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Médico. Rogelio Vigil de Quiñones se licenció el 5 de abril de 1886. :: SUR
Rogelio Vigil de Quiñones (I)
HISTORIAS DE MARBELLA

Rogelio Vigil de Quiñones (I)

ANTONIO LUNA AGUILAR

Domingo, 17 de enero 2010, 02:52

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QUIÉN era este Vigil de Quiñones para que un parque y una céntrica plaza lleven su nombre? Pues un marbellero al que le tocó coprotagonizar uno de los hechos heroicos más grandes de los que ha sido testigo la historia de España. Nuestra historia, tan olvidada y vilipendiada; cuando despreciar la historia es como tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Pero, qué se le va a hacer: somos el único pueblo capaz de hacerlo, el único que ante las acusaciones que dieron pie a la 'Leyenda Negra' se congratula por ello y la fomenta y acrecienta.

Nació Rogelio el primer día del año 1862, en la vivienda familiar sita en calle Nueva número 6. Unas baldosas cerámicas allí colocadas lo recuerdan. Escasos, por no decir ninguno, son los datos de que disponemos de su niñez, aunque pocos fueron también los años de vida en nuestro pueblo, ya que sus padres, al objeto de facilitar a sus hijos los estudios universitarios, se trasladaron a Granada.

Los antecedentes militares en su familia, empezando por su padre, comandante de Infantería, eran numerosos. Ahora bien, pudo más su vocación médica que la tradición familiar y se licenció en Medicina el 5 de abril de 1886. Con su título recién estrenado fue destinado al ejercicio de su profesión a la alpujarreña localidad de Talará.

Tras once años ejerciendo, el 17 de marzo de 1897, presentó instancia solicitando que se le concediera «plaza de médico provisional con destino en Filipinas», y le fue concedida por R.O. de 1 de octubre del mismo año. El 4 de diciembre siguiente embarcó, en el vapor correo 'Isla de Mindanao', con destino hacia el lejano archipiélago, a donde arribó el día 2 de enero.

Fue destinado, primeramente, al Servicio de Guardias del Hospital Militar de Malate y, después, a la dirección de la enfermería del pueblo de Baler, para que se ocupara de la creación y organización de la misma, pues era de «nueva organización», tras los graves hechos ocurridos en ese lugar los días 4 al 6 de octubre del año 1897 y que acabaron con la vida de diez militares españoles, mientras que otros diez fueron hechos prisioneros.

El pueblo filipino, auspiciado por los norteamericanos que nos habían declarado la guerra, en un acto de extrema vileza, a raíz del accidente ocurrido en La Habana al acorazado 'Maine', andaba levantado en armas contra los españoles y el 27 de junio la guarnición quedó sitiada.

La tropa del destacamento de Baler estaba formada por dos segundos tenientes, un teniente médico provisional (Vigil de Quiñones), cuatro cabos, un cabo sanitario (indígena), cuarenta y seis soldados y dos sanitarios (uno indígena), además de un capitán, Enrique de las Morenas Fossi, que era el Comandante Político-Militar del distrito, denominado del 'Príncipe', aunque el mando directo sobre la fuerza lo ostentaba el segundo teniente Juan Alonso de Zayas, por su mayor antigüedad.

Nada más iniciarse el cerco, como era de esperar, desertaron los militares indígenas. Pronto la escasez de víveres trajo consigo la enfermedad, muriendo, entre otros, el teniente Alonso y el capitán las Morenas, y asumió el mando de la exigua guarnición, desde octubre, el segundo teniente Saturnino Martín Cerezo.

El 10 de diciembre de 1898 España firmó la paz, en París, rindiéndose infamemente. Pero este extremo no entraba dentro de los esquemas de estos soldados, que no entendían de componendas e ineptitudes y ante el anuncio del rastrero acto, que les hacían los sublevados, no podían sino que anteponer más que la risa e indignación frente a tamaña falacia.

Los hechos de armas, las heroicidades, las penalidades sinfín que hubieron de sufrir los cercados en Baler fueron innumerables, los intentos del enemigo para hacerles comprender lo cierto de la rendición española, también. El propio Vigil sufrió una herida y, además, enfermó del 'beri-beri'. Aún en esa situación siguió atendiendo a los enfermos y heridos y participando activamente en la resistencia, llegando a repeler directamente un intento de asalto.

Las entregas de periódicos por parte de las tropas filipinas, que los sitiados creían falsificados, les hicieron ver, al fin, que era cierta la innoble humillación y se avinieron a pactar la entrega del lugar, que no la rendición; aun cuando ésta, tras lo sucedido, no hubiera recibido ninguna objeción. Y así, con la bandera y las armas al hombro, tras once meses y seis días, salieron de la iglesia, que fue su refugio por ser el único edificio de entidad del poblado, treinta y tres supervivientes, desfilando gallardamente entre las tropas filipinas que les rindieron honores.

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