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Elena, Gladys y Cristina se dan la mano con dos de las técnicos de Arrabal, que les ofrecen orientación laboral.
Prostitución: un camino con retorno

Prostitución: un camino con retorno

El programa ‘Kapaces’ trabaja en la inserción laboral de mujeres que han ejercido en el polígono Guadalhorce

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 19 de febrero 2017, 00:35

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Cuando Elena (nombre ficticio) llegó hace una década a Málaga a pasar unas vacaciones para desconectar de los estudios de Derecho que cursaba en su Bulgaria natal nunca imaginó que aquello se convertiría en un viaje sin retorno. Aquel encuentro casual con una amiga de su infancia marcaría un antes y un después en su vida y la alejó para siempre de ese futuro de chica-joven-y-normal que poco a poco va encontrando su camino. Pero quizás por correr demasiado en esa búsqueda de la independencia el suyo se torció. «Ella me convenció para que me quedara, trabajaba de interna en una casa y me dijo que me iría bien», cuenta Elena, de 37 años, admitiendo casi sin pausa que «casi desde el principio ya me arrepentí». Aun así, probó suerte echando horas en la limpieza doméstica o el cuidado de personas mayores, pero la llegada de la crisis le afectó. «¿Y a quién no?», dice con una mueca.

Un programa que funciona en varios frentes

  • El objetivo fundamental de Kapaces es mejorar el nivel de empleabilidad de las mujeres que ejercen la prostitución en el polígono del Guadalhorce y va dirigido a aquellas que han tomado la decisión voluntaria de salir de la calle y recolocarse laboralmente.

  • El programa, que funciona desde hace tres años, trabaja en cuatro fases en primer lugar hay una formación previa en Mujer Emancipada (cuatro semanas, cinco horas al día) y posteriormente la mujer se incorpora a un curso en la asociación Arrabal (8 semanas, tres horas al día). El salto al mundo laboral se hace gracias a la colaboración en el programa de una veintena de empresas, que acogen a las mujeres para hacer prácticas durante cuatro semanas; y durante todo el proceso se garantiza la orientación laboral y el acompañamiento al empleo. Tanto en la formación como en las prácticas en empresas cada usuaria recibe una ayuda económica de 100 euros al mes en concepto de beca.

  • «Lo bueno que tiene este programa es la continuidad y la atención personalizada», confirman desde la asociación Arrabal, especializada en la atención y a la orientación laboral a colectivos vulnerables. De este modo, y en el caso concreto de Kapaces, los técnicos tienen en cuenta de un lado «los intereses profesionales y expectativas de crecimiento de las mujeres y, por otro, las necesidades de personal que tienen las empresas que colaboran en el programa».

Pero volver a su país no era una opción. «Me daba mucha vergüenza regresar sin nada», admite Elena, que había dejado atrás a sus padres y a una hermana. Ellos no saben lo que vino después de aquello: la joven vivía en Torremolinos, «allí conoces a mucha gente» explica y la desesperación pesaba como una losa. Así que decidió aferrarse a la única opción que le quedaba: vender su cuerpo. Es curioso, pero ni Elena ni las otras chicas que participan en este reportaje pronuncian la palabra prostitución, el destino común que sin embargo las iguala a todas en la fotografía que ilustra esta página. Elena se refiere a eso con «hacer aquello»; a su lado Gladys sólo asiente para decir que sí, que ella también recorrió el polígono del Guadalhorce para sobrevivir al bache; y Cristina cuenta su historia real de penurias pero elude referirse a «lo otro».

Pero «lo otro» es lo que las llevó a la asociación Mujer Emancipada, que trabaja en Málaga con el colectivo de mujeres que ejercen la prostitución en el polígono y que han tomado la decisión voluntaria de recolocarse. Es decir, ellas ponen las ganas y la asociación las herramientas, que están organizadas bajo el paraguas del proyecto Kapaces y en el que la asociación Arrabal es el otro pilar fundamental junto con Mujer Emancipada. La iniciativa, impulsada desde el Área de Participación Ciudadana, Inmigración y Cooperación al Desarrollo del Ayuntamiento de Málaga, lleva tres años en marcha y en este tiempo ha atendido a 45 chicas. El 20% de ellas ha conseguido un empleo tras su paso por este programa. La cifra no es menor, más aún si se tiene en cuenta que el perfil mayoritario de las mujeres que se incorporan a Kapaces es el de una persona con pocos estudios o que en el mejor de los casos no tienen validez en España, con cargas familiares y además inmigrantes. Es decir, con (casi) todo en contra si a esa combinación se suma el golpe seco de la crisis, que afecta especialmente a los colectivos más vulnerables.

Elena es una de esas 45, pero sobre todo una de ese 20% que sale de «aquello». Ella dio el paso hace tres años, cuando se dio cuenta que su vida «no podía seguir así», y hoy sonríe (sin mueca) cuando repasa todos sus logros: ahora trabaja en una empresa de limpieza en Málaga, vive tranquila «con dos perros en una casa propia», tiene contrato y hace poco incluso se embarcó en una hipoteca. «Ahora ya no me da vergüenza que mis padres vengan a verme», celebra.

Gladys (38 años) espera tener en breve la misma suerte que su compañera de mesa, café y destino. Su sueño es encontrar algún empleo de ayudante de cocina en un chiringuito, que es de lo que se ha formado, y engordar ese porcentaje del 20% de mujeres que lo consiguen. De poco o nada le sirvió a ella tener al menos la formación básica cuando llegó de Nigeria con su hermana menor en el año 2002. Con todas las puertas cerradas, a Gladys no le quedó otra salida que el polígono, donde estuvo un año. Luego vinieron un trabajo inestable de limpieza en un restaurante, un viaje a Huelva para sumarse a la campaña de la recogida de la fresa, otro empleo en el restaurante de otra paisana... y un marido y dos hijos. «Lo conocí en aquella época, en un cumpleaños, y llevamos juntos once años», dice Gladys. Sus hijos tienen hoy 10 y un año, y ahora la joven aspira a retomar la búsqueda de empleo después de tener a su último hijo. Gracias a Kapaces, Gladys terminó varios cursos, pudo trabajar en una empresa de limpieza e hizo sus prácticas en un chiringuito, donde espera volver en breve para terminar de poner orden en su vida.

«He llorado mucho»

Cristina tampoco ha tirado la toalla a pesar de que ahora está en casa «esperando a que la llamen» después de haber terminado su contrato de un año en una empresa de ayuda a domicilio. «¡La espera es malísima!», lamenta esta mujer robusta y espontánea nacida en Nigeria pero que ya se considera «española» porque llegó aquí en 2002. Y expone su caso: «Cuando una mujer tiene tres hijos y su marido no tiene trabajo desde 2005 imagínate... He llorado mucho por mis niños (...). Pero como mujer tienes una oportunidad de que tus hijos sobrevivan, porque tus hijos tienen que comer».

«Si aquí no hay trabajo para las españolas imagínate para nosotras... hay muchas mujeres que lo han ejercido pero no lo dicen por vergüenza porque sus maridos y sus hijos no lo saben. Vas por la calle y te dicen: chica, vamos a follar..., así es siempre con nosotras», se lamenta Cristina, que ha perdido la cuenta de las puertas a las que ha llamado para cambiar esa suerte: Cruz Roja, Cáritas, Mujer Emancipada... «He hecho muchos cursos y ahora mismo me estoy preparando para sacarme el título de la ESO». Quizás luego pueda cumplir su sueño, ser auxiliar de enfermería; pero al menos ya está en el camino.

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