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ANTE LA CÁMARA. Una productora privada, por encargo del Ministerio de Industria y Comercio, graba los testimonios. / SALVADOR SALAS
«Por fin nos hacen caso»
'ARCHIVO DE LA EXPERIENCIA' MÁLAGA SE SUMA A LA INICIATIVA

«Por fin nos hacen caso»

Los abuelos cuentan su vida y se les graba en vídeo para la posteridad. El Gobierno español quiere que sus testimonios formen parte de la historia colectiva. Ellos están encantados de que los jóvenes puedan verlos en Internet

ANTONIO ROCHE

Martes, 21 de octubre 2008, 11:58

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Tienen una memoria histórica. Por eso, sus testimonios van a quedar grabados para siempre en vídeo y colgados en Internet para que los chavales conozcan de primerísima mano los avatares que pasaron nuestros antepasados, sobre todo aquella generación que sufrió la posguerra. El Ministerio de Industria, Turismo y Comercio ha creado el portal 'Archivo de la Experiencia' para preservar y dar a conocer la memoria colectiva de España. Esta semana están los técnicos en Málaga grabando los testimonios de unos 90 malagueños, previamente convocados por el Ayuntamiento de la capital. La jefa del Servicio de Mayores del Área de Bienestar Social, Francisca Ramos, acompaña a los protagonistas en el rodaje. Ayer estuvieron en Puerto de la Torre, hoy en Gamarra; mañana en El Palo; jueves y viernes, en Carretera de Cádiz, y el próximo lunes, en Churriana. El Archivo de la Experiencia recopilará documentos y testimonios aportados por unos 6.500 ciudadanos. La idea pretende convertirse en una herramienta muy útil para la comunidad escolar y la ciudadanía en general, ya que se podrá acceder a ella a través de Internet (www.archivodelaexperiencia.es). Ahora mismo ya se pueden consultar más de 4.000 vídeos de personas mayores que comparten sus recuerdos y que están debidamente clasificados por temáticas para facilitar su consulta. ALFONSO MUÑOZ GARRIDO 68 AÑOS «Vivir la transición fue muy emocionante» Trabajó en el campo en su comarca natal, Almogía, y se trasladó a la capital para entrar en Intelhorce, la empresa, junto a Citesa, que fue punta de lanza de las reivindicaciones sociales en los años setenta. Recuerda el encierro que hicieron en la Catedral de Málaga, donde fueron desalojados por la Policía Armada «por orden del obispo, que decía que era la casa de su Dios». Ni qué decir que Alfonso es un hombre de izquierdas, «pero con un profundísimo respeto a la derecha no franquista». Fue de los que corrió delante de la «Policía de Franco antes de quedarme cojo por un accidente de tráfico». Delante de la cámara contó una anécdota que le acongojó. «Nos reunimos en la clandestinidad un día del otoño de 1973 en un olivar que había detrás del cementerio de Cártama. La reunión estaba promovida por dos curas rojos, que tenían más información que nosotros. Uno de nosotros se quedó al pie de la carretera para avisar si venía la Guardia Civil. '¿Que vienen los civiles!', gritó, y hasta que un rato después voceó: '¿Siguen los civiles'!, pasaron dos minutos angustiosos para mí. Pensé: vienen hacia aquí y todos pueden correr pero yo no porque ya estaba entonces cojo. Me imaginaba: ahora me van a torturar para sacarme los nombres de los demás... ¿Qué mal lo pasé!». Alfonso no pisó la escuela de niño. Trabajaba en el campo de sol a sol. «A la escuela iban entonces cuatro señoritos», apuntó. Su inquietud le llevó a aprender ya de mayor. Se alegra que «la gente nueva pueda conocer las vivencias de uno». La que más presente tiene es la transición. «Vivirla fue muy emocionante», apostilló. BERNARDO ROSAS GONZÁLEZ 85 años «Caí preso por dedicarme al contrabando de café» La azarosa vida de este malagueño nacido en la calle Viento le ha llevado a trabajar en Madrid, Gibraltar y Brasil, y a emigrar en 1948 a Venezuela. Preside el hogar del jubilado 'La ilusión' de Puerto de la Torre, en cuyo centro se grabó ayer 'Archivo de la experiencia'. «Por fin nos hacen caso. Porque al nieto de uno sólo escucha a uno, y se cree que le estás contando batallitas, pero ahora tendrá oportunidad de comprobar que las cosas que le contaba su abuelo son las mismas o parecidas que cuentan otras personas mayores», comentó. Su padre era anarquista y lo llevaba al hombro a la sede de la CNT que estaba en Tejón y Rodríguez (donde hoy está el aparcamiento municipal). «Allí me soltaba y me he criado entre personas mayores». Con ocho años repartía propaganda y hacía pintadas en favor de la CGT y del Frente Popular en las elecciones del 31. Después de estallar la guerra se dedicó al contrabando de café entre Portugal y España. Casi en la frontera, fue detenido un día por la Guardia Civil en compañía de otro compañero. Por su condición de anarquista le procesaron «por propaganda ilegal y acciones subversivas contra el Estado». Lo metieron en la cárcel de Badajoz. Finalmente la causa fue sobreseída. «Hemos tenido una vida de miseria, de humillaciones, y ahora la gente joven podrá comprobar que no son batallitas, sino realidades». Aseveró que en la ciudad se pasó más fatigas que en el campo. «En la ciudad no había 'ná' 'pa' echarse de comer, pero en el campo, el que más y el que menos tenía su huertecito con tomates y pimientos, cuatro gallinas y un cochinillo». Bernardo tiene un hijo, tres nietos y tres bisnietos. Se jubiló con 67 años trabajando para unos ricos árabes de Kuwait que vivían en Torremolinos. JUAN PINTO GUTIÉRREZ 77 años «Al puchero se le ponía un hueso con una guita» Fue el primer malagueño en dejar grabada su experiencia. Pidió hacerlo por la mañana porque por la tarde se iba con su mujer a Roquetas de Mar en un viaje organizado por el Imserso. Este antequerano de 77 años preside la Asociación de Mayores 'Nueva primavera' de La Palma-La Palmilla y forma parte del coro Aire y Compás. Contó ante la cámara su vida laboral: echaba ocho horas en Intelhorce y cuando terminaba se iba por las casas a vender libros y discos del Círculo de Lectores. Eran los años setenta. Así pudo sacar adelante a sus tres hijos, que le han dado ocho nietos. En el momento de la grabación sólo se acordaba de uno de los títulos que vendía, 'Matar a un ruiseñor', pero después citó otros. Tenía una cartera de medio millar de clientes, que no está mal para la época. Como los demás mayores, Juan Pinto también pasó hambre. «Mi madre compraba una peseta de 'cebá tostá' y le echaba nueve o diez pepitas de café para darle algo de sabor». También recordó cómo hacía su madre el cocido. «Entonces no se le echaba carne de ternera. Se ponía un trozo de tocino y un hueso amarrado a una guita, y cuando mi madre veía que el caldo estaba blanco lo sacaba para ponerlo en otro puchero», aseguró.

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