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Chucho Valdés mira a su padre, Bebo, en la casa que ahora comparten en Benalmádena. / Foto: Jaime Gallardo y vídeo: R. Sotorrío y J. Gallardo
Chucho Valdés: «Bebo es mi maestro y es insuperable»
cultura

Chucho Valdés: «Bebo es mi maestro y es insuperable»

Padre e hijo recuperan el tiempo perdido en Benalmádena, donde Chucho ha montado un estudio

Regina Sotorrío

Jueves, 12 de julio 2012, 17:26

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Dice Chucho que es «como al principio». Como en aquellos años 50 en los que él era el pianista de la orquesta Sabor de Cuba, que dirigía su padre Bebo. Ahora tocan otra vez juntos casi todos los días. Solo cambia el escenario: el estudio que Chucho Valdés acaba de estrenar en su casa de Benalmádena. Entre uno y otro momento han pasado 40 años de distanciamiento, con encuentros esporádicos, casi de casualidad... La salida forzada de Cuba de Bebo Valdés rompió la relación profesional y casi acaba con la personal. Pero «el amor familiar» está por encima de todo, incluso de la política. Por eso hoy, cuando Bebo Valdés va a cumplir 94 años y su hijo Chucho roza los 71, comparten de nuevo techo y miradas cómplices. Mañana, Chucho Valdés tocará con su banda en el Portón del Jazz de Alhaurín de la Torre. Si su padre se encuentra bien, irá a verlo.

«Me necesita más que nunca. Decidí estar cerca de él para cuidarle», cuenta el prestigioso pianista, que hace dos años hizo las maletas para instalarse junto a Bebo en Benalmádena, donde recibe a SUR. Los análisis médicos revelan que está bien de salud, pero le falla la memoria. Bebo padece alzhéimer, sabe quién es, responde a su nombre, pero se confunde «por momentos». Chucho Valdés habla de su padre con una ternura que conmueve. Reconoce que hubo un tiempo en el que perdió la esperanza en el reencuentro... «y fue duro». «A cualquier edad, aunque tengas 100 años, necesitas el apoyo de tus padres, porque sientes que tienes dónde acudir», cuenta Chucho. Con 18 años, «de pronto», se encontró «solo para luchar con la vida». «Y le digo a ustedes que no es fácil», puntualiza. Más aún, «con la responsabilidad de quedar bien».

Una meta difícil

Porque Chucho Valdés era el hijo del gran Bebo Valdés, «una meta difícil». «Luché muchísimo, y todavía lo lucho, porque es difícil ser hijo de un señor como él», admite. Nunca se propuso superar a su padre «es mi maestro y él es insuperable», pero «tenía el compromiso de quedar bien con él y, al menos, estar a la altura de un buen músico para que él se sintiera orgulloso». Lo está. «Me dice que lo he hecho bien, y eso me complace», dice satisfecho. Minutos después Bebo Valdés se suma a la conversación y lo confirma. «Es el número uno», afirma el nonagenario pianista, que explica que sigue tocando pero «sin la fuerza de antes». Para quien contempla la escena, el momento es único: dos leyendas vivas de la música cubana, que juntos suman 17 premios Grammy, en una misma mesa.

Ocho galardones de la academia americana y la latina avalan la carrera de Chucho Valdés, incluido por la crítica especializada entre los cinco mejores pianistas de jazz del mundo, líder del mítico grupo cubano Irakere y maestro de la fusión de la música de la improvisación con los sones de La Habana. Es lo que se llama jazz afrocubano, y lo que mañana tocará con su banda en el Festival Portón del Jazz de Alhaurín de la Torre. Ya no quedan entradas. «Me siento respetado. Y eso es muy importante», asegura.

Llevan su firma más de 80 discos. «88», especifica Chucho Valdés. El último Chuchos Steps, Grammy al mejor álbum de jazz en 2011. El próximo se gesta en estos momentos en Benalmádena. En la planta baja de su casa, el pianista ha instalado su refugio, un estudio de grabación con lo último en equipamiento técnico. Allí tiene su piano, la batería, los tambores africanos... Es la base de operaciones de su sello Comanche, «como los indios». «Todas mis producciones musicales se van a hacer aquí», corrobora en una distendida charla en la antesala del estudio, una habitación de descanso con sofá, un gran televisor y una mesa de billar cargada de recuerdos.

«Aquí estoy con 17 años en el show del hotel Hilton en La Habana», explica frente a una foto en blanco y negro en la que el Chucho adolescente es clavado al Bebo joven. Más allá, se le ve en el Festival de Jazz de Chicago ante miles de personas. Y en otra pared posa con Santana, Herbie Hancock y muchos otros. De esos muros también cuelgan sus doctorados Honoris causa por el Berklee College of Music de Boston y otra universidad de Canadá; y allí exhibe dos de los Grammy que llevan su nombre.

