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Juanma Moreno: El líder templado

Juanma Moreno: El líder templado

El presidente del PP-A y canditado a la Junta presenta un perfil moderado, muy distinto de sus antecesores de la imagen de su propio partido. Responde a su personalidad, dicen los suyos, pero también a una doble estrategia: captar votos del electorado andaluz, que se sitúa en el centro-izquierda, y distinguirse de la 'soberbia' con que consideran que se muestra Susana Díaz.

Lalia González

Jueves, 5 de marzo 2015, 18:17

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Juan Manuel Moreno Bonilla pide que se le llame Juanma, porque es como le dice todo el mundo. Cuesta en principio hacerlo, porque el apócope casa mal con el nombre de un prócer y más si viene a ocupar el muy formal espectro de la derecha. Pero es parte de sus rasgos distintivos, de la identidad propia buscada por el nuevo presidente del PP andaluz, a punto de cumplir un año de su llegada-sorpresa al cargo. Quiere ejercer un liderazgo templado, moderado, sin estridencias ni brocha gorda, y se esfuerza por poner calma a su alrededor y por aparecer humilde y cercano.

No lo ha tenido fácil en esta etapa el joven político de 44 años, de raíces malagueñas, aunque nacido en Barcelona. Llegó en momentos convulsos en su partido, con la mitad de las provincias con la escopeta cargada, tras desbancar a José Luis Sanz, el candidato de Cospedal, y con un PP aún bajo el shock de no haber podido gobernar pero con el añadido de un año de despiste y desmoronamiento bajo la presidencia de Juan Ignacio Zoido. Con la larga sombra de Arenas aún planeando sobre todo lo que se mueve de Despeñaperros para abajo.

La popularidad del popular

  • El índice de conocimiento de Juanma Moreno se ha convertido en cuestión capital. El PSOE se emplea a fondo en minimizarlo por un lado, Pedro Sánchez en el estado de la nación; por otro, Susana Díaz en su táctica de apagón. Moreno respondió aceptando repetir en El Intermedio el sketch en el que un actor se hacía pasar por él y comprobaba que nadie le conocía. Fue un gesto de cintura política no exento de riesgo, pues su equipo afirma que no durmió en varios días, pero que le ha resultado rentable

Su primera decisión fue optar por un perfil propio, en vez de asimilarse con el patrón-tipo del PP andaluz. Una operación de riesgo que le costará conseguir. Es cierto que los ciudadanos le ven más centrado que su partido, que prima las ofertas de consenso y diálogo sobre el bronco discurso doberman que casi monocultivaron sus antecesores. Pero aún le queda para conseguir abandonar la imagen «anodina» de «joven pijo» como le califica una experta en imagen pública consultada. Está en ello. Más que una anécdota fue el recorte de sus patillas, que le daban cierto aire cortijero. Su equipo logró convencerlo y cambiarle de peluquero. Pero sus colaboradores niegan que haya más asesorías de imagen en el laboratorio de su líder. Sólo un consultor experto en redes sociales, por las que el candidato popular siente fascinación.

Sin embargo, en este año apenas de exhibición ante los focos, Juanma Moreno ha realizado un cambio de calado en la manera de presentar la oposición en Andalucía. Es el suyo un discurso deliberadamente moderado, en el que desde primera hora tuvo claro, en contra de la opinión de muchos de los suyos, que debía relegar en lo posible el recurso a atacar con los escándalos de EREs, cursos, etc. Cree que «la corrupción destruye la política y tu propuesta», que los dos partidos están abrasados por ella y que no puede ser tema estrella de la campaña. Le mosquea mucho que le pregunten por si ha cobrado sobresueldos, por Bárcenas, etc. «Es muy moderado, muy de centro, podría ser un político demócrata americano, incluso socialdemócrata», dicen los suyos, que saben que el PP «cae mal» en Andalucía, donde la gente en un 70% se considera de centro y centro izquierda.

