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Las hermanas Mariela y Conchi, junto a José Jiménez ‘San Isidro’, que les ayuda con el huerto.
Las monjas de Vélez-Málaga se echan al campo

Las monjas de Vélez-Málaga se echan al campo

Las Hermanas Pobres de Santa Clara piden ayuda para plantar mangos en los 35.000 metros cuadrados de terreno junto al convento para sacar fondos

Eugenio Cabezas

Lunes, 11 de agosto 2014, 01:30

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La Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara tiene presencia en Velez-Málaga desde 1550, apenas 60 años después de que los Reyes Católicos conquistasen la ciudad a los musulmanes. Cinco siglos después, una docena de religiosas viven, desde finales de 2009, en un convento de nueva construcción situado a unos dos kilómetros de distancia del antiguo Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, en el que las religiosas han habitado desde el siglo XVI, después de que el Obispado alcanzase un acuerdo para permutar el edificio, declarado como Bien de Interés Cultural (BIC), a un empresario veleño a cambio de que se les construyera un nuevo edificio en la carretera que conecta la capital de la Axarquía con Arenas.

Sin embargo, desde entonces las religiosas no ha dejado de sufrir contratiempos, ya que el complejo está aún sin terminar, «porque falta la casa de oración y tenemos problemas de humedades y filtraciones cuando llueve mucho», comentan las hermanas Sor Conchi y Sor Mariela, dos de las 12 monjas que viven en el nuevo convento de Las Claras. Como medida para recaudar fondos y ayudar a que la orden religiosa no desaparezca en Vélez-Málaga, la Asociación de Amigos de las Claras, constituida hace dos años, está impulsando un proyecto para plantar con subtropicales, fundamentalmente mangos, los alrededor de 35.000 metros cuadrados de terrenos que rodean al complejo religioso de clausura. «Nos hacen falta más manos de gente con tan buen corazón como Pepe y Juan Miguel, que son nuestros particulares San Isidros», confiesan las religiosas. Juan Carlos Reina, portavoz del colectivo que ayuda a la orden, explica que uno de los problemas principales a los que se enfrentan es la falta de agua para poder regar los árboles. «Necesitamos más caudal, estamos tratando de negociar con los vecinos y con la comunidad de regantes de la zona», cuenta. A pesar de estas dificultades, en los bancales que rodean al edificio principal del convento hay ya plantados una treintena de mangos, que han empezado a dar sus primeros frutos.

«Aquí pueden caber perfectamente 3.000 árboles más, que darían por lo menos diez o doce mil euros al año, un dinero más que suficiente para ellas», cuenta José Jiménez, un jubilado veleño de 70 años que ha trabajado toda su vida en el sector de la construcción. «Un día vine porque escuché que necesitaban ayuda para labrar las tierras y desde entonces no he dejado de acudir a diario», explica este veleño.

Además de mangos, en las tierras que han labrado Jiménez y Juan Miguel González, otro jubilado nacido en el País Vasco pero afincado en Vélez-Málaga, hay sembradas viñas, olivos y un huerto que produce lechugas, tomates, calabazas y pepinos, entre otras hortalizas, con las que se alimentan las monjas clarisas gracias a la labor desinteresada de estos dos vecinos. «Ojalá hubiese más San Isidros como ellos, Dios los tenga en su gloria cuando ya no estén», expresa Sor Conchi, quien lamenta que el empresario veleño con el que firmaron el acuerdo para trasladarse al nuevo convento a cambio de cederle el edificio histórico situado en la calle Félix Lomas «no haya cumplido su palabra».

«Ya por último ni nos coge el teléfono, vive en el extranjero y no viene por aquí por Vélez-Málaga casi nunca. De momento, seguimos confiando en su palabra y en que cumplirá lo acordado por escrito. La última vez nos dijo que no tenía ahora dinero para terminar la casa de oración», concluye.

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