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Kristina Szekely, empresaria del sector inmobiliario: La cicerone que se codea con el lujo
EL FOTOMATÓN

Kristina Szekely, empresaria del sector inmobiliario: La cicerone que se codea con el lujo

Nací en Budapest / Nunca digo mi edad, lo aprendí de mi madre / Llegué a Marbella hace más de 30 años / Vendo casas de hasta 20 millones de euros / Todavía hay viviendas que me sorprenden / Llevo dos sombreros, el de española y el de extranjera / Soy una persona inquieta / Hablo siete idiomas Texto: Cristina González Fotos: Josele-Lanza

PPLL

Domingo, 10 de mayo 2009, 15:58

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SI para el común de los mortales un día tiene 24 horas en su caso parece que la jornada se estira, cuanto menos, hasta las 48. Desde que se levanta hasta que se acuesta, tiene tiempo de llevar el timón de su empresa, la inmobiliaria especializada en inmuebles de lujo que lleva su nombre y en la que trabajan un centenar de personas, de pasar un rato en su casa con su perro, de atender sus compromisos sociales y de disfrutar de sus aficiones. Kristina Szekely es una persona inquieta, no puede negarlo. «Pregúntame mejor qué es lo que no me gusta. Disfruto todo lo que hago y lo vivo intensamente», confiesa. Y el trabajo no se queda fuera de esa declaración de intenciones. Húngara de nacimiento pero española de pasaporte, su fuerte es la venta y el alquiler de viviendas de hasta 20 millones de euros. Ni un euro más ni uno menos.

En su catálogo se codean apartamentos inmensos y villas de ensueño en Marbella, Sotogrande, Madrid, Baleares, México, Panamá, Marruecos o EE. UU. Vamos, que habla en millones como el resto de los mortales en euros. «Donde más movimiento hay es en las de un millón de euros, que tienen unos 1.000 metros cuadrados de parcela y entre 300 y 600 construidos». Casi nada. El manejo de siete idiomas, algo que para ella no tiene ningún mérito, la convierten en la mejor cicerone del lujo, amén de su don de gentes y sus dotes naturales para el 'marketing'. «Aprendes hasta psicología», bromea. Y sobre todo, a preservar la intimidad de sus clientes. De su boca no sale ni un nombre famoso. Según dice tampoco tiene tantos con nombre conocido. «Son sólo el uno por ciento. El resto es gente que lleva toda su vida trabajando para su sueño: tener un chalé o un yate», aclara. Sí recuerda un momento especial con el cantante Prince, cuando arribó a Marbella hace diez años. «Viví un momento mágico. Antes del concierto hicieron un círculo y se cogieron de la mano para una especie de rezo», dice.

Pese a las cifras abrumadoras que maneja, del lujo aún hay cosas que le impresionan. «Siempre inventan algo nuevo, que no he visto. Cada vez está todo mas robotizado», subraya. Por ejemplo, los adelantos de domótica. «Aprietas un botón y se ponen las luces, se abre el garaje, se cierra la persiana o se calienta el suelo. Es increíble». ¿Y la crisis? «Es un tsunami que nos ha tocado a todos pero en el último mes he visto un cambio, un punto de inflexión». Su vivienda, lejos de lo que se pueda pensar, no es una mansión. Más bien un apartamiento «confortable». Allí atesora recuerdos de su familia. De su padre, ingeniero civil, y de su madre, fisioterapeuta. Se educó en Suecia y hace más de 30 años que recaló en España arrastrada por su hermana, que se enamoró de un toledano.

Su madre, ya viuda, no se lo pensó dos veces y se mudó a Marbella con sus dos hijas. De eso hace más de tres décadas. «Llegué aquí jovencita y mi primer trabajo fue en una promotora; siempre he trabajado en ventas», recuerda. Aunque sobre la edad no da muchas pistas: «Mi madre seguía diciendo que tenía 21 años poco antes de fallecer». Una truco que convirtió en suyo. No tardó mucho en independizarse y montar su propio negocio. El gen emprendedor estaba ahí. «Abrí una oficina por Puente Romano», cuenta. Luego saltó a Puerto Banús, sede de la central del emporio Kristina Szekely. Se le fueron agregando metros cuadrados, además de la marca Sotheby's International Realty tras adquirir una franquicia de la famosa casa de subastas para Andalucía y Madrid.

De la Marbella de entonces a la de ahora media un abismo. «Al principio la gente no sabía ni dónde estaba la ciudad. No había paseo marítimo, había cuatro hoteles y el pueblo acababa en la gasolinera de Ricardo Soriano. Ahora esto es como una ciudad 'resort'», afirma. No se imagina un mejor sitio para vivir pese a haber correteado medio mundo. En muchos de esos viajes le acompañó su marido, el pintor granadino Antonio Cienfuegos, que falleció hace once años tras una grave enfermedad y con el que no tuvo hijos. Un vacío, hasta hoy «imposible» de cubrir, que llena con una intensa vida social y laboral. Es la otra cara de la empresaria que tiene a su cargo a cien personas. Como su familia. Procura comer siempre en casa y dejar hueco para actos sociales, a menudo benéficos. Es habitual a las fiestas solidarias -«a las mujeres nos encanta ponernos de gala»- además de ser la primera mujer del Rotary Club, una asociación de profesionales. Baila lo que le echen, la cultura en todas sus facetas, el cine si es bueno, el esquí o la bicicleta completan su tarjeta de presentación. Lo dicho, repleta.

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