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El mirador del Balcón de Europa, punto de reunión y encuentro de visitantes y turistas en Nerja.
Un selfie en el Balcón de Europa
AQUÍ, LA COSTA DEL SOL

Un selfie en el Balcón de Europa

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Viernes, 15 de agosto 2014, 00:39

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«Aquí termina toda la gente que viene a Nerja», afirma Matilde Díaz, que trabaja en pleno paseo del Balcón de Europa, en uno de esos antiguos carritos de helados. Lleva cuarenta años trabajando en el lugar, cuando el pueblo apenas tenía cuatro o cinco calles. Y, sí, no hay dudas, el Balcón de Europa es el punto más transitado de Nerja. Por allí pasan extranjeros y españoles a todas horas. Un ir y venir constante de personas y grupos que van o vienen de la playa, que buscan un sitio para comer, un respiro a la sombra de algunos de los bancos resguardados por los árboles., pero todos los que acaban aquí, absolutamente todos, acuden a asomarse a lo que el rey Alfonso XII llamó Balcón de Europa en 1885, cuando visitó el pueblo por motivo de un terremoto sufrido el mes anterior y quedó cautivado por las impresionantes vistas, por su belleza, por el estado de ánimo que predispone el lugar.

Una estatua fundida en bronce de Francisco Martín, colocada en un extremo del Balcón, el 28 de febrero de 2003, rememora aquella visita y da cuenta de la importancia que tuvo para Nerja la visita de Alfonso XII. No siempre fue así. En una placa al comienzo del paseo se puede leer: «En este emplazamiento sobre el acantilado que separa las playas de Salón y Calahonda estuvo situado el Castillo Bajo de Nerja, construido a comienzos del siglo XVI». El castillo fue remodelado dos siglos más tarde y dotado de cañones para evitar posibles ataques. Cañones de los que todavía quedan dos ejemplos en el Balcón; cañones que no evitaron que el castillo fuera destruido por los ingleses durante la Guerra de la Independencia. La zona, urbanísticamente, se siguió modificando hasta la estructura actual. La plaza, el paseo decorado de palmeras a ambos lados, en la parte oriental una fuente de 1991, y un pasaje de arco de medio punto con macetas colgadas en la pared, y bajo el pasaje, en este momento, dos músicos tocando versiones musicales; en la parte occidental, el Hostal Marissal y el Hotel Balcón de Europa; en la parte central del paseo, traspasado el hotel, una escultura de 2009 que conmemora «a los descubridores de la Cueva de Nerja»; y, al final, el mirador, circular, amplio, en el que hay dos viejos bancos de madera, que pareciese que acompañaran a los antiguos cañones de madera, uno en cada lado. Antes, claro, era distinto, como Paco se encarga de explicar de un modo despreocupado: «Yo estoy jubilado y me entretengo aquí viendo pasar a la gente. Conozco el pueblo cuando no había ni calles». Señala el hostal y me dice que hace cuarenta años en su lugar había un cine. Señala la esquina del paseo y me cuenta que allí antes estaba el Cuartel de la Guardia Civil. Señala la plaza, a la Iglesia de San Salvador, y me dice que lo más histórico es el pino, que tiene más de cien años.

El día es azulado y lánguido a esa hora de la tarde, en pleno agosto, con el calor que no da tregua, despiadado. La gente se refresca con bebidas frías y helados. Se detiene ante el carrito de helados de Matilde, no sólo para comprarle helados, también para preguntarle por una calle o por el barco de Chanquete. «Este carrito de helados fue el que le vendió los helados a la serie», informa a una familia que le acaba de preguntar. «Es un pueblo pequeño y tranquilo durante todo el año menos en verano. En verano se transforma», explica Francisco Elías, que regenta un quiosco, y continúa, como si no se pudiera hablar del pueblo sin nombrar la serie: «Verano Azul ha hecho mucho por Nerja».

Los veraneantes, muchos turistas, recorren el paseo del Balcón de Europa para asomarse y disfrutar de las impresionantes estampas que ofrece. Desde el mirador se ve el fondo del mar, el agua transparente, de un azul verdoso claro. La temperatura del agua debe ser alta porque hay muchas personas bañándose. Unos bucean entre las rocas, dos reman en unos kayak más allá de la boya amarilla, otros están tumbados en colchonetas tomando el sol y la mayoría se agolpa cerca de la orilla para aliviar el calor. En las playas, no obstante, los veraneantes están ajenos a lo que sucede arriba, que va a un ritmo distinto y donde la mayoría lo que hace es tomar fotos con los móviles. Fotos y selfies. Muchos selfies que seguro ilustrarán las redes sociales de sus protagonistas. Durante el tiempo que permanezco en el Balcón de Europa, al acecho de algo inesperado, la única que hace fotos con una cámara es una japonesa, los demás, absolutamente todos, hacen fotos con los móviles. Los idiomas vuelan por el aire y resulta divertido azuzar el oído para adivinar la nacionalidad. Y, mientras unos jóvenes continúan tomando fotos y exclaman «jo, qué guay» y hablan de las extraordinarias vistas al lado de la estatua del rey Alfonso XII, que tiene una mano apoyada en la barandilla y en la otra sostiene unos guantes, la naturaleza se muestra inquebrantable, generosa, admirable. Quizá, porque desde este sitio, además de observar una panorámica de la costa de Nerja uno tiene la sensación de estar casi flotando y, cuando llega el atardecer, puede llegar a ser absorbido por la belleza del lugar, porque la belleza, como afirmaba el escritor francés Émile Zola, «es un estado de ánimo».

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