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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Uno de los tres reyes magos del Bel Canto

MARÍA TERESA LEZCANO

Domingo, 30 de noviembre 2008, 04:44

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El 29 de noviembre de 1797, nacía en Lombardía, en el sótano de una mísera casa de Bérgamo, el quinto hijo de María y Doménico Donizetti, el pequeño Gaetano. Es en esta misma ciudad de Bérgamo -aunque desvinculado del sótano de origen - donde moriría 51 años más tarde. Entre ambas fechas, su talento musical le permitió superar sus orígenes humildes para convertirse, junto a Bellini y Rossini, en uno de los tres reyes magos del Bel Canto, triunvirato que dominaría el mundo operístico hasta que Verdi, como quien no quiere la cosa, irrumpió en escena reclamando a golpes de pentagramas su lugar en el sol (y en el Sol, el Fa, el Mi..). De los tres 'capos' de la corriente belcantista, Donizetti (Don Izetti para la Familia) fue sin lugar a dudas el más prolífico, ya que llegó a escribir más de setenta óperas en menos de tres décadas.

Su carrera musical empezó a los ocho años, cuando fue admitido en las 'Lezioni Caritatevoli' dirigidas por Johannes Simon Mayr, una escuela gratuita de música destinada a formar coristas e instrumentistas para las funciones litúrgicas. Su talento innato para la música captó de inmediato la atención del fundador de la institución benéfica, el compositor alemán Simon Mayr, quien decidió convertirse en su mentor.

Esta función pasaría años después al renombrado Padre Stanislao Mattei, quien lo iniciaría en Bolonia en los modelos del Clasicismo vienés y en las técnicas de contrapunto. Fue en esta ciudad donde el joven Gaetano comenzaría a deslumbrar por su facilidad para componer cuartetos de cuerda, sinfonías e incluso su primera ópera, el intermezzo en un acto 'Pigmalione', seguido de 'Enrico de Bolonia', que se estrenó en Venecia en 1818. El éxito apoteósico se haría sin embargo esperar seis años más: cuando estrenó, en Roma y de forma consecutiva, 'Zoraira di Granata' y 'L'aio nell'imbarazzo'. Estos fueron los detonantes que activaron una producción tan demencial que llegó a componer hasta ocho óperas en un año con el fin de satisfacer las demandas que conllevaba el hecho de haberse convertido en uno de los compositores favoritos del público operístico.

Aplauso del público

Es en el año 1827 cuando se instala en Nápoles, donde es nombrado director del Teatro Real. Ésta es la época en la que la consolidación de su estilo y su aceptación pública fluyen de forma paralela: estrena 'Ana Bolena', 'L'elisir d'amore', 'Parisina d'este' y 'María Stuarda'. La culminación del romanticismo donizetiano llegará en 1835 con una adaptación libre de la novela de Walter Scott 'The bride of Lammermoor'. 'Lucía de Lammermoor', ópera en tres actos, fue estrenada en Nápoles en septiembre de 1835 y es probablemente la obra más conocida de Donizetti.

Uno de sus fragmentos más impactantes es 'la escena de la locura', perteneciente al tercer acto, en la cual se sitúan algunas de las notas para soprano más altas del repertorio; se trata de dos mi bemoles sobreagudos que no están incluidos en la partitura y que, dependiendo de la capacidad vocal de la intérprete, pueden o no ser incluidos en la representación.

Aunque inicialmente 'Lucía de Lammermoor' no fue debidamente valorada por sus cualidades artísticas sino principalmente por el reto que suponía para la soprano, tras la Segunda Guerra Mundial la partitura fue rescatada del semi-olvido en el que se hallaba sumida, y llegó a ser una de las piezas de referencia del repertorio de la Callas.

Pese a unas apariencias de éxito que parecía destinado a perdurar y a multiplicarse, la vida napolitana de Gaetano Donizetti iniciará su época más oscura: en poco más de un año mueren sus padres, su mujer y su hija, a la vez que la obra 'Pia de Tolomei' fracasa de forma rotunda en la Scala de Milán. Su extrema sensibilidad se ve asimismo puesta a prueba tras sucesivos rechazos por parte de la ciudad de Nápoles de concederle el título de director del Conservatorio, puesto con el que lleva años soñando, rechazo debido a que los napolitanos, pese a la brillante carrera del Maestro, siguen considerándolo como a un «extranjero» -en el Nápoles de la época, todo el que no había nacido en la ciudad era extranjero-.

Hastiado del trato recibido en Italia, se trasladó a París donde no tardó en percatarse de que la hospitalidad de los músicos franceses hacia sus colegas italianos susceptibles de rivalizar en fama y privilegios, era más inexistente que una trucha en el Sena. Berlioz, sin ir más lejos, manifestó públicamente su desacuerdo por la llegada de Donizetti a una ciudad en la cual, si ya sobraban músicos patrios en la línea de competición, los talentos extranjeros podían irse, literalmente, con la música a otra parte.

En París consiguió sin embargo Donizetti completar las que habrían de ser sus cuatro últimas obras: 'Caterina Comaro', 'Don Pasquale', 'Maria Di Rohan' y 'Dom Sebastien roi de Portugal'. 'Dom Sebastien' dejó indiferente al público parisino, al tratarse de una composición demasiado sombría para los gustos de la época. Fue precisamente durante los ensayos de esta obra cuando la enfermedad que venía minando el cuerpo y la mente del Maestro desde hacía más de una década, emprendió su asedio definitivo. El diagnóstico identificativo de una enfermedad neurológica e irreversible que durante años le había producido fiebres continuas, intensos dolores de cabeza y fuertes náuseas, encubría en realidad un origen sifilítico terciario cuyos efectos ya imparables provocaron su internamiento en el manicomio de Ivry, cerca de París. Allí permaneció, en un estado de demencia absoluta, hasta que su sobrino Andrea lo trasladó del frenopático de Ivry al de Bérgamo, su ciudad natal, donde acabó sus días sumido en un estado en el que transitaba de las alucinaciones a un estupor casi catatónico del que atestiguan algunas terribles fotografías que fueron tomadas en aquellas fechas. El ocho de abril de 1848, su arritmia cerebral se incrementó y el corazón del músico no aguantó la punzante embestida de los delirios.

Tras su muerte, su celebridad en la escena operística se mantuvo incólume durante varios años, antes de empezar a declinar lentamente. El regreso de las vanguardias del siglo veinte supuso una revalorización de su obra, la cual, aunque adolezca de una irregular calidad artística, hallándose en sus partituras desde composiciones mediocres hasta creaciones sublimes, posee la cualidad indiscutible de potenciar el lucimiento de los intérpretes mediante un lirismo dramático y fuertemente imbuido por una pureza arrebatadora. Como muestra de sus momentos de mayor inspiración, citemos dos de sus obras más perfectas: la ya referida 'Lucía de Lammermoor', y 'Don Pasquale', considerada por numerosos críticos actuales como su obra maestra.

Después llegaría Verdi, pero ésta es otra historia.

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