha que cortar

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Domingo, 10 de diciembre 2017, 00:42

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La España de finales de los 50 sacó pronto del colegio público a aquel niño, pero no por mala conducta, sino por un sistema que le echaba la culpa al calendario y se lavaba las manos. Iba a cumplir los 14. «El maestro me dijo una mañana que no podía seguir en la escuela al cumplir esa edad», recuerda aquel día en que le pidió que recogiera sus cosas del pupitre, lo acompañó a la puerta de aquella escuela rural «y con los ojos vidriosos, me dijo que era mi último día allí, que había sido un alumno ejemplar, que le había ayudado mucho, pero que no podía seguir yendo a clase». Miguel no era muy buen estudiante pero siempre estuvo dispuesto a aprender. El mayor de seis hermanos se enfrentaba a la primera lección de vida con poco aprendido «en una única clase con 60 alumnos» y una página en blanco asomada a la madurez sin ganas de coger el testigo de los sacrificios entre campo y ganado con los que sus padres sacaban a flote la casa.

No había posibles en la familia ni en el paisaje de la aldea salmantina de Peromingo que entonces tenía 400 vecinos y hoy, con 130, dejaría habitaciones libres en uno de sus hoteles más pequeños. De momento, su porvenir hizo escala en la cercana Béjar. Bastó año y medio en un hotel, primero como botones y luego en la barra, para sentir la hostelería como un flechazo profesional del que sigue enamorado: «El trato con la gente y la coctelería me encantaron, pero vi que hasta poder ser barman iban a pasar demasiados años. Había muchos en cola, así que entre esa expectativa y mi ilusión por aprender idiomas, pensé que lo mejor era buscar otros horizontes». Empezó a rumiarlos con su cómplice, amigo y también aprendiz Manual Albarrán, «un hermano para mí y un magnífico cocinero» con el que imaginaban juntos un futuro en algún lugar de éxito turístico de la España que ya empezaba a ser la gran tostadora nórdica. Lo de estos dos quinceañeros fue una ‘road movie’ en línea recta con parada en Madrid, sin sobresaltos pero casi sin casi dinero.

El hotel Alay fue su centro de formación durante 26 años y también el trampolín para el salto como empresario

En aquel autobús de ‘La Serrana’ que les depositó no muy lejos de la estación de Atocha estuvo la clave. «Teníamos en mente la Costa del Sol o la Costa Brava, y como andábamos muy justos de dinero, le dijimos al taxista que nos llevara a la estación que estuviera más cerca», explica la mezcla de azar logístico y la austeridad que les llevaría hasta Fuengirola, donde también la casualidad les tendió la mano del maitre, que había trabajado en el mismo hotel de Béjar. Fue reponer fuerzas en el hotel Mare Nostrum, mandarlos a que les tomaran las medidas de sus chaquetillas y pantalones y enseguida ponerse a trabajar, uno en la cocina y Miguel en la barra. Allí se rodó dos años y medio antes de mudarse al hotel Alay –«mi gran centro de formación»–, donde repitió comienzos de barman pero acabaría de director general veinteañero. «Disfrutaba con la gente y con los cócteles. Gané el campeonato de Málaga y de España durante dos años. Otro año quedé tercero en Italia y también segundo en Japón», describe un crecimiento profesional en varias facetas –«pegándome a los que más sabían»–y que le permitiría pronto dar el salto desde la barra a la gestión con proveedores y el personal.

Autodidacta

En esa escalada laboral no dejó atrás la formación autodidacta y la ayuda de profesores particulares, –«uno de inglés y otro de cultura general»–, un ‘lujo’ para el que los salarios del principiante no daban de sí: «Busqué una representación de telas de Béjar y en mis ratos libres me ganaba una comisión también con el sastre que confeccionaba los trajes», explica la fuente de dinero extra que también sudaría trabajando barra e inglés en Londres a lo largo de tres inviernos. Al menos algo bueno tuvo entonces la estacionalidad para su futuro. Alay fue su centro de formación y también el trampolín para el salto como empresario. En los últimos diez años, quien lo había sido todo al frente del hotel ya no participaba plenamente en todas las decisiones de la familia Aguirre. En febrero de 1988 hizo sus primeras maletas de emprendedor y se lanzó a construir los apartamentos Aguamarina en un solar comprado con sus ahorros. «Fue una aventura con más intuición que números, sin apenas financiación», recuerda ese comienzo de lo que, desde la pasada primavera, es un hotel suite con 130 habitaciones. Había dejado atrás 26 años en el Alay en los que lo aprendió todo de la gestión hotelera y también del turismo en la Costa del Sol, un territorio en el que este jinete desde niño –«me crié con caballos y me siguen gustando»– ha cabalgado por todas las crisis y bonanzas de las últimas cuatro décadas.

Una marca local

  • 1.800 camas suman los hoteles que gestiona el grupo que fundó y preside desde 1987. La oferta la de la cadena MSla integran los hoteles Amaragua, Tropicana, Fuente Las Piedras, Maestranza, Aguamarina, Apartamentos Alay, y el cinco estrellas gran lujo MS Palacio de Úbeda, en uno de los singulares edificios renacentistas de la ciudad

  • El 'salvador' del Málaga Palacio. Era vicepresidente de Aehcos cuando fue a dar su apoyo a los propietarios, la familia León Portillo, que acabó confiándole la gestión del hotel. Un acierto tras once duros años, de 1985 a 1996, en los que él destaca «el esfuerzo de todos» . El hotel recuperó las cuatro estrellas y alejó su cierre.

Ha estado atento no sólo a la marcha de sus hoteles –actualmente siete bajo la marca MS– sino a un sector que representó durante once años como presidente de Aehcos y que le tiene como referente en el Consejo de Turismo de Andalucía, el sandedrín turístico de la patronal andaluza. Ha tenido sus caídas del caballo. Del CIOMijas, un centro público en cuya empresa de gestión privada participaba, hace balance como «víctima absolutamente injusta de un proyecto con 400 alumnos que empezaba a ser rentable», dice respecto a la situación terminal a la que se llegó por la falta de aportación de los fondos de formación. Pero las crisis que le han ocupado más tiempo son las de otros empresarios. A Miguel Sánchez le han llamado como si fuera un teléfono de la Esperanza hoteleros en crisis y hasta jueces de lo mercantil, como en el caso del hotel Guadalpín. Tiene buena estrella para reflotar negocios, pero sobre todo mucho conocimiento del paño que tiene entre manos. «La pieza principal está en contar con un buen equipo bien formado, que tenga ilusión y en darle responsabilidad», concentra la receta en la que ahora apuesta desde las cuatro estrellas y casi dos mil camas por la singularidad en medio de la fuerte competencia con las viviendas vacacionales. En su haber de gestor de recuperaciones difíciles reina el Málaga Palacio, al que salvó cuando la propiedad planteó al Ayuntamiento hacerlo viviendas desde su ruina como negocio. En el desván de sueños rotos de este incansable predicador contra la estacionalidad y la falta de unidad empresarial anota el fracaso, en los años 80, del proyecto de Disney, que al final cambió Estepona por París. «En aquello me había implicado», se duele.

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