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María Becerra Ortega lleva las riendas de este negocio familiar.
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María Becerra lleva las riendas de Casa Ortega, un negocio familiar que se ha convertido en uno de los lugares de moda de los rondeños

ENRIQUE BELLVER

Viernes, 13 de noviembre 2009, 10:40

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Dicen que esta casa, o lo que aquí hubo durante varias generaciones, es decir, una tienda de tejidos y regalos, la conocen en todo Ronda y parte del extranjero. Exageraciones aparte, la verdad es que este bar-restaurante y terraza de copas se ubica en un lugar emblemático de la ciudad. Está en pleno corazón del centro urbano, ocupando un antiguo edificio que conserva toda la fisonomía que tuvo en tiempos y que aunque aquí ya no se despachan telas, sí que podemos tomarnos un buen tapeo en la barra, sentado en alguna de las mesas de la plaza y después subir a la planta reconvertida en un coqueto comedor y vinoteca muy logrado. Quizá sea ese conocimiento que se tiene de Casa Ortega lo que ha hecho que sus propietarios decidieran mantener el mismo nombre que tuvo la tienda que aquí se ubicaba.

Al frente del establecimiento se encuentra María Becerra Ortega, un agradable rondeña que ha cambiado los números y cifras del banco donde ejercía como economista para llevar las riendas de este negocio familiar que hace unos meses abría sus puertas en la ciudad y ya se ha convertido en uno de los lugares de moda de los rondeños. En la sala y como responsable de la bodega está José Antonio Melgar, un agradable maitre que sabe estar en su sitio y además aconsejar sobre el vino idóneo en atención a la comanda de cada mesa. La cocina es cosa de José Vera, un cocinero malagueño que tras ejercer en distintos restaurantes de nuestra capital y de la costa, ahora se ocupa de Casa Ortega.

Maestro cortador

La carta de la barra es distinta en buena parte a la que nos vamos a encontrar en el comedor. Para empezar, Bernabé, un maestro cortador, tiene su lugar casi a la entrada y doy fe de que corta el jamón como los mismos ángeles, es decir, a lonchas transparentes y pequeñas y que no medien más de cuatro centímetros de largo, con forma rectangular y que en el argot de los cortadores se denominan 'lascas'. Tras la chacina, la ensaladilla rusa o el salpicón de huevas, merecen nuestra atención, aunque los pinchos variados tampoco están nada mal.

Sobre el jamón de Jabugo nada que objetar, sabroso y muy bien cortado. La caña de lomo no llegó a a cautivarnos, ni por su fragancia, ni por su textura, y eso que era de uno de los secaderos de Guijuelo con más renombre en la restauración. Lo que sí me gustó por su delicadeza de sabor y por la fragilidad, casi etérea, al llevarlas a la boca, fueron las setas de cardo recién recogidas por la mañana en una finca de Ronda. El toque justo de jamón las realzaban. Pero donde más llegamos a disfrutar en la mesa e incluso repetir, fue con los huevos de campo fritos con trufa y patatas. Aquí sí que sí. Unas patatas fritas hechas como hay que hacerlas y un huevo de corral de verdad es ya un manjar, con la trufa alcanzamos el olimpo del paladar. El chuletón, siendo de una buena calidad, no estuvo a la misma altura por exceso de punto. El postre, tiramisú con chocolate, nos sorprendió.

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