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Por Antonio Garrido, Alberto Gómez y Alejandro Díaz
Viernes, 22 de noviembre 2013, 14:36
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Manuel Alcántara, un poeta «sin prehistoria» como lo definió Alfonso Canales. En él no se produjeron tanteos, ensayos: «La obra publicada por Alcántara revela madurez desde su inicio, con acusada personalidad, dominio del lenguaje, abundantes hallazgos expresivos».
Alcántara nació en 1928 y es de esos malagueños que están fuera, en Madrid, pero nunca dejan de ser en su ciudad. Inició estudios de Derecho que no concluyó y empieza a darse a conocer como poeta en las tertulias de los cafés de la capital de España a principios de la década de los cincuenta.
En 1955 aparece su primer libro Maneras de silencio, donde se incluye el poema Biografía que se inicia con este magistral endecasílabo: «Lo mejor del recuerdo es el olvido» De inmediato, la ciudad: «Málaga naufragaba y emergía» Desde el principio se aprecia un sentido estoico, muy a lo Marco Aurelio, un sentido, al mismo tiempo y no es contradictorio, barroco del tiempo y de la vida. En ese mismo poema: «Ser hombre es ir andando hacia el olvido»() «Ser hombre es una larga historia triste / y un buen día se acaba» () «Unas pocas palabras me mantienen: / duda, esperanza, amor Siempre me pierdo»
La mejor cualidad de la poesía de Alcántara es su capacidad de exacta designación léxica que crea imágenes de gran emoción con valor de sentencia inapelable. Es lírica verdadera, expresión de las contradicciones del yo que supera la polémica de la época entre poesía del conocimiento y poesía de la comunicación. Esta poesía no aspira a transformar el mundo porque es desarrollo de la peripecia personal en la realidad histórica que le toca vivir. Es voz individual y, por su verdad, de todos que nos sentimos aludidos en esa soledad escéptica a la que salva el punto exacto de la ironía tan humana, tan próxima, tan sincera. En consecuencia, conocimiento y comunicación.
Quiero dejar claro que Alcántara es poeta que se manifiestas con diferentes tipologías textuales, especialmente el artículo literario del que es el máximo exponente sin lugar a dudas. Creo importante esta afirmación y este punto de partida para el análisis de su obra. En 1958 publica El embarcadero, donde los tres primeros versos de la Canción 4 son antológicos: «Cuando termine la muerte / si dicen a levantarse, / a mí que no me despierten».
Obtuvo el Premio Nacional de Literatura con Ciudad de entonces. Tras un largo periodo de silencio en cuanto a publicaciones poéticas convencionales en 1983 / 84 se editan dos entregas que preludiaron los más recientes.
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