Pero no todo está hecho. Dispuesto a asumir nuevos retos, graba ahora en casa un disco totalmente diferente a su anterior trabajo. Tendrá un sonido «puro africano, mezclado con ritmos cubanos, con compases irregulares y un toque flamenco». Explica que será un «flamenco yoruba», con elementos de Nigeria, en el que cantarán simultáneamente un artista de arte jondo y otro de yoruba. Chucho está con su estudio como un niño con juguete nuevo; y se confiesa «supermotivado» y «superfeliz» con sus próximos proyectos.

Nuevos caminos

Porque el pianista no sabría vivir sin la música. «Si me retirara, en vez de vivir la vida moriría... de tristeza. Mientras tenga posibilidad y fuerza, tocaré el piano», declara. Lo hace desde los tres años según le contó Bebo y si no está dando conciertos por el mundo está sentado al instrumento «practicando y buscando nuevos caminos». Le dedica ocho horas al día, «pero no seguidas». Empieza a las siete «porque así tienes la mente relajada del sueño» y a las diez se toma el resto de la mañana libre. Vuelve tres horitas tras el almuerzo; y unas dos antes de dormir. En su estudio insonorizado no molesta a nadie. «Y me siento seguro», añade. Asegura que el piano es su «único confesor». «A través de él, quiera o no quiera, se sabe si estoy alegre o si estoy triste. Siempre me delata».

En ese lugar reaparece también el Bebo de toda la vida. «Hace un par de días bajó y se puso a improvisar con los músicos. Se transforma al piano, es otra persona. Es increíble lo que es el espíritu del músico, que no muere. Se sienta y es el Bebo de cuando tenía 20 años. ¡Hay que verlo para creerlo!», exclama. Bebo toca en la intimidad de la casa, pero hace cuatro años que se retiró del público. «En 2008 después de un concierto en París me dijo que no se sentía muy bien, que ya no se sentía seguro», explica. Para aquel entonces ya habían ofrecido muchos recitales a dos pianos desde su reencuentro definitivo en 2000 gracias a Fernando Trueba y su documental sobre las primeras figuras del latin jazz, Calle 54.

Años después grabarían el disco Juntos para siempre. Y no se equivocaron con el título. En Benalmádena, junto a su padre, Chucho ha encontrado su segundo hogar. En él se siente cómodo y próximo a La Habana en la distancia. Desde su casa ve el mar, algo imprescindible para el músico. «Nací en una isla», apostilla. Y reside en el número 5 de una calle del pueblo, el símbolo de la Virgen de La Caridad del Cobre, la patrona de Cuba. «Es el destino», indica.

Se siente «malagueño-cubano» y tendrá un título que lo acredite. La Diputación de Málaga le nombrará Hijo Adoptivo de la provincia. «Significa muchísimo. No me lo esperaba. He estado en casi todo el país haciendo conciertos, pero Málaga es especial», declara. Dice que ahora entiende por qué Ernesto Lacuona escribió la gran y famosa obra La malagueña, «porque tiene que haberle pasado lo mismo que a mí y que a muchos artistas que hayan pasado por acá;ya estoy enamorado de esta tierra».

Yla saga continúa en Málaga. Julián, de cinco años, el pequeño de sus seis hijos, «va a ser músico». El niño lo sabe, según su padre, «desde que nació». Se ha criado entre pianos, jugando en los ensayos... «y es increíble el oído natural que tiene, hasta los músicos se sorprenden».

Cuando no es él el que toca, escuchan un poco de todo. A la familia le encanta la música clásica: Chucho Valdés es de Albéniz y Bebo «es adicto» a Turina. Les gusta el flamenco y también el pop más actual. No les queda más remedio. Julián es fans de PabloAlborán. «¡Es increíble cómo le gusta! Tengo que poner sus canciones siempre en el coche y repetirlas. Quiere conocerle», señala. También es seguidor de LaMari de Chambao, un «muy buen grupo» para el que tocó en un tema de su último disco.

Todos los géneros

«No le hago guerra a ningún género», indica. Ni al rap ni al reggaeton, «que se critican mucho». «Respeto elgusto de los jóvenes porque cuando yo lo era, a pesar de que me gustaba el danzón, el chachachá, el bolero y la rumba, también seguía a Elvis Presley, los Beatles, los Fórmula V, Los Diablos...», rememora. En su opinión, mientras más estilos conozcas «tienes un potencial más amplio para poder hablar y crear. No se le puede dar la espalda a nada».

Quién sabe lo que acabará creando algún día el pequeño Julián Valdés. Por lo pronto, su abuelo le acaba de regalar un teclado que se ha incorporado al mobiliario de esa habitación consagrada a la música que ocupa la planta baja de la casa. «Para mi nieto Julián de Bebo», se puede leer en el frontal, con fecha de julio de 2012. Así el recuerdo de ese momento no lo borrará ni el tiempo... ni el alzhéimer.

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