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EL MIRADOR

Contra toda evidencia

Los dirigentes tratan a la ciudadanía como a menores de edad a los que hay que ocultar la verdad

TEODORO LEÓN GROSS

Miércoles, 6 de enero 2010, 03:45

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Angela Merkel, mensaje de Año Nuevo: «No podemos esperar que el desplome de la economía acabe con rapidez. Algunas cosas serán, el próximo año, más difíciles». José Luis Rodríguez Zapatero: «En 2010 habrá un rápido crecimiento que se traducirá en creación de empleo neto».

Hay frases que delatan la realidad como una radiografía revela patologías ocultas bajo la piel. La economía alemana ya crece, pero su líder aún apela a la conciencia colectiva ante las dificultades, al instinto 'kennedyano' de sacrificio; y entretanto el presidente español insiste en dar excelentes noticias sobre la economía nacional aunque ésta continúe en la enfermería de Europa entre diagnósticos desalentadores, casi sin pulso. Desde abril, Zapatero ha anunciado hasta seis veces que 'lo peor de la crisis ha pasado'. Desde luego alguna vez tendrá razón, pero como esos relojes estropeados que proporcionan la hora correcta dos veces cada día. Esto carece de valor. Y tal vez para entonces, como en el cuento infantil del pastor que gritaba '¡Que viene el lobo!', la sociedad habrá dejado de creer en sus palabras.

La negación de las malas noticias es una seña de identidad en el libro de estilo del presidente del Gobierno. De hecho, a él ni siquiera parecen interesarle las buenas noticias. Y hay algunas. En el año 2000, las muertes sobre el asfalto frisaban 6.000; ahora apenas la tercera parte. Donde sus antecesores fracasaron, él se anota ese éxito formidable, como también en la televisión pública, durante décadas objeto de estupor democrático por la manipulación impúdica al servicio del poder y ahora incluso premiada por uno de los observatorios internacionales más prestigiosos con el heraldo del mejor informativo del mundo, aventajando a BBC y TF1. Pero el presidente ni siquiera alude a las buenas noticias; más bien parece sentir una atracción irresistible por negar lo que va mal, convirtiendo los aguafuertes inquietantes de la realidad en acuarelas amables.

Esa retórica taumatúrgica es, de hecho, una patología constante en la política española, aunque Zapatero la haya llevado al paroxismo. Los dirigentes tratan a la ciudadanía como a menores de edad a los que hay que ocultar el lado amargo de las cosas, el rostro desalentador de la verdad. Por eso el Gobierno denomina «misiones de paz» al envío de tropas a zonas de conflicto militar, como el Gobierno Aznar calificaba su acuartelamiento en Irak de «zona hortofrutícola». Quizá la propia sociedad finalmente lo prefiere así, aquejada de lo que Pascal Bruckner denomina 'la tentación de la inocencia'. Así que el presidente repite constantemente que lo peor para la economía ya pasó, como al niño enfermo se le asegura que pronto estará bien aunque su cuadro clínico sea crítico.

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