En busca del voto rural

Pero ¿quién es este chico? que diría Madonna. Juanma Moreno es un sorayo, parte de ese nuevo stablishment del Partido Popular, que comenzó a militar en la Universidad, en tiempos de Aznar, años 90, cuando estudiaba psicología y pedagogía en Málaga, en la oscura época de la corrupción del final del felipismo. Entró con buen pie, hizo carrera, dejó sus estudios, como tantos otros políticos de su generación, acabó a duras penas un master de protocolo, o algo así.

Hijo de unos malagueños que tuvieron que emigrar a Barcelona, que volvieron para poner un ultramarino de barrio, nieto de jornaleros de Alhaurín, a Juanma Moreno le gusta sacar a relucir su origen, aunque no ha llegado a decir que es de «la casta» de los braceros o los tenderos. Se esfuerza por hacer ver que él no es lo mismo que la imagen que su partido transmite, la de señoritos recalcitrantes. Sabe que esa es una de las cuestiones que deberá romper si alguna vez quiere llegar al poder en Andalucía. Busca ese voto rural que le falta con ahínco.

Está casado con Manuela Villena, nacida en la localidad granadina de Padul, politóloga, primera de su promoción, ex gerente de un distrito madrileño, ahora en paro, militante del PP. Tienen tres hijos, Juanma, Fernando y Alonso, de 6 y 4 años y de siete meses. Viven de alquiler en una urbanización de Alcalá de Guadaira y llevan a los chiquillos a un colegio privado de la zona. Un dato que no gustan divulgar, pero que se explica porque al llegar con el curso iniciado Educación sólo les daba plaza en una zona alejada y deprimida de Sevilla.

En su casa hablan mucho de política y ella le mete mucha caña, dicen quienes le conocen. Deben llevarlo bien: al filo de la medianoche del día de San Valentín el tuitero Moreno colgó una foto de ambos en actitud cariñosa, en un acto del partido, con una declaración de amor y agradecimiento en 140 caracteres a su Manu.

Al presidente del PP andaluz le gusta el senderismo y el campo en general. Dice que si no estuviera en la política habría optado por cualquier profesión relacionada con el medio ambiente. Va poco al cine, ahora sólo a películas infantiles; le gusta el pop, incluso fue cantante de un grupo en Málaga, y como lector prefiere la novela histórica y la biografía. Su personaje es Churchill.

Trabajador exigente e infatigable, dicen los suyos, obsesionado por los datos, se esfuerza por alejarse del sectarismo, sobre todo interno. En esta clave se explica el nombramiento de Antonio Sanz como delegado del Gobierno: No entiende que si alguien es de Arenas haya que matarlo, dicen los suyos. Si vale, si trabaja, contará con él. No es de cortar cabezas.

Poco a poco, con paciencia y mano izquierda, ha restañado heridas internas, ha tendido puentes a la arisca sociedad sevillana cercana a su partido e intenta estabilizar la nave con el peso pesado de Arenas, a quien quiere considerar como un activo que ha de aprovechar, aunque no deje de sorprender con bandazo extraños, como tener que rehacer listas y comité electoral a última hora por el nombramiento de Sanz, o cambios de táctica y mensaje sobre cuestiones concretas.

En cualquier caso, su llegada ha supuesto un cambio relevante en el PP andaluz: por primera vez no manda un ahijado de Arenas y eso en la organización choca.

Tras sus nueve meses de «micropolítica», con citas por sectores y provincias en las que calcula que ha visto a diez mil personas, Moreno se siente satisfecho y cree que sus expectativas electorales son buenas. Las encuestas internas les dicen que en los últimos dos meses cada semana suben de 0,4 a 0,5, de modo que si sigue todo así logrará recuperar su electorado, con un suelo de 1.400.000 votantes.

Será interesante seguir su evolución ver cómo resulta su apuesta, incluso por cuánto tiempo puede mantenerla. Él, que pudo ser ministro cuando salió Ana Mato, que aún podría serlo, no deja de afirmar que ha venido para quedarse en Andalucía.

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