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CITA EN EL SUR

El pulpo del teatro romano

AURORA LUQUE

Sábado, 2 de agosto 2008, 03:39

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SI pasan por la pasarela que queda de la calle Alcazabilla lo verán: hay un pulpo gigante en el teatro romano, enredado en los árboles próximos a la entrada de la Alcazaba. Es un pulpo fantasmal, muy poco Disney, muy poco 'a feira', que no quisiéramos ni con pimentón ni albariño cerca de nosotros. Su autora (Isa Soto) lo tuvo que crear así de monstruoso: lo pedía su 'Historia Natural', historia que me empezó a contar nada menos que Gonzalo Cruz Andreotti, profesor de Historia Antigua de la universidad de Málaga, que andaba -oh pagana providencia- contemplando las ruinas a las doce de la noche. Me explicó que Plinio el Viejo, en su 'Historia Natural', había recogido la leyenda que circulaba por Carteia: un pulpo colosal se dedicaba a vaciar las piletas llenas de salazones y desechos destinados a la elaboración del garum. Lo descubrieron una noche rebasando cercas y árboles: iba untado de una salmuera pestilente que ahuyentaba a los perros. «Su cabeza tenía el tamaño de una tinaja capaz de contener quince ánforas. Sus ventosas eran como orzas, semejantes a un lebrillo. El resto del cuerpo, que fue guardado por curiosidad, pesaba setecientas libras. El mismo autor (Trebius Niger, del séquito del procónsul de la Bética) asegura que en estas playas el mar arroja también sepias y calamares de la misma magnitud».

Ese pulpo murió a tridentazos, pero sus descendientes siguieron vagando por el mar. Supieron ocultarse durante siglos, pero de pronto uno, camuflado, comenzó a arrastrarse con sus tentáculos tierra adentro, asentó sus ventosas en el consistorio de Marbella y con una avarienta gula desconocida devoró y aplastó durante años -sin que los guardianes de la costa hicieran nada por impedirlo- todo lo que encontró a su paso: cajas fuertes, leyes, suelo verde con árboles, jueces, premios literarios, conciencias. Se trata del Octopus Gilianus. Y continuó reproduciéndose: parió al Octopus Rocosus, que hubo que encarcelar porque lo succionaba todo; al Octopus Muniocius, el más viscoso y 'tentacular', que perdió el seso por una sirena mitad caballa mitad tonadillera; a las Sepias Chanelenses, 'las Chaneles', que barrían para sus chaletes todo lo que encontraban en las piletas marbellíes; y al Calamar Petrus Romanus, que se escurrió hasta los hospitalarios lagos suizos. Ya se les tiene como especies malagueñas: dan renombre al Aquarius Alhaurinensis.

Después del capítulo sobre los pulpos, Plinio ataca otro tema: «Qué gran aportación al lujo ofrece el mar», en el que habla de las perlas y la púrpura. Una obra entretenida y llena de perlas (la curiosidad de su autor era tan insaciable que no le importó acercarse a Pompeya el día de la erupción del Vesubio hasta morir), accesible en las traducciones de García Bellido y Antonio Fontán, para leer desde la hamaca, mirando de reojo hacia Marbellas y Carteyas, con una tapa de rico pulpo frito a nuestro lado...

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